3/27/2008

Asturias, patria querida

Afortunadamente en nuestra tertulia no hay que andar con excesivas prevenciones, intentando agotar el tema de conversación sin agotar a los tertulianos, pero en la vida real sigo la máxima de aquel que dijo: "Escojo a mis amigos por su buena apariencia, a mis conocidos por su caracter y a mis enemigos por su razón", aunque sospecho que ultimamente a mis supuestos enemigos les va faltando la razón mas a menudo de lo que creen, y mis amigos se han dado al abandono y aparecen por los bares en ropas de andar por casa. De los conocidos nada, con tal de que no te den un sablazo o se empeñen en que escuches el politono que se acaba de instalar en el movil, lo mas probable el himno de la Legión. Pasar de largo, como escribe hoy Susana Fortes en El País.

Pasar de largo

SUSANA FORTES

John Ford expuso en sus westerns todas las paradojas que uno puede encontrarse en el telediario, empezando por la cobardía de un matón a sueldo capaz de descerrajar dos tiros por la espalda a un hombre solo y desarmado. Lo que vale para el patio de butacas, vale también para el patio de la vida y en ese espectáculo siempre ha habido gente que paga con los demás el vértigo de no saber quién es, ni de dónde viene, ni adónde va.

Vengo a decirles esto porque el otro día estaba asomada a la ventana por azar o por necesidad, ahora no caigo, cuando pasó por la calle un borracho alegre y solitario, cantando Asturias, patria querida. Entonces me acordé de esa escena en la que el inspector de policía de Casablanca le pregunta a Humphrey Bogart por su nacionalidad, y éste le responde: "borracho".

Cuando una llega a ese punto en que el asunto de los nacionalismos le aburre un rato y tampoco soporta bien el folklore tradicional, y además le traen sin cuidado las casas regionales, las cámaras de comercio o los tradicionales lazos de amistad entre pueblos que se odian, lo mejor que puede hacer, es sentarse a ver una película como El hombre tranquilo donde John Wayne se guarda los puños en el bolsillo.

Siempre habrá individuos dispuestos a asesinar por una patria o un dios, igual que hay tipos capaces de matar por un filete y no precisamente para llevárselo a la boca, como en El hombre que mató a Liberty Valance. Aquí John Ford condensó toda la nostalgia que fue capaz de rescatar del viejo Oeste y después tomó aire para darle una patada bien dada a la historia del western, al cine clásico en general y a los cobardes hijos de puta en particular. Él sólo. John Ford, un hombre que pensaba que cualquier lugar podía ser bueno para pasar de largo.

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