8/27/2007

La Felicidad

(Lecturas veraniegas, por el Profesor Maurer)

"La felicidad no es algo que sucede. No es el resultado de la buena o mala suerte o el azar. No es algo que pueda comprarse con dinero o con poder. No parece depender de los acontecimientos externos, sino mas bien de como los interpretamos", lo que parece una obviedad no solo no lo es sino que contradice muchas de nuestras practicas habituales sobre la busqueda de la felicidad. La cita resume algunas de los principios que mantiene el psicólogo norteamericano de origen transilvano Mihali Csikszentmihalyi (se pronuncia "chicks send me high" según él mismo) desarrollados en libros como "Flow. The psychology of optimal Experience", que ha incorporado a la psicologia moderna el termino "Flujo" referido a ese momento en el que las personas se sienten concentradas y disfrutan de ello. En una entrevista reciente se intentaba dar algunas claves para afrontar esa busqueda de la felicidad con ciertas garantias:

- Evitar la soledad, es decir conseguir una vida social agradable
- Tener una relación plena, sexual tambien.
- Optimismo y gratitud ante lo que nos rodea, lo que nos permite perdonar a los demás.
- Mantenernos activos, especialmente haciendo cosas que se nos den bien
- Tomar las cosas con calma
- Disponer de libertad de eleccion, aunque con ciertas limitaciones pues es a menudo penoso tener que elegir entre muchas opciones.

En estas estabamos cuando hoy en El País nos cuenta Millás la historia de aquel que se deprimió haciendo alguna de esas cosas absurdas buscando la felicidad donde no estaba.

Una depresión merecida. Juan José Millás
Escribió un lector para informarme de que la vida era absurda, aunque sin precisar con relación a qué. El caso es que hace un año, según relataba en su correo, decidió atravesar Canadá en bicicleta. Hasta aquí, todo normal. El mundo está lleno de gente que hace el Camino de Santiago a pie, cruza el Atlántico en barca de remos o se bebe una caja de cervezas sin respirar: hay constancia de todo ello en el Libro Guinness de los récords, cuya lectura le sume a uno en profundas reflexiones. Lo que le ocurrió a nuestro comunicante es que a mitad de camino se cruzó con otro individuo que estaba llevando a cabo la misma hazaña, pero en patinete.
El hombre comprendió entonces, como en una revelación, lo absurdo de su proyecto y volvió a casa en avión. Desde entonces no encontraba placer en nada, no era capaz de fijarse objetivos ni de ilusionarse con nuevos propósitos. Le pedí que tratara de imaginar que Dostoievski y Flaubert se encontraban (al modo en que él se había cruzado con el del patinete) cuando uno trataba de escribir El idiota y, el otro, Madame Bovary. ¿Habrían sentido la misma sensación de absurdo? Quizá sí, me respondió, pues en el fondo no es más disparatado pretender cruzar Canadá en bici que intentar escribir una obra maestra. Le contesté que merecía estar deprimido y eso fue todo, porque dejamos de escribirnos.



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