9/23/2010

Deslizamientos

He leído en algún foro local sutiles advertencias sobre la presencia de gitanos, no se dice si de los “propios” o importados, en nuestros pueblos y urbanizaciones, y su relación con la “casual” pérdida de algunos objetos, así como la extrañeza de alguno que se les vea comprando en las tiendas y comercios de la zona. Otros advierten que por mucho que han cambiado las cosas y las actitudes, dicen, “ellos” siguen igual, no cambian, y dan pié a la desconfianza sobre su comportamiento asocial, cuando no claramente propenso a la delincuencia. No deja de ser un contradicción que en el patio de atrás de nuestra sociedad existe desde hace siglos un grupo humano al margen de casi todo, que viven de lo que sobra, o de lo que se olvida, cuya rémora principal es la ignorancia y la pobreza, y donde han fracasado a menudo los intentos por integrarlos cuando se olvidan a quien van dirigidos y su particular modo de vida. En opinión de la Asociación del secretariado general Gitano, el cambio en la comunidad gitana a partir de los años 80 se ha debido a la generalización de la educación, desarrollando programas de compensación educativa y de apoyo a la escolarización, y también “el acceso a una vivienda y con ello a normalizaciones en higiene, en relación y convivencia vecinal interétnica, estabilidad en un barrio, etc.; también la estabilidad laboral, aunque ésta sea en la venta ambulante; y otras”.

No es casual que el revuelo que se ha montado en Francia con la expulsión de gitanos rumanos y búlgaros, disfrazada de aplicación de leyes contra los ilegales, no tenga el eco suficiente para que la comunidad europea condene firmemente esta medida y defienda los derechos de libre circulación también para esta minoría marginal cuya persecución y aislamiento no ha tenido el mismo reconocimiento que otras.

SaludSutil deslizamiento hacia el fascismo
Carlos Carnicero

Las grandes tragedias del siglo XX se originaron por las crisis económicas y el afloramiento de movimientos populistas, autoritarios y totalitarios, como consecuencia de las guerras y las convulsiones internas. Nadie podría imaginar que el cabo de Bohemia, cuando era un pequeño agitador en Viena obsesionado con su odio hacia los judíos, originaría la tragedia de la segunda guerra mundial.
El mundo ahora está en una crisis que se ha calificado de sistémica porque el capitalismo o la economía de mercado no tiene más carbón y quienes la manejan no están dispuestos a ceder una parte de sus privilegios para equilibrar las sociedades y los países. Son aves de rapiña que quieren establecer que las economías privadas no tienen responsabilidades políticas ni sociales. La ecuación es muy elemental, pero ha cuajado: las sociedades y sus accionistas que arriesgan su dinero no tiene que dar cuenta a la comunidad de los actos que realizan. La idea de la responsabilidad colectiva y el progreso hacia sociedades con menos diferencias se dejan en manos de los estados que cada vez tienen menos poder sobre los mercados y las empresas.
En neoconservadurismo y el integrismo se deslizan sutilmente hacia formas de fascismo revestidas de modernidad, pero que tienen las mismas raíces de siempre. La Eclosión de Silvio Berlusconi en Italia, en medio de la esclerosis de los partidos democráticos, es una buena demostración del colapso de la política. Las actitudes racistas de Nicolás Sarkozy con los colectivos de gitanos rumanos son un espejo que nos devuelve los horrores del Holocausto. Naturalmente nadie se atrevería a expulsar a ciudadanos judíos por el poder que tienen en el mundo. Esa parte de la mayor vergüenza de la historia de la humanidad está blindada afortunadamente. Pero los gitanos son, además, pobres, y la memoria de los que murieron exterminados en los campos de concentración no es suficiente para detener la barbarie del presidente de Francia.
En España no estamos libres de esta contaminación que en Estados Unidos se asienta en la segunda revolución conservadora. La agresión de Esperanza Aguirre, criminalizando los sindicatos, sus liberados y sus delgados es un movimiento en ese deslizamiento hacia el fascismo. Si los partidos están alejándose más de los ciudadanos, y los sindicatos sufren el descrédito organizado de estas nuevas formas de fascismo, el futuro de Europa puede ser terrible a corto y medio plazo.
Es cierto que los sindicatos tienen muchos déficit y necesitan urgentemente una reconversión, pero lo mismo se podría decir de los partidos políticos y de otras instituciones de la democracia. Arremeter contra los sindicatos como institución, demonizar su necesidad y abrir una brecha contra ellos es una agresión autoritaria en esa línea de pensamiento que se sitúa en el fascismo.
La socialdemocracia, el pensamiento independiente y progresista tiene que ganar la batalla a la depresión intelectual que sufre este comienzo del siglo XXI en donde el pesimismo se ha apoderado de los partidos y los gobiernos de izquierda.
Si la receta es la resignación y el sálvese quien pueda será el anuncio del final de la política y la eclosión de nuevas formas de fascismo.