12/18/2007

Maldita envidia

Ya lo cantaba Machin:

" tengo envidia del pañuelo
que una vez secó tu llanto
y es que yo te quiero tanto
que mi envidia es tan sólo amor.
Envidia,
tengo envidia de tus cosas
tengo envidia de tu sombra,
de tu casa y de tus rosas
porque están cerca de tí..."

Incluso Borges decia que los españoles siempre estan pensando en la envidia, tal como la retrataba Quevedo "La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come", se dice incluso que hay "envidia sana" cuando no se quiere reconocer en uno mismo, debe ser lo que le pasa a Ignacio Camacho hoy en el ABC con la historia de los amores del presidente de la Republica francesa y la susurrante modelo Carla Bruni. A un expresidente español, el mejor mandatario de la democracia española según el propio Camacho, se le ve predispuesto a la conquista, con su nuevo look y sus pretensiones intelectuales, pero son evidentes las diferencias.

Salud


Ignacio Camacho
(...)«qué vida más diferente la mía y la suya, señor presidente».
Es muy francés, por altanero, esto de los romances presidenciales con damas de vértigo, esas divinas esfinges biseladas en el acero cortante de las pasiones improbables, mujeres de arquitecturas gélidas que en cada golpe de pestaña bajan a los mortales las persianas de la esperanza. El viejo Mitterrand, con su coquetería casi póstuma de sombrero y bufanda, mandaba interceptar muerto de celos el teléfono de la insondable Carole Bouquet mientras cortejaba a la ondulante Dalilah festejándole las curvas en un reservado de Lipp, y quizá sólo la piel de raso de Catherine Deneuve, sinuosa y resbaladiza como un río helado, conozca los secretos de los galanes que se dejaron, desde los años sesenta para acá, secretos de Estado entre sus sábanas. Cuando Roland Dumas, el elegante canciller que fue albacea de Picasso, compareció ante un tribunal acusado de tráfico de influencias, su amante-comisionista publicó un libro bajo el esclarecedor título de «La puta de la República», levantando el tabú con que la sociedad gala ha recubierto siempre en la vida política ese territorio confuso en que el norte de las decisiones oficiales se funde con el privado hemisferio sur del ombligo. Todo eso se movía en un plano más o menos discreto, de hermetismo para iniciados al margen de la esfera pública, un poco como en España ha circulado siempre la intimidad de los próceres envuelta en el halo prudente de una reserva necesaria para escapar del escrutinio cotilla y el chismorreo corralero. Pero Sarko, que bajo su perfil hierático y dominante de Napoleón posmoderno esconde un vedettismo mediático irresistible, ha dado el salto cualitativo al ventilar ante los papparazzi su galanteo con Carla Bruni con la arrogancia ingenua, orgullosa, desafiante y feliz de un donjuán recién divorciado, que une su flamante estado de gracia político a una devastadora trayectoria sentimental. Ande él caliente y murmure la gente. La chica no es como para ocultarla, desde luego.

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