1/16/2015

Los puntos de la fimosis



Memorable no fue pero ayer lo pasamos bien, teniendo en cuenta que nuestra mesa estaba ocupada por unos bárbaros que sorbían callos viendo perder al Madrid y que nos fuimos a tomar un vino (uno, más o menos) a la Vinotería. Alguno se levantó hoy con dolor de cabeza y restos de pepinillos entre los dientes y morros de segundo plato y va a tener que preguntar a su mujer si le apetece a él salir a tomar algo, pero ya hemos toreado en peores plazas.

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J.L. Alvite
Al escuálido Giácomo Fidanza, el traje le sentaba como una carpeta. Su rostro era hielo encuadernado. Años atrás, un cirujano amigo de Ernie le había reparado la mandíbula reforzándosela con el tirador de un féretro ¡Dios santo!, la mirada de aquel tipo te echaba diez años encima. Los días de tórrido calor en el cereal verano de la ciudad, Giácomo Fidanza sudaba resina. Apenas se inmutaba. Alguien como él se tomaría tres disparos en el vientre como un cumplido. Fue Lorraine Webster quien me dijo una madrugada: "No me gusta ese tipo, Al. No me infunden confianza los tipos cuya sonrisa es como si le tirasen los puntos de fimosis".
Cuando le conocí, Giácomo Fidanza alternaba en el 'Savoy' con Jeff Marauder y con Rebeca Labelle, una ex actriz que arrastraba del cine mudo la desagradable costumbre de sorber las frases con los mocos. Jeff era treinta años más joven que Rebeca, pero le ayudaba a derrochar las sobras de su fortuna dándole a cambio unos cuantos revolcones en los que se sentía "como si estuviese profanando el Cementerio Nacional de Arlington". ¡Jeff Marauder…! Presumía de escritor cinematográfico, pero en realidad sólo había hecho incursiones en un par de películas sucias en las que el actor principal era un pene. El tipo venido de la costa nos dijo que la mayor proeza literaria de Jeff Marauder había sido escribirle los jadeos a José d'Alessandro para una película de Paul Morrisey.
La última vez que estuvieron Rebeca y Jeff en el 'Savoy', cenaron a nuestra mesa con Harry Pallantine, un tipo tan poco memorable que los camareros intentaban cobrarle cuatro veces la misma cuenta. Aquella madrugada, Harry le dijo a Rebeca: "Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja, nena". Ella guardó silencio. Harry era demasiado gris como para reparar en él. En Harry Pallantine, incluso la calva parecía postiza…