11/28/2014

Patriotismo con burbujas



 Es acojonante que los primeros que expresan un boicot a un producto eminentemente catalán como es el cava sean precisamente los que presumen de catalanismo. Al margen de que el presidente de Freixenet sea un convencido “españolista”, los necios radicales de la barretina oponen dos millones de consumidores potenciales, catalanes por supuesto, al resto de consumidores nacionales donde esta marca está introducida y es muy reconocible. ¿Tendrán idea de lo que puede suponer para la industria y el comercio un boicot en toda la regla del consumidor español a los productos catalanes? Así las cosas, algún día lo descubrirán. Pero sobre todo, ¿serán conscientes de la división que produce en la sociedad catalana sus propuestas radicales?

Salud

Los patriotas del boicot

El nacionalismo catalán más radical ha llegado al extremo irracional de combatir un producto de la tierra como Freixenet

 

Herman Melville, buen conocedor del paño dogmático, definía los espíritus sectarios como “mentes compactas, igual que Biblias cerradas”. La diputada de CiU Elena Ribera acaba de cerrar la Biblia con un tuit esperpéntico sobre Freixenet, el grupo catalán de cava: “Freixenet, buscando no perder cuota de mercado, brinda por 100 años juntos. Acaba de perder dos millones de consumidores catalanes... potenciales”. Una llamada al boicot en toda regla por la que pidió disculpas (una vez más, se prefiere pedir perdón a pensar antes de hablar) horas después. Ribera glosaba de esta forma tan estrambótica el anuncio de Freixenet, cuyo brindis final es “Por los próximos 100 años juntos” (la empresa catalana nació en 1914).
La salida de tono de la diputada, que comparte el mismo amor por el boicot que expresa lo más rancio de la caverna central, responde a la conocida posición del presidente de Freixenet, Josep Lluís Bonet, quien no ha tenido empacho en declarar públicamente que “Cataluña es parte esencial de España y debe seguir en esa línea”.
Ribera converge en este boicot (¡a un producto catalán!, a este extremo de irracionalidad se ha llegado) con Alex Fenoll, un empresario que dirige una red social sobre moda y tendencias. Fenoll, que se hizo famoso porque se negó a dar la mano en febrero de 2014 al entonces príncipe Felipe en un encuentro empresarial, también se ha explayado vía tuit: “Este año he hecho retirar las botellas de Freixenet de los lotes de Navidad de la empresa. Lo sustituimos por un Parxet Brut. ¡Es más nuestro!”. Magnífica estampa la de un gestor fashion decidiendo las botellas de cava que lleva la cesta de Navidad.
Estas expresiones atropelladas expresan gran confusión entre clientes o proveedores y enemigos. La diputada Ribera y el empresario Fenoll han leído el Por los próximos 100 años juntos como el eslogan de un contubernio Madrid-Barcelona y no como lo que es, mera fidelización de clientes. Toda interpretación que se salga de ahí habría que incluirla en las obsesiones compulsivas que degradan la gestión política y empresarial.

4/11/2014

Bajo palio



Faltaba Maruja Torres para cerrar el capítulo de Rouco y los funerales de Estado (católico, por supuesto) de Suarez.  El día que algún político, incluso de izquierdas, se levante en medio de una homilía, o mejor, el día que nuestros políticos, incluido la Jefatura del Estado, todos empezando por la izquierda, dejen  de asistir a actos religiosos “oficiales” y se respete lo previsto en un Estado no confesional las cosas empezaran a cambiar. Mientras tanto, cualquier soplagaitas vestido de payaso, con una gorra absurda y con báculo de plata a cargo de los presupuestos del Estado, se cree con el derecho a decirnos lo que tenemos que pensar.
    

Bajo palio

Con un par de botafumeiros, Rouco Varela brama su apocalipsis. Delante del Rey, de la Patria, del Ejército, de los Presidentes y de la madre que los parió. Habla, y nadie se pone en pie y le grita: "¡A ver si te callas!"

Urkullu censura que Rouco "desdeñe la democracia basada en la voluntad popular"
Cada misa que pasa me gusta más Rouco Varela. Al margen de que tenerle a él delante es como hacer turismo gratuito -un tour guiado por las catacumbas de Roma, o una visita al túnel del tiempo, a Pío XII cuando bendecía los tanques nazis-, verdaderamente es la persona, con o sin faldas, que mejor ha comprendido la España en que vivimos, ésta de la marca de hierro candente en forma de yugo que llevamos grabada a baba mala en nuestros lomos.
Lo que él dice no nos gusta. Pero el hecho de que lo diga, alto y claro, impunemente, antes como capo de la Episcopal y, ahora, como arzobispo almudenero de la capital del Reino -lo pongo con mayúscula por pura corrección en el estilo- debería hacernos reflexionar acerca de lo que hemos llegado a ser, lo que hemos aceptado retroceder desde que la voluntad popular mayoritaria de los votantes, así como la indiferencia de los no votantes, nos puso a los pies del caballo en el que se montó Pablo después de haber sido derribado por aquel noble potro que se lo sacó de encima por fanático.
Con un par de botafumeiros, Rouco Varela brama su apocalipsis. Delante del Rey, de la Patria, del Ejército, de los Presidentes y de la madre que los parió. Rouco Varela habla, y nadie se pone en pie y le grita: "¡A ver si te callas!". Todos aguantan, como cabritos, y ni siquiera el cadáver excelente se remueve en el féretro. No se nos aparece, para consolarnos, el demócrata Tarancón, aquel buen cardenal para quien los de Rouco, futuros mimbres de este régimen, pedían el paredón: Tarancón y su espíritu, por mucho Versalles que le echen a la memoria de Suárez, han sido reducidos a cenizas. Tampoco se nos manifiestan los curas buenos que se curraron su cielo haciendo de obreros y trabajando en las barriadas pobres: han sido aventados, anulados por las huestes del Mefistófeles éste de las enaguas.
Es singular la pachorra con que nuestros prohombres y promujeres escucharon las palabras del arzo-avispa, inmóviles en sus bancos, culos gordos morales y tripas espirituales contentas -aparte de las físicas: la guata, homenaje a Chile desde aquí- mientras, con un hilo invisible, sujetaban los globos de su ego, que se alzaban hacia lo alto de esa fea basílica, tan elocuente y parábola de la oquedad de nuestros días, llenando el espacio de peste a pedos de una calidad indescriptible, y que por tanto no describiré. En su afán por loar la Transición, por adueñarse de ella, por adaptarla a su medida, unos y otros aceptaron una ética y una estética absolutamente franquistas, que tuvieron en Rouco Varela su mejor sinfonía de síntesis.
Aquello no era un funeral. Era un trastero. Sin embargo, esas siluetas polvorientas, sometidas gustosamente a los aspavientos de yihad proclamados por un eclesiástico decrépito pero bien pagado, esos fantasmones, lo queráis o no, están en activo. En sus poltronas gubernamentales, sus bancadas parlamentarias o sus consejos de administración.
Contemplando como nos hundimos, cómo se hunde la libertad, a golpe de sermones y de hostias en la calle.
Más honrado sería que formaran disciplinadamente detrás del monseñor. Y que lo hicieran, todos, bajo palio.