1/25/2006

TERTULIAS VARIAS


Tengo una novia que finge
que no tiene orgasmos,
y, al reprimir sus espasmos,
al sofocar su laringe,
me pone cara de esfinge.
Finge, finge, finge,
que yo lo sé,
yo sé que finge...

(Del rico cancionero de Javier Krahe, no viene a cuente pero anima, tampoco ninguna relación con la impresionante anaconda que sostienen divertidos estos paisanos de los llanos venezolanos, no me extraña nada que semejante angelito sea origen de numerosas leyendas relacionadas con su capacidad para ingerir cualquier cosa que se mueva)

En LNE de hoy Ponte hablando de las tertulias de Pontevedra, solo para recordar nuestra proxima tertulia el primer jueves de febrero, osea que los que esten de viaje, que vuelvan, los que tienen que venir que saquen los billetes, los olvidadizos que se hagan un nudo en el pañuelo (o en algun sitio sensible), los jubilaos que lo apunten en la agenda, y los funcionarios (estatutarios, asmiliados, sindicalistas...etc) que no les coincida con ninguna reunión.

Tertulias monumentales

JOSÉ MANUEL PONTE
En Pontevedra, ciudad de tertulias -como lo fue también Oviedo- se ha inaugurado un grupo escultórico en la plaza San José para inmortalizar las que se celebraban antaño en el café Moderno, lugar en el que, por cierto, se redactaron algunos de los artículos del primitivo Estatuto gallego. Quiso el capricho del artista que lo proyectó, Cesar Lombeira, que se sentaran juntos, para permanecer eternamente mudos, algunos intelectuales con fama de buenos conversadores, como Alexandre Bóveda, Alfonso Castelao, Valentín Paz Andrade y Manuel Quiroga. Los cuatro aparecen sentados en torno a sendos veladores, y tras ellos, de pie y con las manos apoyadas sobre el respaldo de unas sillas, Carlos Casares, en esa posición de oyente con derecho a intervenir tan característica. (En las tertulias no hay reglamento, ni se nombra moderador para dirigir los debates, pero hay unas reglas no escritas muy exigentes). Junto a ellos, hay un violinista ejecutando una pieza y dos sillas vacías, para que el público pueda sentarse y hacerse fotos de recuerdo, como es costumbre en la terraza de la Brasileira, en el Chiado lisboeta, al lado de la estatua sedente de Pessoa. (Casi todo lo conmemorativo que hacemos ahora tiene una superficial intención turística). El alcalde de Pontevedra, señor Fernández Lores, y el presidente de Caixa Galicia, señor Méndez, señalaron el grupo escultórico recién inaugurado como «ejemplo del nuevo urbanismo», lo que es una afirmación bienintencionada pero discutible. Abarrotar calles y plazas de esculturas más o menos alegóricas de un espíritu ciudadano algo periclitado es una moda de gusto tan dudoso como abarrotar la salita de estar de ceniceros, marcos de plata y figuritas de Lladró. Una tertulia de personajes fallecidos, en piedra o metal, no nos garantiza que se vayan a recuperar los espacios públicos de debate que significaban las tertulias. Que florezca en un café una buena tertulia excede del voluntarismo, aunque este sea institucional. Pese a todo, en Pontevedra se conservan algunas muy buenas y entretenidas. Hasta para asistir de oyente ocasional. Yo conozco una, muy graciosa, que tiene su sede en la cafetería del hotel Rías Bajas. Tiene periodicidad diaria, incluidos los domingos, y se celebra por las mañanas, lo que constituye una variante notable respecto de la mayoría, que suelen ser vespertinas. En alguna ocasión que me reuní allí con algún amigo nos llegaban retazos de un temario muy diverso: la arrogancia de Polanco en aquella bravata famosa de Jockey; el poemario un tanto olvidado de Amado Nervo; la lista de los pontevedreses monárquicos que acudían a Estoril con un cirio en la mano para rendir pleitesía a don Juan; el cataclismo de las utopías soviéticas etcétera, etcétera. «¡El hombre nuevo, el hombre nuevo! -invocaba en tono declamatorio uno de los tertulianos- ¡Bah!... ¿Qué fue de todo aquello?». Desde luego, lo verdaderamente monumental es que pervivan estos grupúsculos de conversadores ingeniosos, teatrales y tenaces.

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