11/20/2006

La intimidad

Un invitado, G. Rebanal, con un relato inédito

LA INTIMIDAD

Necesitaba con urgencia conocer algo de sí mismo. La desorientación vital le llegaba a cansar. El periódico con los dientes del perro marcados en la foto de algún magno dignatario le recordó la presencia de la urgente actualidad. Después de un somero repaso a las grandes mejoras que se van a hacer en el reino de nunca jamás, encontró al fin la noticia que le trajo un poco de esperanza a su corazón atribulado.

El gobierno, preocupado por la intimidad y la privacidad de todos los ciudadanos, ofrecía una ley de protección de la intimidad, por la cual sería perseguido hasta el exterminio todo aquel que osara retener sin motivo, divulgar o incluso pensar en alguna característica que conociera de cualquier desconocido.

Estamos en un estado de oportunidades, se felicitó Edgardo. Voy a disponer de una información, quizá retenida durante años en polvorientos archivos, o que navega por la red informática en cualquier dirección, sin destino. El plan ya estaba urdido, sólo faltaba echarlo a andar. Decidió mantenerlo en secreto para su mujer. Se acordó del topo de jonlecarré, al cual smiley se confió con excesiva candidez. No podemos dar pistas.

Primero escribió al amado colegio de la infancia, regentado por unos beneméritos frailes, que habían instruido a medio concejo y amonestado al otro medio, con buenos resultados. La respuesta le llegó en estos términos:

A D. Edgardín López:

Perdone la confianza, pero para nosotros usted será siempre edgardín, un niño regordete, algo retraído, pero buen compañero, incluso amigo de soplar de vez en cuando en algún terrible examen. Entonces empleábamos métodos que ahora podrían pasar por poco pedagógicos, pero espero que no le hayan causado ningún trauma definitivo, y haya podido enderezar usted su vida, y dirigirla hacía un puerto seguro y provechoso. Suyo afectísimo, Hermano Perfecto.

Aclarada en parte esta temprana época de su vida, después de rebuscar y piratear algunos archivos informáticos, consiguió encontrar las señas de su primera novia, el primer amor, la que esperaba fuera su dulce compañera, que le dejó por un futbolista con porche de segunda mano:

Hola, Edgardo, me sorprende tu resurrección. Eres como un fantasma del pasado. Te preguntarás que fue del futbolista aquel. Se lesionó contra la real sociedad, no le volví a ver. Creo que tiene una tienda de coloniales. Me pides que te ofrezca los datos que tengo de ti. En fin, ahí van. Eras un pobre desgraciado, con alguna que otra idea, pero ya se veía que no ibas a llegar muy lejos, todo lo más a chupatintas de tercera. Tenías varias manías, que supongo que se habrán exacerbado y te habrán convertido en un ser extraño e inadaptado. Tacaño a más no poder, le tenías manía a los bares -la salud- y espanto a los restaurantes, la economía. Que te sea leve.

La carta le espantó en parte, pero su rompecabezas vital comenzaba a ordenarse.

Escribió a su amado cuartel, donde compartió tantos momentos entrañables con los que ha atacado a contertulios y desconocidos del parque. Su carta volvió con unas letras de desconocido, parece que donde estuvo el cuartel hoy se levanta un conjunto de viviendas, no precisamente para homeless.

Se armó de valor, y después de tentarse las ropas, se dirigió al ministerio de hacienda, de la suya, desde luego, no de la de él. Pero después de repetirse varias veces que él, Edgardo, era también hacienda, aunque no lo pareciera dada su escuálida cuenta corriente, les mandó el más aséptico mensaje posible.

La respuesta tardó 5 meses en llegar, pero llegó formalizada y en condiciones, modelo e24510, con sellos de hasta 5 personas que habían fiscalizado y dado el visto bueno, cada uno al anterior. Le recordaban que estaban a su completa disposición para todo lo que fuera ingresar en sus arcas, y que para ellos era un honrado contribuyente sin deudas fiscales aparentes, pero que se anduviera con ojo, que hay mucho mangante suelto, y se puede caer en esa categoría en cualquier desafortunado momento.

Escribió también a su banco del alma, el director había sido condiscípulo con los frailes, y pertenecía a la mitad que había sido amonestada.

Edgardo, le contestó, te dije que nuestra relación y amistad había terminado para siempre. Siempre fuiste un moroso y un agarrado. Para que lo sepas, he mandado publicar tu foto y tu perfil en todas las páginas bancarias habidas y por haber. Vete buscando algún prestamista o usurero, por que no te van dar nada ni en la cocina económica, por miedo a que les lleves la cucharas. Te dejo, que estoy con una persona respetable y con dinero, muy lejos del cantamañanas que siempre fuiste.

Después de una breve reflexión sobre la ingratitud de la amistad, para elevar la autoestima decidió escribir a su abuela, arrimándose a tablas.

Gary, querido, cuanto tiempo sin tener noticias tuyas. Si me pides la verdad verdadera, te diré que eras un niño insoportable, amigo de los juegos de palabras, de las bromas malas, de los chistes verdes, y de pedirle dinero a tu abuela. No sé como no arruinaste a tus padres con psicólogos y consejeros. Desde luego no eras como tu hermanito, modelo de niño majo y al cual se le veía el futuro en los ojos. No le llegas ni a la cintura, sino un poco más abajo. Afectuosamente, tú querida abuelita.

Abandonada ya casi toda esperanza de encontrar algún dato positivo, o al menos que le hiciera afrontar el futuro con algo de optimismo, le dejó una nota a su mujer, para que por favor le indicara virtudes, defectos y cosas mejorables. Su mujer, Anita, se sorprendió, `pero se rehizo y le adjuntó un memorandum.

Siempre había sido su príncipe azul, que había llevado la casa y el matrimonio con mano firme, nada dado a gastos suntuosos, y padre amantísimo de sus 5 hijos, quienes lo adoraban como a un verdadero amigo e ídolo.

Algo más reconfortado, se animó a dirigir la encuesta a su jefe, el cual había llegado a su puesto después de ímprobos esfuerzos por degollar a varios compañeros, cuyos cuerpos se encontraban como es lógico en el archivo muerto.

Administrativo López, le contestó, no sé como se le ocurre ahora la estupidez de preguntar por los datos que obran en mi poder sobre usted. Lo sé todo, lo que fuma, lo que no bebe, que rueda de su coche está más desgastada y no va a cambiar, y cuando le vence la letra del compacdisc. Déjese ya de bobadas, aplíquese a su trabajo, y si se le ocurre volver a llegar 2 minutos tarde, le voy a tener escribiendo el mismo documento durante dos semanas seguidas. A ver si en vez de leer el periódico a costa de los contribuyentes se dedica a cosas más serias, y conseguimos desatascar los expedientes de la subsección de animales perdidos en el extrarradio municipal, que es una vergüenza el retraso que llevamos, y el propio director general ha insinuado que ya no soy el de antes. Le espero.

Aterrado del mal paso dado, decidió en última instancia mirarse al espejo, uno de cuerpo y alma enteros que está en el armario. Se preparó bien, algo de maquillaje por aquí, la sonrisa estudiada, el gesto feroz, el ademán imperial.

El espejo le devolvió una figura algo desgarbada, en el declinar de la vida, con una mujer guapa y buena, eso sí, y unos hijos magníficos, pero con algo de mala leche y un rictus de inadaptado que venia de antaño.

Se acercaba la navidad, y le había llegado uno de esos calendarios sepia, con unos niños desnutridos a los que sonríen unas personas encantadoras.

La parroquia estaba al lado de su casa. Les llevó en mano una nota, para que por favor le mandaran copia de su paso por el archivo parroquial, que él presumía debía ser al menos decoroso.

La respuesta llegó escueta y demoledora.

Edgardo López no figura en nuestros archivos, es para nosotros un perfecto desconocido. Quizá sea ateo, o incluso filósofo. La determinación salió de lo más hondo de Edgardo, del fondo de su corazón, del centro de su alma.

Al día siguiente se bautizaría, iba a comenzar una nueva vida.

G. Rebanal



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