6/22/2012

Hostias consagradas

Ya dijo Borges que la Teologia es la rama mas excelsa de la ciencia ficción, estoy seguro que Ana Esther como experta en el tema, (de la ciencia-ficción, claro) no le llevará la contraria. Asi lo expone Borges en esta interesante charla con Sábato. Viene a cuento por el artículo de Ponte hoy en El Faro de Vigo, sobre el robo de hostias consagradas en una iglesia gallega  y las disquisiciones teológicas que conlleva la posible caducidad de sus propiedades benéficas.  
 
                                         Charla entre Jorge Luis Borges y Ernésto Sábato

(...)
- Borges: No se que escritor dijo: "Las ideas nacen dulces y envejecen feroces"

- Sábato: ¡Hermosa frase! Además son siempre los pensadores los que mueven la
historia.

- Borges: Pienso que toda la historia de la humanidad puede haber comenzado en
forma intrascendente, en charla de cafe, en cosas así, no?

- Sábato: Perdone que me quede tocado por esa frase que usted cito. Recordemos
las cosas feroces que se hicieron en nombre del Evangelio. Y las atrocidades
que hizo Stalin en nombre del Manifiesto Comunista.

- Borges: ¡Que extraño!... nada de eso a ocurrido con el Budismo.

- Sábato: (Con tono esceptico) Pero digame, Borges, ¿A usted le interesa el Budismo
en serio?. Quiero decir como religion. ¿Ó sólo le importa como género literario?

- Borges: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno,
quiza crea en el Karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.

Por un instante las risas se confunden con las palabras. Los dos se divierten

¿Y qué opina de Dios, Borges?

- Borges: (Solemnemente irónico) ¡Es la máxima creacion de la literatura
fantastica!. Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado
con lo que imagino la teologia. La idea de un ser perfecto, omnipotente,
todopoderoso es realmente fantástica.

- Sábato: Si, pero podria ser un Dios imperfecto. Un Dios que no puede manejar
bien el asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un Dios que se
duerme y tiene pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las
catastrofes....
- Borges: O nosotros (Se ríen). No se si fue Bernard Shaw que dijo: "Dios esta
haciendose"

- Sábato: Es un poco la idea de Strindberg, la idea de un Dios histórico. De
todas maneras las cosas malas no prueban la inexistencia de Dios, ni
siquiera la de un Dios perfecto. Usted acaba de insinuar que cree mas bien
en los budistas. Si un niño muere, de modo aparentemente injusto, puede ser
que este pagando la culpa de una vida anterior. También puede ser que no
entendamos los designios divinos, (que pertenecen a un mundo transfinito).

- Borges: Eso coincide con los ultimos capitulos del libro de Job.

- Sábato: Pero digame, Borges, si no cree en Dios ¿Por que escribe tantas
historias teologicas?

- Borges: Es que creo en la teologia como literatura fantastica. Es la perfección
del genero.

- Sábato: Entonces, suponiendo que fuera el Gran Bibliotecario Universal, ese
bibliotecario que toda la vida soño ser. Borges pondria en el primer lugar la
Biblia, no?

- Borges: Y sobre todo un libro como Summa Teológica. Es una obra fantastica muy
superior a la de Wells.
(...)

Cuando se roban hostias

José Manuel Ponte



Viene en la prensa. En un pueblo de Galicia, de cuyo nombre no conviene acordarse, se produjo no ha mucho un robo en una iglesia del rural. Las iglesias no abundan en dineros constantes y sonantes, los cepillos ya no se llenan como antaño y a poco que suene algo de calderilla dentro de ellos hay que aliviarlos de peso rápidamente (con la diligencia propia de un buen recolector de huevos de gallina), para evitar tentaciones a los amigos de lo ajeno. Que son muchos, cada vez más, por culpa de la crisis. No obstante, las iglesias acumulan todavía otros objetos de mucho valor artístico que encuentran salida en el mercado clandestino de arte, como muy probablemente ocurrió con el famoso Códice Calixtino hurtado en la catedral compostelana y del que no se ha vuelto a saber nada. Cada poco nos dan la triste noticia de que una iglesia ha sido asaltada y los ladrones se han llevado una imagen, una pintura, un copón, una cruz, o algún otro objeto dedicado al culto. Desgraciadamente, el patrimonio artístico español, incluido el eclesiástico, está muy mal defendido y no hay medios bastantes para conservarlo dignamente. En algunas iglesias se ha llegado al recurso de sustituir el original por una copia, pero incluso esa solución es demasiado onerosa en los tiempos que corren. O inconveniente porque el material de que está hecho el sustituto no posee las condiciones milagreras del anterior que las recibió seguramente de alguna piedra o madera antiguas que fueron objeto de idolatría en los tiempos oscuros del paganismo. En el robo de la iglesia gallega que comentamos, a falta de dinero, los ladrones se llevaron un copón bañado en oro, y lo que es peor, según la crónica del periódico, las hostias consagradas que contenía. Lo del copón tiene arreglo porque el párroco ya ha evaluado su coste y espera sustituirlo en breve a poco que funcione una colecta popular que ha puesto en marcha. Pero lo de las hostias consagradas, ya preocupa más. No tengo a mano un teólogo de confianza para que me explique cuánto tiempo dura la consagración en una hostia que queda sin repartir, y me queda la duda de si esa condición de sagrada se esfuma con el tiempo o, por el contrario, permanece perenne por los siglos de los siglos. Unas hostias consagradas en manos de unos ladrones que no saben de su condición son una mercancía de alto valor energético que habría que transportar con el mismo cuidado que utiliza la Iglesia Católica en sus desplazamientos, bien para acudir en auxilio de enfermos o moribundos, bien para ser llevada en solemne procesión rodeada de señoritas con mantilla, dignísimas autoridades, bandas de música y bizarros militares. Yo estoy por apostar que, en cualquier caso, la energía que desprenden esas hostias será positiva y propiciará la bonhomía de quienes estén cerca de ellas. Si todavía viviese mi buen amigo el jesuita José María Díez Alegría, le interrogaría sobre el dilema de si la consagración tiene un efecto duradero sobre la hostia o, muy al contrario, la va perdiendo con el tiempo. Como era hombre de humor, supongo que se hubiera reído.

6/19/2012

Calamares en su tinta

Estoy seguro que desde Madrid, o desde Berlín, donde se toman algunas decisiones que afectan negativamente a Asturias, no se tiene en cuenta que pasada la cordillera Cantábrica desde la meseta el cielo se vuelve plomizo y que nuestro espectáculo natural tiene relación directa con este fenómeno meteorológico, que a pesar de repetido siempre nos pilla de nuevos, y lo que es peor, nos induce una melancolía próxima a la depresión que no es buena compañera de nuestra extrema situación económica. Con las cosas así, la radicalización de la lucha en las cuencas es cuestión de tiempo y de actitudes como las de este gobierno.
Entretanto, Jose Luis Alvite nos cuenta sus historias por capítulos...
Salud y República     

 

Guiso de calamares (I); por José Luis Alvite


17 Junio 12 - - José Luis Alvite
Me esperaba casi cada noche al amparo de la oscuridad, en el callejón por el que salía del periódico después de haber entregado mi crónica de sucesos. El gitano Dimas Gabarri había asesinado años atrás a un hombre en la ciudad de A Coruña y con la prisión se había vuelto casi razonable. A veces me contaba cosas y no le importaba delatar a otro a cambio de una pequeña suma de dinero que yo pagaba de mi bolsillo. Ni él ni yo teníamos dudas morales sobre eso. Yo vivía de escribir y él y los suyos tenían que comer. Una noche el bueno de Dimas me dijo que él tenía conciencia, pero que cuando apretaba el hambre, en las advertencias de Dios se le mezclaba, como una tentación insuperable, el recuerdo de haber olido un guiso de calamares al pasar por la puerta de una tasca. Después me dio la noticia de un atraco sin importancia, un asunto de medio pelo que no habría merecido una sola frase en el periódico, y rehusé pagarle. Entonces detuvo sus pasos, me sujetó de un brazo y me dijo: «¿Qué quieres que haga? Vivimos en una ciudad pequeña. Hay gente decente por todas partes. Joder, colega, esta ciudad es más tranquila que su cementerio. No puedo traerte un cadáver cada noche. Estamos pasando un bache, hermano. El otro día atraqué a un hombre de madrugada en una calle desierta. El tipo tenía los bolsillos vacíos. Me dio pena. ¿Sabes?, me dio mucha pena, así que me largué antes de que, por culpa de sentir compasión, el jodido atraco me costase dinero. Vivo en un chamizo con mi mujer y tres hijos que se  suben a la mesa para que no los muerdan las ratas. Necesito dinero, hermano, y resulta que vivimos en una ciudad decente. Te traigo lo que tengo. La gente tiene últimamente el jodido vicio de no matar. ¿¡Qué coño quieres que haga!?»… 

Guiso de calamares (II); por José Luis Alvite

18 Junio 12 - - José Luis Alvite
No era fácil entender las razones por las que aquel tipo había asesinado a un hombre y se dedicaba a delinquir. Al gitano Dimas Gabarri su conciencia le aconsejaba no matar, pero resultaba que su dignidad le impedía mendigar, así que casi sin que me diese cuenta se convirtió en una especie de becario al que me vi en el compromiso de costearle una parte de sus gastos y algunos vicios. Al menos la mitad de mi sueldo acababa en sus manos. Con razón una madrugada entró exultante en un céntrico pub de la ciudad y presumió de vivir del periodismo. Entre mi cobardía y su verborrea, aquel tipo había conseguido invertir los papeles y yo me sentía como el ventrílocuo al que su muñeco le metiese de vez en cuando la mano por el culo. Naturalmente, Dimas lo veía de otro modo. Para él nuestra relación se trataba de una perfecta muestra de buena vecindad, la demostración de que el periodismo podía alimentarse de la realidad por su cercanía a las fuentes, sin recurrir a la Policía, algo así como  comprar el pescado en la cubierta del palangrero sin necesidad de pasar por la lonja. A cambio de arruinarme por culpa de Dimas, reconozco que gracias a aquella vecindad nadie me pisaba una noticia. Todos los datos que me traía aquel tipo eran fiables. Dimas tenía la mirada sesgada como si me viese a través de los ojos despoblados de un muerto y yo a veces pasaba miedo al enfrentarme a sus ojos en la oscuridad del callejón. También él temía que los otros criminales descubriesen que era un delator y no comprendiesen que lo suyo no era traición, sino periodismo. Una madrugada me dijo: «Tendrás que arreglártelas sin mí. No puedo traicionar a mis colegas. Puede que no lo entiendas, pero en este caso mi conciencia no me permite ser decente».
 

Guiso de calamares (y III); por José Luis Alvite

 19 Junio 12 - - José Luis Alvite
Una tarde me dijeron en comisaría que el gitano Dimas Gabarri había aparecido muerto en extrañas circunstancias en otra ciudad y confieso que por primera vez en mi carrera no quise saber nada de un asunto turbio que se presentaba interesante. Recordé su tensa amistad, los delirantes momentos de furia  y tantas  noches compartidas. Visité a su viuda en el ahumado chamizo a las afueras de Compostela. Me contó que Dimas llevaba un tiempo ilusionado con la posibilidad de cambiar de vida y me agradeció que le hubiese servido de ayuda. La chica de Dimas se llamaba Fabiola, olía a sexo con calamares  y vivía con dos hijos muy pequeños en un sitio miserable en el que en caso de incendio a mí me pareció que con el asco hasta se habría extinguido el fuego. Era mediodía y la viuda de mi amigo había puesto agua al fuego para cocer unas verduras con la esperanza de que supiesen remotamente a jamón gracias a la sabia decisión de no lavarlas. Recordé que una noche Dimas me había dicho que su mujer era una chica estupenda que le atraía mucho porque se lavaba «lo justo para no echar a perder su excitante olor de hembra». A pesar de ser un tipo imprevisible, capaz de matar a un hombre en un repentino arranque de furia, el gitano Dimas era muy sensible para lo carnal y muchas veces al hablar de mujeres me había asegurado que cuando tenía sexo con Fabiola se insultaban como si se odiasen y él sabía que su chica estaba al borde del orgasmo porque al mirarla a ella a los ojos los perros rompían a ladrar. Aquella tarde de verdura y tristeza Fabiola me invitó a que esperase a su lado para la cena. Iba a comprometerme, pero rehusé. La besé en la mejilla y marché al periódico. Creo que los perros de Dimas tardaron mucho tiempo en ladrar.