1/04/2008

El Cachete

Ha pasado casi desapercibida, excepto para los especialistas supongo, la modificación del articulo 154 del Código Civil que regula las relaciones paterno-filiales y la adopción, sino fuera que en lo tocante a la prohibición del maltrato físico ha habido posiciones encontradas entre los de siempre. La posición de la mayoría del Congreso coincide con la opinión de organismos internacionales como UNICEF, que en palabras de su representante en España ha dicho:

"No podemos olvidar que la mayoría de los malos tratos que sufren los niños en el mundo es en su entorno familiar. Pegar produce respuestas inmediatas, pero esas respuestas de los niños no se dan por convencimiento, sino por miedo. Pegar no es educativo. Los padres utilizan el cachete cuando ya no tienen argumentos y, además, cuando pegan, la mayoría se frustran".

La posición de PP y PNV es que nada en la redacción anterior del artículo permitía el maltrato físico de menores. De la Iglesia no se ha recibido opinión concreta, sabida es su teoría de lo provocadores que pueden llegar a ser los menores...

Hoy mismo, escribia Ponte sobre el particular y de su experiencia de niño vapuleado.

Victimas de las bofetadas. José Manuel Ponte
Los niños que fuimos educados durante el franquismo recibimos decenas, posiblemente centenares, de bofetadas, por parte de padres, parientes, profesores y personajes investidos de cualquier clase de autoridad para dárnoslas. Además, por supuesto, de los golpes y puñetazos recibidos en las innumerables peleas con los queridos compañeros de colegio, con los niños de otros barrios, y con los oponentes de los partidos de fútbol que se organizaban en la calle. En aquel tiempo, recibir una bofetada era tan habitual como que una mosca se te posara en la cabeza. O tan natural como te lloviese encima. Incluso se daba el caso de que cualquier persona adulta que te viera en la calle fumando, jugando a la pelota, o entretenido en alguna clase de acción reprobable (a su exclusivo juicio), se tomase la libertad de reprenderte y abofetearte con el beneplácito de los circunstanciales observadores del vapuleo. Un conocido mío, cuyo padre era propietario de un famoso ultramarinos, me contó que su hermano pequeño fue sorprendido en la calle por un viandante mientras cogía del suelo una colilla con el propósito de fumársela. El ocasional guardián de la moral pública que no solo le riñó por ello sino que además le propinó dos sonoras bofetadas.. A los gritos de la víctima salió el padre del establecimiento con animo de vengar la afrenta, pero tras saber por testimonio del otro adulto lo que había pasado, aún añadió dos bofetadas más sobre la cabeza del delincuente. Y algo parecido le sucedió a otro querido amigo. El director del colegio donde estudiábamos lo sorprendió fugándose de una sesión cultural de asistencia recomendada, y le dio una paliza monumental, que aguantó estoicamente, cubriéndose el cuerpo y la cara en un rincón como hacen los boxeadores, porque los escolares de entonces estábamos habituados a sufrir esa clase de lances. Concluido el golpeo, y cuando la víctima procuraba adecentarse mínimamente y recuperar la compostura, la señora de la limpieza, testigo del suceso, le recomendó que se lo dijese a su padre. "Lo que me faltaba -comentó este amigo- para que me den otra parecida en casa". Sucesos como estos que describo eran frecuentes y cualquier contemporáneo mío los recordara con algo de nostálgica ternura, sin que la experiencia nos haya provocado ninguna clase de abollamiento mental irreparable. Los tiempos eran duros y había que adaptarse a ellos. Hago relación de lo que antecede porque al final del pasado año el Congreso de los Diputados aprobó la modificación del articulo 154 del Código Civil en cuyo apartado cuarto se autorizaba a los padres a "corregir razonable y moderadamente a los hijos", redacción ambigua que podría incluir el derecho a propinarles un cachete aleccionador de vez en cuando. Desconozco si esa limitación pedagógica de la cariñosa contundencia paternal resultará de alguna utilidad práctica. La prensa resume la iniciativa diciendo que "el bofetón ha quedado fuera de la ley". Es una pena que las normas jurídicas estén sometidas al principio general de la irretroactividad porque muchos podríamos tener derecho a cobrar indemnizaciones millonarias. A tanto por bofetada, una fortuna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mí mi padre no me ha puesto en su vida la mano encima sin embargo si me la ha puesto algun profesor que me daba clase, una verguenza. saludos