5/26/2008

Rajoy

Coincide el columnista del ABC Juan Manuel de Prada con un sentimiento que se ha instalado respecto a la crisis del Partido Popular, que si bien Rajoy no concitaba demasiadas simpatias en un amplio sector, incluido en su propio electorado, su actitud en esta larga crisis que va hasta el congreso de junio, le ha dispensado un reconocimiento por la dignidad mostrada ante la burda manipulación que algunos medios hacen de la crisis y por falta de escrúpulos de algunos personajes de la derecha .

Infamias contra Rajoy

JAMÁS he dedicado un ditirambo a Rajoy, no como otros. En los años que ha dirigido la derecha española ha actuado con una rara pusilanimidad, que a veces le ha hecho ser más ambiguo de lo que sus principios le exigían y otras veces más extremoso de lo que le aconsejaba su carácter. Si hay un rasgo que ha definido su acción política ha sido la debilidad, una debilidad que ha empujado su labor al frente de la oposición por derroteros que él hubiese preferido evitar. A Rajoy, por ejemplo, se le notaba incómodo mientras su partido agitaba los fantasmas conspirativos del 11-M; pero, por debilidad, no se atrevió a rectificar un rumbo que otros le dictaban desde tribunas mediáticas. Un episodio culminante, o siquiera sintomático, de esta debilidad un tanto patológica de Rajoy se produjo cuando decidió excluir a Gallardón de su lista de candidaturas al Parlamento; episodio que, por supuesto, fue jaleado desde las mismas tribunas mediáticas que durante los años anteriores se habían dedicado a mangonearlo. Las mismas, por cierto, que ahora lo ponen como no digan dueñas.
Algún residuo de esa debilidad debe quedarle a Rajoy, porque en la entrevista que ayer publicaba este periódico le preguntaban quién «movía los hilos» de las manifestaciones bufonescas que se han convocado en las últimas jornadas ante la sede de su partido y el hombre no se atrevía a responder. Pero, junto a esa debilidad que quizá sea congénita, ha aflorado en Rajoy un rapto de gallardía que lo empuja a rebelarse contra el mangoneo que ha sufrido en los últimos años; y, aunque ese rapto sea seguramente tardío (quien alimenta un monstruo acaba sucumbiendo a sus dentelladas), descubrimos en él una supervivencia de dignidad que mejora la percepción un tanto reticente que teníamos sobre el personaje. También la mejora el cúmulo de injurias e infamias rocambolescas que quienes hasta hace poco trataban de mangonearlo arrojan en tromba sobre él, en su afán por desacreditarlo del modo más expeditivo posible.
De Rajoy he oído decir en estas últimas semanas, por ejemplo, que es un «socialdemócrata», con lo cual se pretende significar que, en lo sustancial, es idéntico a Zapatero; y que, por lo tanto, una oposición encabezada por él es la preferida por el Régimen. Se podrá discutir, desde luego, si las debilidades de Rajoy constituyen una baza para Zapatero (aunque yo siempre he creído que su mejor baza eran más bien las intemperancias de quienes trataban de mangonear a Rajoy), pero tildar de «socialdemócrata» a un conservador tranquilo (a veces hasta la pachorra) como Rajoy ya irrumpe en el terreno de la mentira más burda. Sabemos, sin embargo, que una mentira repetida mil veces puede crear un efecto sugestivo tal sobre los destinatarios que acaba convirtiéndose en verdad indiscutida; esta es la regla de oro de la propaganda. Y, para confirmar la eficacia sugestiva de la propaganda, ahí tenemos esa especie infamante que han arrojado sobre Rajoy, según la cual el vapuleado líder de la derecha estaría dispuesto a claudicar en sus principios ante los nacionalistas. Las defecciones de San Gil y Ortega Lara se exhiben como pruebas de esta especie infamante; cuando lo cierto es que lo único que prueban es la eficacia sugestiva que la propaganda ejerce, aun sobre los espíritus más nobles y abnegados. Porque Rajoy, pese a su propensión a galleguear (si por «galleguear» entendemos mostrarse brumoso o embarullado), jamás ha mostrado indicio alguno de confusionismo en lo que se refiere a la lucha antiterrorista o a la organización administrativa del Estado, siempre ha hablado de derrotar a los etarras con el cumplimiento estricto de la ley y de defender el régimen autonómico vigente, sustentado sobre los principios de igualdad y solidaridad entre las regiones. Ha añadido, es cierto, que si los nacionalistas están dispuestos a aceptar estas premisas, él estará dispuesto a escucharlos; en lo cual no descubrimos claudicación alguna.
Ignoro si Rajoy sobrevivirá a este cúmulo de injurias e infamias rocambolescas que quienes antes trataban de mangonearlo están arrojando en tromba sobre él. Espero que tanto él, si sobrevive, como quienes lo sustituyan, si perece en el intento, saquen de este episodio alguna enseñanza moral.

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