1/29/2008

La "invención" de España

El asunto ocupa muy poca memoria en la historia general: Entre el 711 y el 725 los musulmanes ocupan toda la península ("el mar está detrás de vosotros y el enemigo está frente a vosotros" arenga que dirigió Tarik al atravesar el estrecho de Gibraltar y que sigue siendo coreada por los escolares arabes 14 siglos después) salvo pequeños núcleos cristianos en Asturias y los Pirineos. Tras unos años de sequías y malas cosechas los invasores se retiran al sur a lo largo de los rios Duero y Ebro. Ello favorece la recuperación de los núcleos cristianos que han sobrevivido al norte. "Pelayo no es restaurador del estado visigodo sino un rey nuevo que reina sobre un pueblo nuevo" (según la crónica musulmana de entonces) después de la mítica batalla de Covadonga (718 ?). Alfonso I repuebla Asturias y fortifica los puntos de contactos con las avanzadas musulmanas, que saquean la capital (794-95). Bajo Alfonso II, Ordoño I y Alfonso III se repueblan las tierras al norte del Duero y Ebro que pasan a propiedad de los campesinos que se asientan en ellas (presuras). Invención del "Camino de santiago" y auge de una arquitectura singular de influencias bizantinas, arabes y carolingeas.
Después esta todo el resto, cierto o no, que ha conformado el mito de Reconquista a partir de la batalla de Covadonga, el fin del Estado visigodo, la invención de la nación española, la tumba de Compostela... etc., todo ello enmarcado en la controversia entre Americo Castro ("la realidad histórica de España") y Claudio Sanchez Albornoz ("España enigma histórico").

Sobre esto conversaremos la semana que viene con un conocido especialista que ha prometido ser benévolo con nuestras lagunas y paciente con nuestra curiosidad.


1/18/2008

La extraña familia

Nada que no hubiera pasado ya en todos los partidos politicos, pero esto del PP en la elaboración de las listas para las elecciones de marzo son esas cosas que animan la campaña y dan pie a los mas imaginativos para regalarnos un poco de humor.

Masoquismos.JUAN JOSÉ MILLÁS

Aguirre y Gallardón parecen dos hermanos rivales, pertenecientes a una de esas familias cristianas que gustan a Rouco. Rajoy sería, en tal cuadro, el padre débil, sin criterio, demasiado influido por una esposa dominante (Zaplana), que ha logrado meter en el hogar a su hermana viuda (Acebes), también muy belicosa. A primera vista, la pasividad de Rajoy se adapta mejor al carácter contemporizador del hijo que a los arranques caprichosos de la hija, pero su esposa y su cuñada le ponen la cabeza como un bombo. Que si el niño es un hipócrita, que si tira la piedra y esconde la mano, que si cuando sean viejos los va a llevar al asilo, que si ya está estudiando el modo de inhabilitarles... La niña en cambio actúa con franqueza, se la ve venir, jamás dice una cosa por otra y no pone peros a la hora de ir a por recetas al ambulatorio.

Imagínense a Zaplana en bata, con rulos y los brazos en jarras, recorriendo furiosa los pasillos de Génova mientras compara a voz en grito las mezquindades del niño con las virtudes de la niña. Todo ello alentado por Acebes, vestida de negro y con el misal en la mano, a punto de irse a la parroquia. Por si fuera poco, de vez en cuando aparece Aznar, el suegro autoritario y triunfador, para poner en su sitio también a ese yerno endeble y correoso. Está claro que en semejante conjunto familiar o tragas o te vas. Gallardón llevaba años tragando en la confianza de doblegar a ese padre apático, sin caer en la cuenta de que las esposas no tocan en la tómbola, de modo que resulta imposible casarse con Zaplana si no te gusta mucho o hacerse cargo de una cuñada como Acebes si no eres un poco meapilas. El problema es que ahora no puede ni marcharse ni dejar de tragar. Quizá debería preguntarse si no disfruta en el fondo con ese papel de chivo expiatorio tan común en las familias cristianas.

1/14/2008

Adios amigo

Se ha muerto un amigo del alma, la maldita enfermedad se lo ha llevado por delante en menos de dos años, de nada ha valido la cirugia y el rosario de tratamientos, quimioterapia y velas a la Virgen, la estadistica no ha fallado. Despues me entero que habias dejado dicho a Conchita que querias que tus cenizas se esparcieran en donde fuimos felices en nuestra primera juventud y que visitaremos en adelante pensando en ti. Siento que te debo esto y mucho mas.



1/09/2008

El caganer en bata

Cuando el Consejero de Sanidad dijo aquello (tambien que habia que ir "llorados al trabajo") seguro que no estaba pensando en aquel médico que tenía la "costumbre" de marchar a casa con el papel higienico del trabajo, aunque este mismo tiene otras costumbres mas gravosas para la propia administración sanitaria, y sobre todo para la víctima, como robar a sus pacientes. Tampoco debería estar pensando en aquel otro que desde la ventana del consultorio se exhibia desnudo para sorpresa y escandalo de sus vecinos, ni siquiera en el caso mas reciente de aquel que puso en jaque a toda su consulta, ante el delirio de creerse superman, ni en el interminable anecdotario que registra nuestra sanidad pública. Lo que es seguro es que las palabras del Consejero han sido excesivas e inoportunas y comprensible la reacción de algunos profesionales ante la falta de aprecio hacia su trabajo por parte del máximo responsable de la politica sanitaria, tal vez en este articulo reciente del doctor Rendueles, un habitual en la prensa regional que ha escrito un interesante artículo sobre la Psiquiatrización del mal, relativo a un caso de agresión sufrido por él mismo a manos de un supuesto enfermo mental, se olvida entre los "problemas pavorosos" que tiene la sanidad en Asturias el referido a la percepción que los ciudadanos tienen del sistema publico, de sus medios, organización y personal, y a su valoración por separado.

El "Hipermobbing" y el Consejero de Sanidad
GUILLERMO RENDUELES

La muy celebrada ocurrencia navideña del señor Quirós respecto a la obligación de que los trabajadores sanitarios acudamos a nuestras labores «cagados, desayunados y con el periódico leído» es, a la vez, anacrónica e hipermoderna. Hace unos años, corría un par de horas cada domingo -preparaba la maratón de Madrid- con Juan, un amigo que había trabajado en el antiguo Banco Gijón. Alguna vez, teníamos que interrumpir la carrera y buscar un escondite donde deponer; a propósito de esos incidentes, Juan me contaba cómo un casposo jefe de negociado del banco que le amargó su juventud, cada vez que tenía que ir al baño, le hacía literalmente el mismo reproche -hay que venir cagados a trabajar- con el que el señor Quirós nos exhortó a los sanitarios en su discurso. Pero, curiosamente, cuando se escucha el sufrimiento en el trabajo en los grandes supermercados o en los centros logísticos, el obrero posmoderno se queja con extraño patetismo de cómo es imposible la autoestima, si el jefe te controla los esfínteres. Se escucha cómo humilla a la cajera de un supermercado, o a un teleoperador, el diálogo con su supervisor, cuando le pide que le sustituya para ir al baño.

Los animosos editores de «Traficantes de sueños» acaban de publicar un interesante libro, «La empresa total», de Renato Curcio (sí, el antiguo dirigente de las Brigadas Rojas), que describe la reciente microcontrarrevolución laboral, que ha puesto en manos de las gerencias el control total sobre la fuerza del trabajo. Las formas de mando y las técnicas de gestión de los «recursos humanos», los mecanismos de captación y la destrucción de las resistencias, la asfixiante atmósfera de indefensión y aislamiento son desveladas con rigor por Curcio. Y cuando se quita el velo a esas nuevas relaciones de dominio, se descubre que ese sufrimiento laboral que los posmodernos reducen a la individualidad con el nombre de «mobbing» no es sino una característica general del trabajo. Por ello, si se quiere conservar el término para describir ese sufrimiento generalizado de la mayoría de los trabajadores, habría que hablar de «hipermobbing» (...)
Si el señor Quirós fuese un político ilustrado, hubiese dedicado su discurso navideño a los tres problemas pavorosos que tiene su ministerio. La economía sanitaria de esta autonomía está quebrada y nos situará en la necesidad de un nuevo tributo. La pirámide de población asturiana es la peor del planeta, y eso incluye tanto al personal sanitario como a las necesidades sanitarias de los usuarios. El gorrón -el «free reader» de los repipis- es la figura dominante en el imaginario popular asturiano que busca ventajas y tutela en todas las instituciones sociosanitarias sobrecargándolas hasta lo inservible. Mostrarse humilde, pedir indulgencia y tiempo para cambiar esa catastrófica situación indicaría prudencia o, al menos, maquiavelismo en el señor Quirós. Dedicar su discurso navideño a eludir esos problemas y centrarlo en imponer disciplinas taylotistas y provocar a los licenciados con exigencias burocráticas para acceder a la carrera profesional refleja, en cambio, una voluntad de conflicto que no dudo que desencadenará en breve una huelga médica. Camino del dichoso baño, me tropecé, unos días después del dichoso discurso quirosiano, con un compañero de trabajo. Aunque pertenecemos a colectivos bastante opuestos -él se presentó en las listas del sindicato médico, y yo, en las de la Corriente Sindical de Izquierda-, nos reímos al constatar nuestra común voluntad de desobediencia usando el papel higiénico en horas de trabajo.


Guillermo Rendueles es psiquiatra en la red sanitaria pública de Gijón

1/04/2008

El Cachete

Ha pasado casi desapercibida, excepto para los especialistas supongo, la modificación del articulo 154 del Código Civil que regula las relaciones paterno-filiales y la adopción, sino fuera que en lo tocante a la prohibición del maltrato físico ha habido posiciones encontradas entre los de siempre. La posición de la mayoría del Congreso coincide con la opinión de organismos internacionales como UNICEF, que en palabras de su representante en España ha dicho:

"No podemos olvidar que la mayoría de los malos tratos que sufren los niños en el mundo es en su entorno familiar. Pegar produce respuestas inmediatas, pero esas respuestas de los niños no se dan por convencimiento, sino por miedo. Pegar no es educativo. Los padres utilizan el cachete cuando ya no tienen argumentos y, además, cuando pegan, la mayoría se frustran".

La posición de PP y PNV es que nada en la redacción anterior del artículo permitía el maltrato físico de menores. De la Iglesia no se ha recibido opinión concreta, sabida es su teoría de lo provocadores que pueden llegar a ser los menores...

Hoy mismo, escribia Ponte sobre el particular y de su experiencia de niño vapuleado.

Victimas de las bofetadas. José Manuel Ponte
Los niños que fuimos educados durante el franquismo recibimos decenas, posiblemente centenares, de bofetadas, por parte de padres, parientes, profesores y personajes investidos de cualquier clase de autoridad para dárnoslas. Además, por supuesto, de los golpes y puñetazos recibidos en las innumerables peleas con los queridos compañeros de colegio, con los niños de otros barrios, y con los oponentes de los partidos de fútbol que se organizaban en la calle. En aquel tiempo, recibir una bofetada era tan habitual como que una mosca se te posara en la cabeza. O tan natural como te lloviese encima. Incluso se daba el caso de que cualquier persona adulta que te viera en la calle fumando, jugando a la pelota, o entretenido en alguna clase de acción reprobable (a su exclusivo juicio), se tomase la libertad de reprenderte y abofetearte con el beneplácito de los circunstanciales observadores del vapuleo. Un conocido mío, cuyo padre era propietario de un famoso ultramarinos, me contó que su hermano pequeño fue sorprendido en la calle por un viandante mientras cogía del suelo una colilla con el propósito de fumársela. El ocasional guardián de la moral pública que no solo le riñó por ello sino que además le propinó dos sonoras bofetadas.. A los gritos de la víctima salió el padre del establecimiento con animo de vengar la afrenta, pero tras saber por testimonio del otro adulto lo que había pasado, aún añadió dos bofetadas más sobre la cabeza del delincuente. Y algo parecido le sucedió a otro querido amigo. El director del colegio donde estudiábamos lo sorprendió fugándose de una sesión cultural de asistencia recomendada, y le dio una paliza monumental, que aguantó estoicamente, cubriéndose el cuerpo y la cara en un rincón como hacen los boxeadores, porque los escolares de entonces estábamos habituados a sufrir esa clase de lances. Concluido el golpeo, y cuando la víctima procuraba adecentarse mínimamente y recuperar la compostura, la señora de la limpieza, testigo del suceso, le recomendó que se lo dijese a su padre. "Lo que me faltaba -comentó este amigo- para que me den otra parecida en casa". Sucesos como estos que describo eran frecuentes y cualquier contemporáneo mío los recordara con algo de nostálgica ternura, sin que la experiencia nos haya provocado ninguna clase de abollamiento mental irreparable. Los tiempos eran duros y había que adaptarse a ellos. Hago relación de lo que antecede porque al final del pasado año el Congreso de los Diputados aprobó la modificación del articulo 154 del Código Civil en cuyo apartado cuarto se autorizaba a los padres a "corregir razonable y moderadamente a los hijos", redacción ambigua que podría incluir el derecho a propinarles un cachete aleccionador de vez en cuando. Desconozco si esa limitación pedagógica de la cariñosa contundencia paternal resultará de alguna utilidad práctica. La prensa resume la iniciativa diciendo que "el bofetón ha quedado fuera de la ley". Es una pena que las normas jurídicas estén sometidas al principio general de la irretroactividad porque muchos podríamos tener derecho a cobrar indemnizaciones millonarias. A tanto por bofetada, una fortuna.

1/03/2008

Lalin, Lalin...

Leyendo hoy el artículo de Alvite en el Faro de Vigo me vino a la memoria el chiste que contaba Vicente de Lalín ("Lalin, Lalin... ni que fuera Nueva York"), que aprovecha el panegírico al politico para retratar a la derecha gallega, divididos entre los "de la boina" y los "del birrete", ahora en declive desde que decidieron mandar al paro a Fraga, a pesar de que el veteranisimo politico mantiene su plaza en el Senado y de vez en cuando nos "regala" sus opiniones sobre el franquismo, la guerra civil o las hazañas de Aznar.

Salud


Aquel tipo de Lalín
José Luis Alvite
Sentí por él la admiración que siempre me despertaron los tipos que llegan al poder con naturalidad, lo ejercen con sencillez y se despiden de él con una mezcla de tristeza y de alivio, como si intuyesen la necesidad de volver a las raíces, a lo sencillo, a ese punto de relativo anonimato en el que el elemental hombre de la calle se reencuentra con el viejo placer de guardar cola en la barbería del pueblo. Pepe Cuiña sabía que su ascensión en el Partido Popular era un asunto circunstancial y brillante y que tarde o temprano le apearían para siempre del coche oficial y la recortarían de las fotos con tijeras. No era uno de ellos y lo sabía. Aquellos señores distantes y estirados no podían entender que les hiciese sombra un tipo del que llegaron a pensar que su referencia intelectual más profunda era un bolero de Lucho Gatica. Desde su falsa ilustración, la vieja derecha de casino jaleó la presencia de Cuiña porque necesitaba los votos que recaudaba a manos llenas con su carisma aquel tipo rústico y efervescente al que nunca podrían perdonarle que le sentase la moto mejor que el chaqué. Lo aceptaron porque les convenía, pero no podían soportar que resultase tan atractivo y tan brillante un tipo en cuyo árbol genealógico no hubiese por lo menos un notario, un registrador de la propiedad o un general de división. Tanta humana sencillez no podía conducir a nada bueno y pondría al descubierto las anacrónicas exquisiteces de aquella derecha rancia y anacrónica en la que los padres, pulcros y hervidos, besaban a sus hijos a través de la subalterna boca delegada de sus criadas con cofia. A las elites políticas tradicionales nunca les gustaron los tipos que, como era el caso de Pepe Cuiña, aprendieron a descorchar el champán sin olvidarse de cómo se bebe el agua por el botijo. El de Lalín no sabía fingir y se le notaba mucho la franqueza. "No puedo hacer cosas en las que no crea, Alvite, por la misma razón que me disgusta aplaudir sin entusiasmo y beber sin sed", me dijo una noche que coincidimos cenando en mesas separadas en un restaurante en O Grove. No eran así muchos de los que le rodeaban. Aquellos tipos le aplaudieron sin entusiasmo, motivados si acaso por el puro interés, conscientes de que la imagen del Partido Popular era más seductora representada a efectos electorales por la imagen de aquel fulano de Lalín que no había necesitado una carrera universitaria para entender la diferencia entre el Código Civil y el papel higiénico. Pepe Cuiña tal vez no conociese el peso molecular del agua, pero era capaz de ir en verano al río llevando las libélulas en el bolsillo y los peces en un caldero. Como es natural, por razones del cargo se vio en la necesidad de servirse del coche oficial, pero yo sé que su instinto era otro y que el protocolo y la etiqueta le producían más asfixia que el tabaco. Aquella noche en O Grove no hablamos de grandes asuntos ni de cosas demasiado profundas. La esperaba en otra mesa un grupo de adeptos, tal vez incluso un par de amigos, pero pidió un café y lo tomó conmigo. Quedamos en que le visitaría en su finca de Lalín para charlar con calma. Se tomó el café, nos dimos un apretón de manos, se puso en pie y regresó a su mesa sin darse prisa, como si no supiese cual era aquella noche su lugar, como si en su mesa le esperase el dentista. Cuiña y yo nos veíamos muy de tarde en tarde, al margen siempre de cuestiones profesionales. Ni él me necesitaba, ni yo esperaba nada de su amistad. Acabada su cena, me saludó a lo lejos y salió a la calle con sus acompañantes. Al ir a saldar la cuenta supe que mi cena estaba pagada. Fue la última vez que vi a Pepe Cuiña. El estaba en lo más alto de su poder y a mí no me iban mal las cosas. Estuve en un tris de asistir a su entierro. Desistí. Habría vomitado al ver lo mal que les sentaba el féretro de Pepe Cuiña a aquellos estirados tipos del PP a los que tan bien les prestaba el maldito chaqué. Ahora sólo me queda volver una noche por O Grove, sentarme en mi mesita de "O Crisol" y pedir un café a mayores por si se presenta a mi lado aquel amistoso y entrañable tipo de Lalín que jamás hizo un solo esfuerzo movido por la absurda vanidad de sudar en grumos el mármol para su estatua. Desde luego, lo recordaré siempre como se recuerda a la gente decente, convencido de haber tenido aquella desinteresada amistad con un hombre al que sólo imagino angustiado por el pesar de no haberle podido echar a los suyos una mano en su propio entierro. En cuanto al duelo, me sumo sinceramente al dolor de su familia y al de cuantos supieron apreciarle. No incluyo a la cúpula del Partido Popular, entre otras razones, porque nunca supe muy bien qué diablos decirles a los cadáveres mal enterrados...