3/08/2006

Como una cabra (de Cilicia)


Ni una voz mas alta que otra se le ocurrió decir a nadie el otro dia el la Convencion del PP cuando Fraga se puso a teorizar sobre el golpe del 23F y la buena voluntad de los guardias y milicos. Es que los centristas son asi, disciplinados. Por ejemplo, no insultaron a Gallardon cuando pidió moderación pero tampoco le aplaudieron. Seria bueno saber cuantos de aquellos presentes son clientes de estas Monjitas Clarisas Capuchinas de Jesús Maria, que en el convento de San Anton tienen una industria saneada de cilicios. Tambien sería bueno saber cuantos de ellos se entregarían a la mortificación despues de las mentiras que contaron.
Todo esto, para celebrar que hoy, 7 de marzo, es Santa Perpetua, aquella pobre martir arrestada en Cartago en el siglo IV como consecuencia de las persecuciones del Emperador Severo, y que a los 22 años fue victima de los latigazos, de los animales salvajes y, por fin, de la espada de un soldado, por negarse a la apostasia, osea, a que apostatara.

Salud
Alvaro

Las Monjitas del Cilicio
Las monjas de clausura de San Antón fabrican de manera artesana y venden productos para la mortificación corporal, según cuenta Angeles Huertas en 20 minutos.
«Ave María Purísima». Éstas son las primeras palabras que se escuchan cuando se compra un cilicio (una cinta de alambre de tres centímetros de anchura cubierta de pinchos que sirve para autolesionarse). El artilugio, utilizado por los miembros de la Iglesia católica desde los tiempos de los romanos, sigue en activo.
El convento de San Antón (peteneciente a la orden de las Clarisas Capuchinas de Jesús María) es un buen ejemplo de cómo el paso del tiempo no ha borrado la creencia cristiana de llegar a Dios a través de la mortificación corporal.
Las monjas de este monasterio continúan fabricando y vendiendo cilicios para sufragar sus gastos. Adquirir una cinta de pinchos artesanal es relativamente fácil y sólo cuesta 3,80 euros.
Al saludo de la religiosa el interesado sólo debe contestar «sin pecado concebida» y preguntar con respeto: «¿Su caridad podría ayudarme en un pequeño problema?». Aquí la conversación varía según la necesidad del comprador y del tipo de cilicio que se desee. Los hay de distintos grosores y tamaños, dependiendo de lo habituado que se esté a usarlos o de la clase de pecado a expiar.
El resto de la historia pertenece a la intimidad de la persona y a la de su director espiritual. Normalmente suele colocarse en el muslo o antebrazo. Produce heridas, pero, a cambio, dicen que alimenta el espíritu.
Expiar el lujo y la comodidad
El cilicio era una túnica de tela áspera o de pelo de animal. Su nombre deriva del latín cilicium, una capa hecha de pelo de cabra de Cilicia, una provincia romana del sureste de Asia Menor. En el cristianismo el uso del cilicio llegó a ser muy frecuente para expiar el lujo y la comodidad, prohibidos por el mandato bíblico. Además, el escozor provocado por la textura rugosa de la vestimenta, al emplearse de manera continua, estimulaba la aparición de piojos, lo que incrementaba su incomodidad.

Memoria de una numeraria del OPUS, en "¡¡Gracias a Dios, nos fuimos!!"
(...) "Aprovecho para contar cómo se incorporó el cilicio a mi vida de numeraria. De esa conversación saqué como conclusión que al llegar a 'mi casa' (nomenclátor: la del opus) la directora me lo contaría todo para empezar a usarlo. A mí aquello no me parecía que fuese a ser muy agradable, así que pasé. No lo volví a mencionar. A los 3 meses, un día me preguntan en la charla: ¿estás siendo generosa con la mortificación corporal? Como yo no mentía, dije que no tenía de eso. Al día siguiente ya tenía. Lo probé aquella misma tarde y el cilicio ¡hacía un daño! a los 20 minutos me lo quité pensando que yo eso no lo usaba, se pusieran las del opus como se pusieran. Pensé también que volverían a pasar otros meses hasta que volviese a salir el tema en la charla, pero no. Esa misma semana, pregunta y sinceridad salvaje por mi parte: yo eso no me lo pongo. A esto siguió una conversación con argumentos por las dos partes. Recuerdo que uno de los que usé era que entendía la mortificación como un medio, no como un fin; que la mortificación tenía verdadero sentido si servía para hacer la vida más agradable a los demás o para ser yo mejor algo que no se cumplía con esos instrumentos de auto tortura. Me imagino que hubo contra argumentos-como también me imagino lo que pensaría aquella pobre, tipo ésta no se entera de nada- pero, como soy difícil de convencer, fue la primera vez que escuché una contestación que empezó a ser habitual en esos años: A ver, ¿tú no has entregado toda tu vida a Dios en el Opus Dei? ¿Vas a dejar de hacerlo por una tontería como ponerte el cilicio? Pues así contado, también tenía razón aquella muchacha. A partir de ahí, dos horas diarias de auto tortura. En mis tiempos de opus no encontré ninguna utilidad a ese uso. Ahora, con la ventaja que da el tiempo pasado y la distancia tomada, he encontrado una: ¿alguno más ha disfrutado del morbo que produce en tu pareja cuando le cuentas que has usado cilicio durante años?"

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