3/24/2009

Confeseme con un cura

La batalla está en la calle y con descaro lleva la voz cantante la Iglesia, una vez mas, y amenazan convertir los pasos de Semana Santa en una manifestación anti-abortista. No les vale solo con confundir hechos cientificos con cuestiones de fe, como el creacionismo o la existencia del alma en las primeras celulas del embrion, sino que acuden a una supuesta autoridad moral para condenar el uso de los condones y la contracepción en general. Hemos sido demasiado permisivos con su hipocresía, tanto que sus "pecadillos" los hemos incorporado a nuestra costumbre: "nunca se puede decir de esta agua no beberé ni esti cura no es mi padre…", aunque a mi gusta especialmente aquella otra canción:

"Confeseme con un cura,
que guapu yera,
Pusome de penitencia
Que lu quisiera.
Y yo lu quise, y yo lu quise
Porque la penitencia de amor,
Tien que cumplise,
Y desde ahora, y desde ahora,
Prefiero morir martir de amor,
Que dormir sola."

Obispos, aborto y castidad

La Iglesia católica ha puesto en marcha una campaña fundamentalista con el fin de paralizar la revisión de la ley de aborto vigente. Pero también prohíbe la contracepción. Sólo permite la castidad o el natalismo salvaje.

JESÚS MOSTERÍN 24/03/2009

La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los cardenales renacentistas? La imagen de deslavazada charlatanería y de enfermiza obsesión antisexual que ofrecen los pronunciamientos de la jerarquía católica no sólo choca con la ciencia y la racionalidad, sino que incluso carece de base o precedente alguno en las enseñanzas que los Evangelios atribuyen a Jesús.

Una bellota no es un roble. Una oruga no es una mariposa. Un embrión no es un niño
La maternidad es muy importante. No se puede dejar al albur de un descuido o una violación

La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre. Por eso dicen que abortar es matar a un hombre, cometer un homicidio. El aborto está permitido y liberalizado en Estados Unidos, Francia, Italia, Portugal, Japón, India, China y en tantos otros países en los que el homicidio está prohibido. ¿Será verdad que todos ellos caen en la flagrante contradicción de prohibir y permitir al mismo tiempo el homicidio, como pretenden los agitadores religiosos, o será más bien que el aborto no tiene nada que ver con el homicidio? De hecho, el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso. Ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción. Donde la Iglesia católica (o el islamismo) no es prepotente y dominante, el aborto está permitido, al menos durante las primeras semanas (14, de promedio).

Una bellota no es un roble. Los cerdos de Jabugo se alimentan de bellotas, no de robles. Y un cajón de bellotas no constituye un robledo. Un roble es un árbol, mientras que una bellota no es un árbol, sino sólo una semilla. Por eso la prohibición de talar los robles no implica la prohibición de recoger sus frutos. Entre el zigoto originario, la bellota y el roble hay una continuidad genealógica celular: la bellota y el roble se han formado mediante sucesivas divisiones celulares (por mitosis) a partir del mismo zigoto. El zigoto, la bellota y el roble constituyen distintas etapas de un mismo organismo. Es lo que Aristóteles expresaba diciendo que la bellota no es un roble de verdad, un roble en acto, sino sólo un roble en potencia, algo que, sin ser un roble, podría llegar a serlo. Una oruga no es una mariposa. Una oruga se arrastra por el suelo, come hojas, carece de alas, no se parece nada a una mariposa ni tiene las propiedades típicas de las mariposas. Incluso hay a quien le encantan las mariposas, pero le dan asco las orugas. Sin embargo, una oruga es una mariposa en potencia.

Cuando el espermatozoide de un hombre fecunda el óvulo maduro de una mujer y los núcleos haploides de ambos gametos se funden para formar un nuevo núcleo diploide, se forma un zigoto que (en circunstancias favorables) puede convertirse en el inicio de un linaje celular humano, de un organismo que pasa por sus diversas etapas de mórula, blástula, embrión, feto y, finalmente, hombre o mujer en acto. Aunque estadios de un desarrollo orgánico sucesivo, el zigoto no es una blástula, y el embrión no es un hombre. Un embrión es un conglomerado celular del tamaño y peso de un renacuajo o una bellota, que vive en un medio líquido y es incapaz por sí mismo de ingerir alimentos, respirar o excretar -no digamos ya de sentir o pensar-, por lo que sólo pervive como parásito interno de su madre, a través de cuyo sistema sanguíneo come, respira y excreta. Este parásito encierra la potencialidad de desarrollarse durante meses hasta llegar a convertirse en un hombre. Es un milagro maravilloso, y la mujer en cuyo seno se produzca puede sentirse realizada y satisfecha. Pero en definitiva es a ella a quien corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre.

El niño es un anciano en potencia, pero un niño no tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, pero no es lo mismo enterrar a un hombre vivo que a un cadáver. A los vegetarianos, a los que les está prohibido comer carne, se les permite comer huevos, porque los huevos no son gallinas, aunque tengan la potencialidad de llegar a serlas. Un embrión no es un hombre, y por tanto eliminar un embrión no es matar a un hombre. El aborto no es un homicidio. Y el uso de células madre en la investigación, tampoco.

Otra falacia consiste en decir que, si los padres de Beethoven hubieran abortado, no habría habido Quinta Sinfonía, y si nuestros padres hubieran abortado el embrión del que surgimos, ahora no existiríamos. Pero si los padres de Beethoven y los nuestros hubieran sido castos, tampoco habría Quinta Sinfonía y tampoco existiríamos nosotros. Si esto es un argumento para prohibir el aborto, también lo es para prohibir la castidad. Pero tanta prohibición supongo que resultaría excesiva incluso para la Iglesia católica. Una de sus múltiples contradicciones estriba en que impone un natalismo salvaje a los demás, mientras a sus propios sacerdotes y monjas les exige el celibato y la castidad absoluta.

Desde luego, la contracepción es mucho mejor que el aborto, pero la Iglesia la prohíbe también (siguiendo en ambos casos al ex-maniqueo Agustín de Hipona, no a Jesús). Tanto el anterior papa Wojtyla como el actual papa Ratzinger se han dedicado a viajar por África y Latinoamérica despotricando contra los preservativos y el aborto, lo que equivale a promover el sida y la miseria. En cualquier caso, la contracepción puede fallar. A veces el embarazo imprevisto será una sorpresa muy agradable. Otras veces, llevarlo a término supondría partir por la mitad la vida de una mujer, arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humano descerebrado. Sólo a la mujer implicada le es dado juzgar esas graves circunstancias, y no a la caterva arrogante de prelados, jueces, médicos y burócratas empeñados en decidir por ella. El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo practica por gusto o a la ligera. Pero la procreación y la maternidad son algo demasiado importante como para dejarlo al albur de un descuido o una violación. El aborto, como el divorcio o los bomberos, se inventó para cuando las cosas fallan.

Muchas parejas anhelan tener hijos, muchas mujeres desean quedar embarazadas y esperan con ilusión el nacimiento de la criatura. El infante querido y deseado suele estar bien alimentado y educado, colmado de cariño y estimulación y (salvo raro defecto genético) su cerebro se desarrolla bien. Por desgracia, el mundo está lleno de madres violadas o forzadas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la falta de estímulos, carne de cañón de guerrillas crueles y explotaciones prematuras. La jerarquía eclesiástica se ensaña con esas mujeres desgraciadas. El cardenal nicaragüense Obando y Bravo se opuso al aborto terapéutico de una niña de nueve años, violada, enferma y con su vida en peligro. Hace un par de años, la Iglesia de Nicaragua acabó apoyando políticamente al dictador Daniel Ortega a cambio de que éste prohibiese definitivamente el aborto terapéutico. Hace unas semanas el arzobispo Cardoso ha excomulgado en Brasil a la madre de otra niña de nueve años violada por su padrastro y en peligro de muerte por su embarazo doble, así como a los médicos que efectuaron el aborto. En 2007 se hizo famoso el caso de Miss D, una irlandesa de 17 años embarazada con un feto con anencefalia, es decir, sin cerebro ni parte del cráneo, condenado a ser un niño vegetativo, ciego, sordo, irremediablemente inconsciente, incapaz de percibir, pensar ni sentir nada, ni siquiera dolor. Las autoridades impidieron que Miss D fuera a Inglaterra a abortar, aunque más tarde los tribunales anularon la prohibición. Los grupos católicos fanáticos presionan para que se impida a las irlandesas que viajen a Inglaterra a abortar, lo que choca con la legislación comunitaria, que garantiza la libertad de movimientos en la UE.

En España misma, el año pasado, una mujer preñada de un feto con holoprosencefalia, condenado a morir al nacer o a vivir como vegetal, tuvo que ir a Francia a abortar. El derecho a abortar es para muchas mujeres más importante que el derecho a votar en las elecciones, y ha de serles reconocido incluso por aquellos que personalmente jamás abortarían. En 1985 se aprobó la reforma del Código Penal para cumplir a medias y mal el programa electoral del PSOE. Desde entonces, tanto los Gobiernos de Felipe González como de Zapatero se han dedicado a marear la perdiz, diciendo que no era el momento oportuno y que había que esperar a que los obispos dejasen de vociferar. Pero los obispos nunca van a dejar de vociferar. Después de 24 años de remilgos, espero que los socialistas se decidan finalmente a liberalizar el aborto dentro de las primeras semanas del embarazo. Tampoco hace falta ser tan progre para ello. Margaret Thatcher lo tenía ya perfectamente asumido hace 30 años.

Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC.

Hijos de la picaresca

Un articulo revelador del ser ( mejor el estar) de los españoles. Recuerdo que en las milicias, cuando nos robaban el gorro o una manta, si protestabas, encima quedabas de gilipollas. Yo pensaba que hubiera sido una buena ocasión para un poco de educación. Pero claro ¿quien la iba a impartir? En fin, a mi esto no me encajaba. Pero terminabas haciendo lo mismo que todos. Menos mal, que por fin, alguien comienza a interrogarse sobre este asunto, públicamente. Asi que seguiremos otro poco sin perder la esperanza.

Horacio Pérez


ROSA MARÍA ARTAL
Hijos de la picaresca
Una conciencia laxa ante la corrupción, la creencia frente a la ciencia y un atraso educativo secular: tres pies para una mesa que cojea por su erróneo diseño. Alcaldes de todos los partidos son acusados de corrupción, ingresan en la cárcel entre llantos, vítores y aplausos, y, en el 71% de los casos, resultan reelegidos, aumentando incluso sus apoyos. ¿Concedemos los españoles mayor permisividad que otros pueblos a la trampa, el robo, la malversación, el cohecho y todas sus variantes delictivas?

Sin duda, somos hijos de la picaresca, un género literario asociado a las letras españolas que nos ha impregnado el alma. O viceversa. En su tiempo de esplendor -siglo XVII-, la picaresca supuso una auténtica creación porque abordó con crudo realismo la verdad, en contra de las idealizaciones del Renacimiento. La novela picaresca suprime artificios de lenguaje y refleja la sociedad en la que vive: la que distingue a los seres humanos según su cuna y arroja a los abismos al pobre, que sólo puede medrar con subterfugios superiores a los de aquellos a quienes se ve obligado a servir. España de falacia y pandereta, de filfa, patraña y estafa, lerda y falsa, clerical y oscurantista, que nunca concede al pícaro la gracia heroica del triunfo sobre el poder. Su astucia obligada sólo le ayuda a sobrevivir.

Pocos países en la historia han ostentado la hegemonía mundial. España tuvo ese dudoso privilegio durante varios siglos. Lo que otros imperios robaron -tributos y botines de guerra, si se prefiere usar eufemismos- puebla sus museos. Grecia y Egipto se contemplan en el British londinense, y, lo que resta, en el Louvre parisino o en el Vaticano. ¿Y qué fue de los tesoros incautados por España? A partir de esa primera interrogante, nos encontramos a los Austrias dominados por validos o, llegados los Borbones, a la regente María Cristina, que amasó una inmensa fortuna trapicheando, según se le atribuye, con la sal, los incipientes ferrocarriles e incluso la trata de esclavos.

La Segunda República no se libra de despilfarros, falta de organización y corruptelas. Alejandro Lerroux se vio obligado a dimitir de su breve mandato como presidente del Gobierno por los escándalos del estraperlo y el cobro de favores -uno de los pocos a quienes la corrupción le pasó factura-. En realidad, la trayectoria española del siglo XX está llena de casos con nombre propio. Inolvidables Matesa y Sofico en el franquismo; el aceite de colza, con la UCD, y todos los que ya apoya la memoria reciente.

España, pozo de dinero negro, ha hecho de la burbuja inmobiliaria el primer alimento para nuestra fama de corruptos. Extendida por todo el territorio español, prevarica, trafica con influencias, cobra comisiones y adjudica irregularmente. Se la está atajando con múltiples investigaciones y condenas, pero la basura no cesa de fluir. Una comisión del Parlamento Europeo dictaminó en 2007: "El urbanismo que está padeciendo España es un atentado contra derechos fundamentales, movido por intereses bastardos de constructores sin escrúpulos, conchabados con alcaldes de poca monta, enfeudados unos y otros en la codicia y la avaricia".

Si nos atenemos a los datos de la organización Transparency Internacional, ocupamos, sin embargo, el puesto 28 -entre 180- entre los más limpios, con una calificación de notable (6,8). La ciudadanía, en cambio, dice percibir alta corrupción, sobre todo política. Sólo que -y esto es básico- no le importa. Sólo un 2% de los ciudadanos la cita como problema en las encuestas del CIS.

Para los diccionarios de sinónimos, el pícaro es travieso, pilluelo, bribón, tunante, revoltoso o astuto. ¡Dulce benevolencia! Buena parte de los españoles admira a quien se enriquece, sin importarle los métodos.

El desmesurado peso de la Iglesia católica en el Estado español a lo largo de toda su existencia no es ajeno a la aceptación tácita de la corrupción. Influencia clara, cuando aún intenta impedir en España lo que acepta en otros lugares, como el estudio de Educación para la Ciudadanía o una ley del aborto europea. Partimos de dos premisas fundamentales que constituyen la razón de ser la religión: creencia frente a ciencia y juicio, y limpieza del pecado con una penitencia cómoda y solitaria. Los vecinos que vitorean alcaldes presuntamente corruptos no "creen" que lo sean, de nada les sirven las pruebas, les posee la fe. Muchos políticos también participan de esa actitud. Y sobre todo, demuestran pensar que la contrición privada exime de culpa, al margen de la justicia.

Causa y consecuencia, la educación sigue siendo asignatura pendiente de los españoles porque, a pesar del indudable y vertiginoso crecimiento económico, partir del subdesarrollo y la dictadura lastra. Aún presentamos un notable fracaso de instrucción infantil... y evidentes carencias en los adultos. Desde la inocua falta de uso de expresiones corteses y el escaso dominio de lenguas extranjeras, a no pensar en los otros -elemento básico de una formación adecuada-. País bipolar, de excesos y carencias, generador de caspa que no tapa el progreso.

Una llave para el cambio: la búsqueda del bien común. Y con ella, franquear la entrada a una nave que aguarda durante siglos partir hacia una nueva España. Por la borda y con una pesada ancla, habremos de arrojar la picaresca y todo lo que implica. Para enderezar la Historia.