10/05/2007

Patria, religión y bricolage

Por lo que se ve, se nos está llenando la tertulia de anarquistas y descreidos, de derechas, por supuesto, que a la primera de cambio renuncian a sus convicciones monarquicas, nacionales e incluso teologicas. Solo ha bastado con sacar el tema de los ataques recientes a la corona, para la que ha servido de documentacion una reciente editorial de Zarzalejos, director del ABC y un brillante artículo de Fernando Savater, para que se oiga eso tan repetido ultimamente de "yo no soy monarquico, como mucho Juancarlista" y a continuación acusar a los políticos y a los medios de comunicación de estar todo el día dando la turra con asuntos que no tiene relación con las preocupaciones de los ciudadanos. En esa tesitura las afirmaciones del lider de la derecha sobre la conveniencia de una letra actualizada para el himno nacional es una cuestión menor que no tiene interes ni siquiera para los deportistas, que parecen ser los principales usuarios potenciales. Ya veremos como se lo toman nuestros contertulios cuando la Iglesia vaticana reuna a cientos de miles de fieles para honrar a los martires de la Republica española, en esta interpretación sui generis que hace la conferencia episcopal española de la memoria historica. Y en esas estamos.

Salud

Depresion. Juan José Millás

El pueblo vasco, como el español o el belga, por poner tres ejemplos, existen porque la vida es absurda. Si nuestro paso por la Tierra tuviera algún fin un poco consistente, ¿a quién se le iba a pasar por la cabeza dedicarse a ser un patriota gallego o catalán o sueco (en el caso de que exista esta última variedad, lo que me parecería inconcebible)? Lo difícil, en todo caso, es aguantar la vida a palo seco, sin la protección de una bandera y su correspondiente himno. De ahí que el mundo esté lleno de nacionalidades, algunas lo suficientemente excéntricas como para llenar el vacío de varias generaciones. De alguien que expirara gritando "¡Vivan los Vosgos!", se podría afirmar sin género de dudas que había gozado de una existencia plena. Además, le pondrían una calle.
Pero el nacionalismo no siempre basta para aliviar el vértigo de no saber quién eres, adónde vas o de dónde vienes. Hay patriotas franceses, alemanes o turcos profundamente insatisfechos de sí mismos. Por eso conviene redondear la identidad nacional con una religión. Ser, por ejemplo, profundamente inglés al tiempo que radicalmente protestante constituye un seguro de vida. No se sabe de ningún español católico, por poner otro caso, que haya sufrido una depresión profunda. Quizá una úlcera sí, pero la úlcera tiene mejor pronóstico que la depresión. Conocemos un sustituto de la religión y la patria, el bricolaje, que no hace daño a nadie y con el que lo único que se matan son las horas. Pero está poco implantado todavía.

El Gobierno, la oposición y los partidos periféricos compiten en los últimos días por ver a quién le gusta más España y su bandera, lo que parece que da votos (y sentido). Me gusta mucho España, repetía Zapatero no hace mucho en una emisora de radio. No habríamos reparado en ello de no ser porque lo afirmaba con tal pasión que daban ganas de decirle que Finlandia tampoco estaba mal. Y no está mal, pero si lo dices en una entrevista te corren a gorrazos. Es como si un arzobispo castrense de Zaragoza dijera que preferiría ser búlgaro y sintoísta, o egipcio y yoruba lo que, a poco que se considere, son combinaciones tan viables o inviables como cualquiera otra. Lo que hace falta es que todo esto sea para bien.

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