6/01/2007

"La psiquiatrización del mal"

Me mandan un articulo reciente* publicado en la prensa regional, con la propuesta de publicarlo para que se debata en la tertulia, con la condición que ese día no asista ningún psiquiatra, por lo que pueda pasar.
*Te adjunto noticia-articulo de Guillermo Rendueles (psiquiatra que ha sido agredido) que me parece bueno y creo os gustara.Tambien lo podeis consultar en www.lne.es. Esta en la seccion "Gijon" del dia 27-05-07. Me parece una buena reflexion sobre una cuestion actual, candente, que desborda el ambito de la psiquiatria. Es un tema guapo para una tertulia (Art, como abogado de "las defensas" seguro que tiene otro punto de vista) Ya esta bien que todo lo desconocido,ininteligible, perverso, o simplemente malvado se le quiera psiquiatrizar... Aunque solo sea por educacion civica o sanitaria, merece la pena aclarar conceptos¡¡¡¡...

La noticia de la agresión al psiquiatra Guillermo Rendueles por parte de un paciente que exigia una baja laboral saltó a las paginas del periodico por la personalidad del propio médico y la violencia que mostró el agresor, que resultó ser un celador de hospital con antecedentes delictivos (y psiquiatricos, después de leer el articulo entendereis porque lo pongo entre parentesis). El doctor Rendueles es un psiquiatra muy conocido por sus numerosos escritos, en el último de los cuales ("Egolatría") mantiene que "El transtorno de Personalidad Múltiple es el paradigma del sujeto postmoderno", asegurando que "escribir con varios seudónimos lleva transtornos de personalidad", ahora me explico lo de Kiko Butifarra.

Robin des Bois

La psiquiatrización del mal
guillermo rendueles

A diferencia del dolor que nos causa el rayo cuando nos parte, el daño causado por el prójimo, al convertirnos en víctimas, nos enfrenta al dilema moral de cómo tratar con el mal. Negar la diferencia y hacernos creer que debemos vivir ambos daños como idénticos constituye la falacia determinista. La agresión en posmodernidad es una especie de acción sin sujeto: el hombre agresivo es producto de su pobreza, educación o, en todo caso, de su locura, pero jamás de una acción libre y malvada. Sindéresis es un termino escolástico que define el mecanismo mental del hombre que califica automáticamente los actos de buenos o malos. Igual que el cuerpo produce sudor con cada movimiento, nuestra mente califica de buena o mala cada acción humana.
Que es una palabra fósil nos lo muestra la actualidad del avilesino que para pagar sus caros vicios vendió 300 kilos de dinamita con la que se cometió el atentado de Madrid. Afirma Trashorras que, por estar pensionado como esquizofrénico, esas acciones no le pertenecen y, reclama un sanatorio en lugar de la cárcel. No es una excepción: cada juicio penal incluye una especie de sesión clínica en la que las defensas tratan de demostrar que sus clientes tienen más de locos que de criminales. Obviamente, hay criminales locos a los que sus delirios o alucinaciones descalifican como sujetos morales: cuando un psicótico en crisis mata a un pobre niño desconocido para él, no podemos reprocharle intencionalidad, y la desgracia debemos llorarla como la producida por el rayo. Declararlo no imputable significa excluirlo de la humanidad.
Por el contrario, lo habitual en los Juzgados son conductas determinadas por el cálculo egoísta: violencia fría motivada por el lucro. En el caso que me afecta el deseo de no trabajar y jubilarse.

Las defensas tratan de psiquiatrizar el mal incluyéndolas en relatos inverosímiles: «Toda su crianza le determinó a la violencia». O también su inversa: «Fue un acto impulsivo, ajeno a su biografía, y, por ello, no punible». Frente a esas falsedades, el exhaustivo examen de los genocidas nazis no mostró ninguna patología psiquiátrica que explicase su maldad y legitimó tanto su condena como nuestro deber de maldecirlos.

Colegios e institutos sufren también ese eclipse del juicio moral: las golferías escolares son psicologizadas como conductas «desadaptadas» y resueltas lejos de la ética con «programas de mediación de conflictos» que igualan el bien con el mal. Creo urgente contra todo eso rehabilitar el concepto de sindéresis: cualquier hablante humano sabe tanto que robar-matar-mentir son acciones malas y que quien las comete debe avergonzarse de ellas, como que sus prójimos tienen derecho a pedirle cuentas, castigarlo y despreciarlo cuando las comete. Piaget fue el primero que demostró su genealogía, que ya permite al niño de 8 años decir bueno-malo con la misma propiedad que lleno-vacío. Algo ocurre luego que atrofia ese juicio y nos desalma.

Recuperar el alma supone afirmar la pertinencia de guiar nuestra biografía por el criterio de virtud frente a las vacuas psicologías positivas de la autoestima, el gozo o la realización personal. La vida estéril de un señorito dedicado a darle gusto al cuerpo y que valora el buen día como aquél en que se lo pasó bien aumenta en indignidad si además se «autoestima». Antes del relativismo y sin necesidad de congresos de bioética, todo el mundo sabía lo que era un buen hombre o un depravado. De quien había sido un buen colegial, un trabajador honrado, un buen marido-padre, un ciudadano y un viejo prudente se decía que había llevado una buena vida. De quien se torcía y no cumplía con esos fines se decía que era un desgraciado, si su incompetencia para pasar con éxito por esas edades del hombre era debida a la mala fortuna, o un depravado, si el fracaso era debido a sus vicios.
Pero, de repente, todo ese lenguaje quedó obsoleto y no hubo vidas cumplidas o estériles, sino vidas gozadas o frustradas. Escoger como héroes a quienes encarnan el principio del placer está siendo para la razón común más tóxico que la cocaína: supongo que el gozo obtenido en encuernarse por cualquiera de los personajes de la prensa rosa es superior -por ello ¿más deseable?- a la vida enclaustrada en el laboratorio de una científica como la doctora Salas.
Ante el mal natural sólo cabe el estoicismo: el terremoto de Lisboa es un suceso lleno de furia y ruido que nada significa. Buscar su significado conduce a esa enloquecida teodicea que J. C. Gea ha poetizado con maestría. Pero cuando somos víctimas de una acto violento, donde siempre gana el fuerte (estoy seguro de que mi agresor logrará jubilarse por enfermedad mental), dar un sentido moral a la situación que nos incluya en la memoria de los buenos y coloque en la picota al agresor es lo único que permite enfrentar la realidad del perdedor sin demasiado desconsuelo.







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