9/14/2005

ACULTURACION

Dice hoy El Roto en El Pais, en boca de un delegado en plena reunion del G-8 (o cualquier otra reunion de los grandes), "El cambio climático producido por nuestro sistema de desarrollo, creará nuevas oportunidades para nuestro sistema de desarrollo", osea, que no hay nada que hacer.
Aunque para alguno de nuestro contertulios (que si ha realizado un "cambio climatico") eso del cambio climático, el efecto invernadero, el agujero de ozono y la disminucion de los casquetes polares (y de los otros) es un mito interesado, lo cierto es que hay algun indicio serio que muestra cierta aceleracion en algunos procesos, y en la que no son ajenos el aumento de la contaminacion, basicamente la quema de combustibles fosiles y el aumento del parque de vehiculos de motor, y la disminucion dramática de los bosques tropicales. Ni que decir tiene que el incendio reciente, y los muchos que se suceden, todos ellos en repoblaciones con especies muy rentables pero muy fragiles ante el fuego, aparte del drama de perder unas vidas humanas no hacen mas que acelerar nuestra tendencia a la desertizacion, una muestra mas de estupidez, echando un pulso a la barbacoa, como lo pinta el chiste de hoy en El Mundo.
Otra forma de desertizacion, o desertificacion que no estoy muy seguro, es la cultural, no se si tan grave, lo que hoy en LNE muestra con gracia en este articulo sobre el modelo de adornos de nuestras ciudades y villas. El mobiliario urbano, los arboles y la decoracion general hacen que, salvo en La Fresneda, podamos estar en cualquier sitio y no notar cambios.

Salud
Alvaro


Ideología y estética

CELSA DÍAZ ALONSO
En cierta ocasión, uno de nuestros altos cargos políticos del Gobierno asturiano acudió a una localidad de las cuencas mineras a inaugurar una plaza pública recién remodelada. En un ataque de populismo, fue a saludar a dos mujeres que estaban sentadas en un banco tomando el sol. Tras hacerse la consabida foto de acercamiento al pueblo, y mientras les tendía amistosa mano, tuvo la feliz idea de preguntar si les gustaba el cambio; con una inocencia envidiable, una de ellas replicó: «¡Muchísimo, está igual que Oviedo!». Silencio sepulcral y huida del político y allegados; ostentoso cachondeo del resto de los allí presentes.
Esta anécdota podría trasladarse a cualquier lugar de la geografía nacional. Desde hace tiempo las ciudades se embarcaron en una carrera de modernización urbanística que, vistos los resultados, parece disponer de un limitadísimo mercado de materiales y diseños. Como consecuencia de este proceso de aculturación, las poblaciones pierden su identidad y se imitan unas a otras. Y este vicio se sigue extendiendo -parece que no se escarmienta nunca en cabeza ajena- a cualquier núcleo urbano, por muy pequeño que sea. Pueblos y villas han entrado en este trágala que avanza a pulsos marcados por la periodicidad de las elecciones municipales, y así gastarse esos fondillos de este o aquel plan de desarrollo. Peatonaliza esta calle, reacondiciona esta plaza, sanea esta ribera, y en un rincón cualquiera al que nos hubieran llevado con los ojos vendados, no sabríamos si nos encontramos en Oriente, Occidente, costa, interior o La Mancha. Igual que las barriadas del Movimiento eran, y aún son, iguales en Portugalete o en Málaga.
¿Qué lúcidas cabezas tienen como misión convertir a un país entero en uno, grande y estéticamente igual? Curioso que independientemente del partido al que pertenezcan alcaldes o ediles, independientemente de su extracción social o cultural, los criterios estéticos de los responsables urbanísticos sean los mismos. Si estética e ideología van de la mano, no hay prueba más palpable de homogeneidad. El pensamiento único sublimado en una jardinera de fundición, un magnolio o una farola, copia de los modelos decimonónicos más rancios. Una homogeneidad que curiosamente aplauden los mismos próceres a los que constantemente se les llena la boca hablando de «poner en valor la diversidad y los hechos diferenciales», eco vacuo e interesado de voces expertas en distintos campos, que desde hace unas décadas alertan sobre el peligro y la pobreza que representa la pérdida de la diversidad biológica y cultural que impone un mundo cada vez mas eficiente.
Parece entonces que los conceptos estéticos quedan fuera de la cultura, en una especie de limbo que consiente la ignorancia sin sonrojo, permitiendo perpetrar cualquier pollinada y «a mucha honra», puesto que como en el amor, la guerra y el fútbol, vale todo. Seamos serios, no vale todo. No tiene ningún sentido que desde la Administración pública se acabe de un plumazo con el interés que suscita desde hace más de dos milenios la teoría estética, justificándose con la frasecita «para gustos se hicieron colores»; también los colores tienen su lugar y momento adecuados.
Y es precisamente a través de las obras públicas donde los ciudadanos tenemos mayor y mejor acceso de ver y asimilar las nuevas estéticas -con actuaciones más o menos afortunadas, pero no refugiadas en esas políticas de carácter marcadamente populista que cabalgan arrasando sobre cualquier bien, ético o estético.
Mientras espero que al igual que la moda, la gastronomía y la enología, la estética alcance respetabilidad cultural, trataré de mantener mi huerta sin magnolios ni rotondas

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