Como sé que no andáis por esos vericuetos un tanto marginales de internet donde
pululan “Webcamers” , es decir unas nuevas profesionales que se dedican a hacer
shows eróticos delante de una cámara, y que han visto cambiar radicalmente su
vida profesional desde hace poco más de un año, cuando se incorporó un nuevo
aparato que ha revolucionado el sexo de pago por internet. Se trata del
Ohmibod, Lovesense, Vibe, Lush… etc dependiendo del fabricante, y
se trata, no más, de un vibrador interactivo que se maneja a distancia y que reacciona
a golpe de moneda. En palabras de una experta:
“En realidad es un vibrador. Sólo eso. Un vibrador tan grande como
una pastilla de jabón… pero todo ha cambiado desde que lo
uso. Algunas noches me encuentro con diez o doce personas a las que no conozco, de todas partes del mundo, manejando
desde sus casas mi vibrador a su antojo. Todos al mismo tiempo.
Gano bastante más dinero que antes y muchas veces es bien rico. Pero
otras veces es una locura. Si te agarra alguien con mucha plata (dinero), te
revienta”.
Quien les iba a decir a aquellos que crearon el quinto
electrodoméstico que tendría tanta éxito para controlar la “matriz errante”.
Para comenzar el año no está mal….
Un médico masajeando a su
paciente en una ilustración francesa de 1825.
El trágico mito del útero errante: de la vagina perfumada al médico masturbador
Durante siglos la medicina sostuvo que el útero sin fecundar se movía por el cuerpo vinculándolo primero a enfermedades, después a la demencia.
2 enero, 2018 01:49
No es casualidad que la histerectomía o
extirpación del útero se parezca a la palabra "histeria".
Ambos términos proceden del griego hystéra, útero, y
esta relación se remonta a una antigüedad clásica que produjo grandes obras en
el pensamiento y las artes, pero cuyo conocimiento científico a veces no sólo
andaba muy perdido, sino que se basaba en explicaciones que hoy ruborizarían al
más machista.
Un ejemplo era la creencia de que el útero era una
especie de animal errante capaz de vagar sin rumbo por el interior del
cuerpo de la mujer, y cuyos paseos entre las vísceras eran la causa de
enfermedades como la "sofocación histérica" (hysterike
pnix) que no se arreglaba de otra manera sino, en palabras de Platón,
"cuando el hombre y la mujer, reunidos por el deseo y por el amor, hacen
que nazca un fruto".
Platón es hoy una figura reverenciada en occidente como uno
de los padres del pensamiento occidental, desde la filosofía a la política. En
cambio, no es tan conocido por haber definido también lo que hoy conocemos como
pensar con el pene, cuando en su diálogo Timeo
escribió: "Las partes genitales, naturalmente sordas
a la persuasión, enemigas de todo yugo y de todo freno, se parecen en
el hombre a un animal rebelde a la razón, y que, arrastrado por apetitos
furiosos, se esfuerza en someterlo todo y mandar en todas partes".
Tal vez deberíamos revisar nuestro concepto de "amor platónico".
Pero la reflexión del filósofo no acababa aquí, sino que a
continuación pasaba a definir el útero femenino como "un animal
ansioso de procrear". "Si permanece sin producir frutos
mucho tiempo", añadía el filósofo, "se irrita y se
encoleriza; anda errante por todo el cuerpo, cierra el paso al
aire, impide la respiración, pone al cuerpo en peligros extremos, y
engendra mil enfermedades".
Una bola en la garganta
Pero ¿de qué hablaba Platón? Aunque algunos expertos dudan de que el filósofo
realmente creyera en ello, en realidad no hacía sino seguir una idea extendida
en su época. El propio padre de la medicina, Hipócrates,
contemporáneo de Platón, se refería en su tratado
sobre las enfermedades de las mujeres a la sofocación histérica, una
dolencia que aparecía cuando el útero emigraba hacia la parte superior del
abdomen en busca de fluido.
Esto provocaba en las mujeres síntomas como dificultad
de respiración, dolores en el corazón, mareos, pérdida de la voz y exceso de
saliva. Según escribían Harold
y Susan Merkey en la revista Canadian Medical Association Journal,
este supuesto movimiento del útero causaba asfixia y una sensación de
"bola en la garganta".
Para forzar al útero a que regresara a su lugar, Hipócrates
recomendaba masajes manuales, pero también empapar un
pedazo de lana en perfume y enrollarlo alrededor del cañón de una
pluma de ave, introduciéndolo después en la vagina. Al mismo tiempo, en la
nariz se colocaba alguna sustancia de olor desagradable, como vinagre, o se
quemaba polvo de cuerno para que la paciente lo inhalara.
De este modo, como en el sistema del palo y la zanahoria, el
útero regresaba atraído por el aroma del perfume en la vagina y
huyendo del olor molesto o del humo en la nariz. Sin embargo, según los Merskey
la cura definitiva y segura era "el matrimonio o el embarazo".
Una ducha pélvica a presión,
uno de tantos remedios para la histeria.
Lo curioso es que esta idea del útero como una especie de
animal con voluntad propia perduró durante siglos, incluso después de saberse
que estaba anclado en su lugar a través de ligamentos. Según
los Merskey, unos 500 años después de Platón e Hipócrates, el médico griego Areteo
de Capadocia escribía que el útero "se asemeja estrechamente a un
animal", ya que "se mueve por sí mismo aquí y allá en los flancos y
también hacia arriba", hacia el hígado, el bazo o el corazón.
"En una palabra, es errático",
concluía. Areteo añadía, siguiendo a Hipócrates, que al útero le atraían los
aromas fragantes, huyendo de los olores fétidos. "En resumen, el
útero es como un animal dentro de un animal", decía. Los mismos
autores describen un exorcismo medieval para ordenar al útero que abandonara
otros órganos, enumerados en la fórmula desde la cabeza a los dedos de los
pies, y que permaneciera "tranquilo en el lugar que Dios te ha
asignado".
"Te conjuro, útero, por nuestro
Señor Jesucristo, para que no dañes a esta doncella sierva de
Dios", decía el ritual. Según los Merskey, documentos como este sugieren
que en aquella época la sofocación histérica se asociaba a la brujería
y la posesión diabólica. Los escritos medievales se referían a la
asfixia histérica como "globus hystericus".
Paroxismo histérico
Pero si la teoría del útero errante acabó cayéndose, no
así la de la sofocación histérica, que después llegaría a ser conocida
simplemente como histeria. Por entonces ya no se consideraba
exclusivamente restringida a las mujeres, pero sí seguía sosteniéndose que
ellas eran las más afectadas, reflejando la incomprensión de los ciclos
menstruales, la menopausia y sus efectos fisiológicos y psicológicos.
Algunos autores suponían un influjo de la
putrefacción del semen retenido en el útero, mientras que otros
achacaban la enfermedad precisamente a la falta de penetración
que privaba a la mujer de los presuntos beneficios de la emisión masculina.
Una solución al problema era la manipulación de
los genitales femeninos hasta llegar al "paroxismo
histérico", el orgasmo. Pero dado que la masturbación femenina se
consideraba tabú, los médicos no la recomendaban. Algunos
especialistas recurrían a esta cura, en ocasiones por medio de una comadrona
que se encargaba de masajear a la paciente.
Anuncios de vibradores en el
catálogo de productos de los almacenes Sears.
En el siglo XIX, con la electricidad y la
industrialización, aparecieron los primeros vibradores electromecánicos.
Según Rachel P. Maines, autora del libro La
tecnología del orgasmo: la histeria, los vibradores y la satisfacción sexual de
las mujeres (edición en castellano: Milrazones, 2010), el vibrador fue
el quinto electrodoméstico que salió al mercado, después de la
máquina de coser, el ventilador, la tetera y la tostadora, y antes que la
aspiradora y la plancha.
Maines señala que este útil aparato permitía a los médicos
inducir el paroxismo histérico a sus pacientes sin el trabajoso
esfuerzo manual, pero también a las propias mujeres emplearlo
en la comodidad de su hogar. "La vibración es vida", decía
un anuncio de la época. Para no ser un animal errante, desde luego la matriz
femenina sí ha tenido que recorrer un largo camino histórico para llegar a ser
comprendida por una medicina dominada por el punto de vista androcéntrico.
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