En un articulo reciente, escribe José María Martínez Cachero, que fuera catedratico de Literatuta española en la Universidad de Oviedo, y un gran especialista en los siglos XIX y XX (Pardo Bazán, Menéndez Pelayo, Azorín, Clarín, Rafael Altamira, Miguel Delibes, Cela..., no se porque cuando veo citado a este último me acuerdo de lo que dijo el sabio "Algunos personajes serían mas respetables si sus vidas hubiesen estado a la altura de sus biografías"…), sobre la vigencia de las tertulias como costumbre española de juntarse y charlar sobre lo divino y lo humano, y no necesariamente con temáticas relacionadas con la literatura, el arte o la filosofia, tampoco menos banales como la musica, la poesia o los toros, incluso el futbol o "salsa Rosa".
A nuestra tertulia le sucede lo que a la mayoria en este tiempo, estamos tan ocupados buscando cosas que hacer que no nos podemos permitir un rato de charla insustancial, al menos eso es lo que creemos aunque despues de haber discutido de la guerra, de la paz, del alcalde, del obispo de Mondoñedo-Ferrol, de las mollejas a la plancha, de la memoria o de los candidatos en las proximas elecciones, uno está seguro de no necesitar psiquiatra por un tiempo.
A nuestra tertulia le sucede lo que a la mayoria en este tiempo, estamos tan ocupados buscando cosas que hacer que no nos podemos permitir un rato de charla insustancial, al menos eso es lo que creemos aunque despues de haber discutido de la guerra, de la paz, del alcalde, del obispo de Mondoñedo-Ferrol, de las mollejas a la plancha, de la memoria o de los candidatos en las proximas elecciones, uno está seguro de no necesitar psiquiatra por un tiempo.
Por cierto, en un comentario reciente en esta pagina nos advierten que en las muchas fotos expuestas apenas se ven mujeres y es cierto, pero aún esta vacante la plaza que dejó Paloma y a la convocatoria de nuevas plazas no se ha presentado ninguna que cumpla el requisito basico de no estar ligada por lazos matrimoniales (no importa el tipo que sea: canónico, civil, 'a yuras', de conciencia, in extremis, mixto, morganatico o de la mano izquierda, rato...) con algun miembro (de la tertulia) para evitar que sus disensiones domesticas se aireen en publico.
salud
JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ CACHERO
La vigésima segunda edición del Diccionario de la lengua española (Madrid, Real Academia Española, 2001) da como primera acepción de la voz Tertulia la de «reunión de personas que se juntan habitualmente para conversar y recrearse» y denomina «tertuliano», «tertuliente» y «tertulio» a quienes asisten a las mismas. En ocasiones se oye o se lee que estamos ante una realidad en decadencia, casi en trance de extinción y se apuntan como causas mayores y menores de ello la falta de tiempo para emplearlo gratamente, impuesta por el ritmo cada vez más apresurado de la vida que nos produce estrés y, también, de lugares apropiados -tranquilos cafés que no cafeterías- para cumplir con el rito(..). Pienso que tales pesimistas, vueltos atrás en el curso del tiempo, echan de menos famosas tertulias presididas por talentosos y atractivos individuos -pongamos Unamuno o Ramón Gómez de la Serna- sin equivalente en nuestros días, lo cual valdría sólo para determinado tipo de tertulia, desde luego muy escogida.
Los tipos o clases de tertulia podrían establecerse habida cuenta de circunstancias muy diversas como, por ejemplo, el número de integrantes, su edad, cultura, profesión, ideología, intereses en ellos dominantes y, ya en plano inferior, periodicidad de la reunión y continuidad en el tiempo. Cabe suponer un tranquilo avenimiento entre los tertulios cuyas posibles discrepancias, llevadas pacíficamente, no lo alterarían hasta producirse incluso la ruptura; puede considerarse la posibilidad y conveniencia de que exista en el conjunto una destacada cabeza rectora que lleve la voz cantante sin incurrir en la apabullante exclusividad, respetada y admirada por sus compañeros, personas quizá más silenciosas pero, a falta de semejante guía, la intervención de los contertulios, sin pedantería ni excesos palabreros, ha de limitarse educadamente. Así deberían ser para bien ser las cosas, pero acaso estoy esbozando un estado ideal y, por lo mismo, inalcanzable o utópico.
Los tipos o clases de tertulia podrían establecerse habida cuenta de circunstancias muy diversas como, por ejemplo, el número de integrantes, su edad, cultura, profesión, ideología, intereses en ellos dominantes y, ya en plano inferior, periodicidad de la reunión y continuidad en el tiempo. Cabe suponer un tranquilo avenimiento entre los tertulios cuyas posibles discrepancias, llevadas pacíficamente, no lo alterarían hasta producirse incluso la ruptura; puede considerarse la posibilidad y conveniencia de que exista en el conjunto una destacada cabeza rectora que lleve la voz cantante sin incurrir en la apabullante exclusividad, respetada y admirada por sus compañeros, personas quizá más silenciosas pero, a falta de semejante guía, la intervención de los contertulios, sin pedantería ni excesos palabreros, ha de limitarse educadamente. Así deberían ser para bien ser las cosas, pero acaso estoy esbozando un estado ideal y, por lo mismo, inalcanzable o utópico.
Lo que pudiera llamarse reserva temática y depósito argumental suele proceder mayormente de cuanto depara la actualidad a través de los medios de comunicación, seleccionado de acuerdo con los intereses de todos y cada uno que aportarán a dicha selección sus posibles añadidos (…) En Madrid y en la que Ramón Tamames llamaría «Era de Franco» conocí de cerca dos importantes tertulias cuyas singulares características han de sumarse a las ya apuntadas. Una se celebraba la tarde de los miércoles una vez cerrada la librería Ínsula y en ella participaban los redactores, colaboradores y amigos de la revista de ese nombre, presididos por Enrique C., su dueño y director; no había mesas, ni café, ni siquiera asiento para todos, apoyados los tertulios en el respaldo que ofrecían los estate llenos de libros. Un breve salón o más bien hueco entre éstos, con capacidad para una escasa veintena de personas que, por lo general, conversaban con las más próximas y muy de vez en cuando atendían a alguna más lejana que levantaba la voz para comunicar alguna noticia más relevante y reciente, teñida a veces de implicación política. De pie y a palo seco, enfervorizados por el espíritu de la casa, sus fieles aguantaban así hasta que C. saludaba, exquisitamente fino, con unas palabras de gracias y despedida.
(…) La reunión era en el café Lyon frente a Correos, los domingos por la tarde; a unos cuantos habituales -recuerdo al muy erudito sacerdote López de Toro- se unían gentes de fuera de Madrid, españolas y extranjeras. Todas ellas respetaban y admiraban a Moñino, tan generoso de su mucho saber literario y de su biblioteca y archivo, con respuesta sabia y extensa a las preguntas que se le formulaban por quienes, entre los contertulios, preparaban libro, tesis doctoral, artículo de revista especializada o conferencia. Si uno acudía al Lyon por vez primera, el generoso don Antonio pagaba su consumición...
No hay comentarios:
Publicar un comentario