3/21/2017

De cínicos y mentirosos está El Mundo lleno



Como se que os gusta el debate y el merecumbé, aquí va una pequeña muestra de lo que se guisa en la prensa canalla sobre la propuesta de Podemos de suprimir la santa misa de la programación de la televisión pública. Es triste y razonable, pero comprensible a la vista del estado del socialismo histórico, que sea Podemos el que abandere esa lucha por la laicidad y también esperable que las huestes eclesiales iban a responder con todo la artillería contra semejante afrenta. Ya lo dijo Gabilondo no hace mucho, la Iglesia (la auténtica, no cualquiera) no quiero esto y lo otro, lo quiero todo… en consecuencia, cada batalla es una guerra y no nos engañemos, armas las escogen ellos.

Salud camaradas


De votos
  • ARCADI ESPADA
16/03/2017 03:09
La renovación de la vida pública pasa por la necesidad de que los nuevos actores examinen las viejas rutinas. Así el partido Podemos y la retransmisión de la misa dominical por la cadena pública. Es razonable que hayan pedido su supresión. Aún recuerdo con melancólica nitidez cuando a las 12 en punto, y en Radio Nacional de España, el gran Luis del Olmo interrumpía sus programa y proclamaba solemne: "Es la hora del Ángelus". El espacio público no es la suma de las opiniones privadas sino de aquello que tienen en común las opiniones privadas. Ni la religión ni cualquier otra forma de adoctrinamiento deben tener cabida. Mucho más, técnicamente considerado, cuando la Iglesia católica tiene infinidad de recursos y posibilidades para airear la llamada palabra de Dios.
La propuesta del partido Podemos tiene, además, una loable capacidad preventiva. La inmigración, genéricamente considerada, solo ha traído beneficios salvo en un asunto concreto, que es precisamente el religioso. La mayoría de inmigrantes llevan consigo extravagantes creencias, no necesariamente católicas y mucho peor que las católicas, sobre la proclamación del mundo, que incluso en el Occidente aún tenuemente religioso pertenecen al dominio de las fábulas entrañables. Si hay misa católica en la televisión pública no se ve por qué deberían vetarse allí las ceremonias de cualquier otra religión. Y espero que en este punto a nadie se le ocurra aludir la audiencia y caer en la blasfemia de pasar a dios por el share.
En términos estrictamente estéticos la religión es la más exitosa de las ficciones basadas en hechos reales, siendo, en este caso, el hecho real la muerte. Hay millones de personas interesadas en sus prácticas concretas y por lo tanto es natural que estas personas reciban su satisfacción. Pero siempre y cuando el estatuto ficcional quede preservado. En términos éticos, no puede haber dudas de que la televisión pública debe informar sobre los actos y las ceremonias religiosas y sobre sus protagonistas y sus disputas. Así lo hace con la política. Pero todo eso es muy distinto de la retransmisión semanal de un mitin. Conozco algún socialdemócrata que en su ontológica doblez estaría dispuesto a transigir con la misa, siempre que pudiera escribir las homilías del capellán, al modo como el Gobierno escribe el discurso del Rey. No es mi caso. Yo quiero una Iglesia libre, pero en su sitio. Por las mismas razones que las diabólicas tetas de Rita Maestre no deben violentar la eucaristía, tampoco no debe la eucaristía desbordar el espacio reservado a la doctrina, que en la tele pública se organiza en temporada de voto y etiquetado con la palabra propaganda.

La X de los partidos
  • LUIS MARÍA ANSON
16/03/2017 03:09
"A misa solo van cuatro viejas beatas. Los templos están vacíos. Basta con retirar la asignación presupuestaria a la Iglesia para aplastarla definitivamente", le explicó el entorno sabio de José Luis Rodríguez Zapatero al presidente por accidente. Dicho y hecho. La partida en favor de la Iglesia Católica desapareció en los Presupuestos Generales del Estado a partir de 2007. Dejando a un lado la atención religiosa que es lo más importante, la ingente labor de la Iglesia en lo social, en lo benéfico, en lo asistencial, en lo educacional, en lo cultural, quedaba sin atención directa. "Y que no se diga que somos sectarios, que los ciudadanos y ciudadanas decidan si aportan el 0,7% a la Iglesia en sus declaraciones a Hacienda rellenando con un aspa el casillero correspondiente".
El fiasco de los anticlericales ha sido mayúsculo. 7.347.612 contribuyentes trazaron la X en la declaración a Hacienda del último ejercicio para dedicar a la Iglesia el 0,7% de sus impuestos, porcentaje ridículo, por cierto, que el PP de Montoro no se ha molestado en incrementar hasta el 1,5. Teniendo en cuenta que una de cada cinco declaraciones son conjuntas, el número de contribuyentes, según la estimación de Laura Daniele, se cifra en 9.000.000 y la cantidad que beneficia a la Iglesia resulta superior a la que recibía antes de la maniobra zapatética. Los vaticinios de los anticlericales se movían en el voluntarismo. La realidad nada tiene que ver con lo que ellos proclamaban. Los templos se llenan cuando se celebran oficios destacados. Once millones de personas acuden a misa todos los fines de semana. Cerca de dos millones de jóvenes rodearon al Papa en Madrid en la celebración de la eucaristía, las procesiones de Semana Santa en toda España abarrotan calles y plazas y el 80% de los padres de familia solicitan estudios de religión para sus hijos. Esa es la realidad incuestionable que el histerismo sectario y anticlerical se niega a reconocer.
He reiterado en muy varias ocasiones que los partidos políticos y los sindicatos, zarandeados por el descrédito, solo empezarán a regenerarse democráticamente con la aprobación de una ley que diga: "Ningún partido político, ninguna central sindical podrá gastar un euro más de lo que ingrese a través de las cuotas de sus afiliados". Pero seamos generosos. Añadamos a esos ingresos el 0,7 que, en un casillero abierto al efecto en las declaraciones de la renta, permita a los ciudadanos señalar con una X al partido de su preferencia o dejar el espacio en blanco. Lo mismo que se ha hecho con la Iglesia Católica. Hoy, de forma directa o indirecta, el dinero público paga el 90% de lo que derrochan los grandes partidos políticos. Que sean los ciudadanos los que decidan voluntariamente si destinan el 0,7 a su partido preferido o si dejan en blanco el casillero. Igual, igual que se hace con la Iglesia Católica.
La financiación de los partidos políticos es el escándalo que no cesa. Aparte de los suculentos renglones presupuestarios que ellos mismos se atribuyen por muy diversos conceptos, como se han convertido en gigantescas agencias de colocación para enchufar a parientes, amiguetes y paniaguados, como gastan de forma desmesurada, como tienen la sartén por el mango de las licencias y las concesiones, caen muchas veces cuando alcanzan el poder en las mordidas que, del 3% al 20% y a veces más, vertebran la larga caravana de la corrupción.
Luis María Anson, de la Real Academia Española

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