LOS autores lugarcomunistas no han escatimado detalles de la ascensión de un señor de Pontevedra que sólo lee el «Marca» a la jefatura de un partido que, por el procedimiento de abrazar el escepticismo de la democracia relativista -un relativismo tan seguro de sí mismo que ha de ser impuesto a quienes no lo compartan-, ha logrado en un congreso político lo que no logró la izquierda en una guerra civil: acabar con la derecha.
La derecha, pues, pasa a llamarse centro, y su representante, el PP, se convierte en un partido centrista o de «mediaos» de mes, con arreglo al abanico ideológico que otro gallego, Silva, estableció en «La procesión de los días»:
-A principios de mes soy monárquico, derechista, conservador; el día diez me hago liberal; hacia el veinte me trueco en socialista y suspiro por el reparto. Días antes de terminar el mes, abjuro de esos ideales y comprendo que no hay salvación sino en el anarquismo práctico. Entonces le pido dos duros al habilitado con la intención secreta y firmísima de hacer una bomba. Pero lo mismo es tener los dos duros que sentirme republicano posibilista. En alguna de estas etapas usted y yo coincidiremos, sin duda. Podemos llamarnos, sin recelo, correligionarios.
Rajoy, desde luego, se declara correligionario de todo el mundo, y si la gente todavía no se ha enterado es por el jaleo de la «kermesse» heroica de los medios con «El Republicano» en los toros y «La Roja» en el fútbol. Me lo explicó un amigo muy chinche el día en que El Emo de Galapagar protagonizó en la plaza de Las Ventas el momento más emocionante que haya vivido Trinidad Jiménez:
-En eso andamos: el cuerpo místico, convertido en un colador. O el tiempo como sucesión de cornadas; con arreglo al programa-programa: «y les dieron las diez/ y las once/ y las doce/ y la una/ y las dos/ y las tres...» La vista cansada. El jugo del ángel. Lo acelerado de la crisis neodecimonónica: «Oigo, España, tu afición». Ten paciencia.
Los medios son los medios. Los medios dan gato por liebre, que es dar hipérbole por verdad. En los toros, los medios venden como naturales descritos por Corrochano las «guiñás», y los puntazos por las «cornás» que le costaron la pierna a El Tato, y los toros-artistas de Domecq por miuras asesinos de la reata del lunar.
-Cuando veo a José Tomás cruzar la plaza entre aplausos siempre recuerdo la «Ilíada» -dice el ministro de Cultura.
Ya sabemos que el ministro de Cultura no ha ido a los toros en su vida. Pero, siendo gallego, como Rajoy, y habiendo dedicado su primera toma de posesión a la memoria republicana de su abuelo, ¿por qué recordar la «Ilíada» de Homero y no «La República» de Platón? Platón echó de su República a Homero, y ése fue el origen de la crítica occidental. Ahora Harold Bloom confiesa releer regularmente «La República» para recibir una sabiduría que mitigue su furia contra «el ruido de la ideología», ruido, por cierto, del que, gracias al centrismo de Rajoy, estamos exentos en España, con lo que el ministro de Cultura, también él obligado a decir chorradas de Tomás («otro torero lírico»), tiene que tirar de la «Ilíada». ¿Qué sabe hoy nadie de la tragedia épica de Aquiles?
-Villa (el goleador, no el presidente Villar) aprobó, en un curso, sólo la gimnasia -informa desde la Viena de Stefan Zweig el periodista Carlos Toro-. Su padre ni se inmutó; el niño iba a ganarse la vida con el balón.
«Desgana de cultura», llamaría a eso el doctor Freud de Viena, donde las páginas deportivas de los periódicos, con su lenguaje criptográfico, se le antojaban escritas en chino a Zweig, que adoptaba el punto de vista del sha de Persia, quien, cuando lo invitaban a un derby, se defendía con sabiduría oriental:
-¿Para qué? Ya sé que un caballo puede correr más que otro. Me es del todo indiferente cuál.
Cuando los inviten a elegir entre Zapatero y Rajoy, piensen ustedes en las notas de Villa y en la sabiduría del sha.