4/22/2013

Parecidos razonables

Dicen que el dominico Girolamo Savonarola tardó días en quemar, de tal forma que fue introducido en la hoguera varias veces hasta que por fin aquellos huesos y tendones quedaran reducidos a cenizas y arrojadas al Arno. Manuel Vicent compara al Cardenal Rouco con Savonarola, un parecido tan razonable como el que tiene el propio cardenal Rouco con Paco Clavel, pero aquel que inventó la "hoguera de las vanidades" donde los florentinos arrojaban sus pertenencias mas preciadas, atacaba por igual a los sodomitas y a la corrupción de los Medecis, al igual que condenó el lujo y tambien la depravación del Vaticano, lo que al final le costo la vida. Nuestro cardenal Rouco es más modesto, se conforma con todo sin entrar en detalles tan nimios como el paro, los desahucios o las bolsas de pobreza. A Rouco no le van a condenar por hereje ni le darán garrote vil en la plaza mayor, pero cada vez es más urgente la revisión del concordato con la Iglesia Católica, que ponga de una vez para siempre cada cosa en su lugar.
Salud camaradas

La hoguera
Manuel Vicent

Rouco Varela es lo que nos faltaba para alegrarnos la vida, un Savonarola de tercera sobrevolando la crisis con alas de cuervo.

Después del carnaval inmobiliario cuya hoguera de cemento ardió durante 20 años, sobrevino, de pronto, sin esperarlo, el miércoles de ceniza. Desde entonces, va ya para un lustro, este país está celebrando a diario un ratonero entierro de la sardina. En plena desmoralización general se suceden los analistas aciagos de esta jodida cuaresma económica, que parece no tener fin. Los amos no aportan ninguna solución, salvo más látigo todavía. A este panorama de penitencia colectiva se acaba de incorporar la voz oscura y agorera del cardenal Rouco Varela exigiendo su tajada. Perdona a tu pueblo, Señor, no estés eternamente enojado. Era lo que nos faltaba para alegrarnos la vida, un Savonarola de tercera, sobrevolando la crisis con alas de cuervo. Por lo visto no basta con la lacra social del paro, con la tragedia de los desahucios, con la pobreza que llama a la puerta de la clase media. Los obispos persisten en introducir el tormento de la moral en la conciencia de los católicos españoles con su exigencia fanática frente a la homosexualidad y el aborto, obcecados en clavar estos dos clavos por la cabeza, cuando ya no significan ningún problema para la mayoría de los ciudadanos. El último día de carnaval de 1497, en la plaza de la Señoría de Florencia, se realizó una inmensa hoguera en la que se quemaron las máscaras, disfraces, perfumes, cosméticos, pelucas, adornos y espejos. También ardieron libros obscenos de Boccaccio, cuadros de mujeres hermosas, incluso alguno de Botticelli. En el momento de prender fuego sonaron las trompetas, luego en el silencio de las llamas se oyó en la plaza la potente voz del dominico Savonarola, que avivaba aquella hoguera de las vanidades con furiosas invectivas contra el lucro, la sodomía, el despilfarro y la corrupción de los políticos. No viene al caso que el papa Borgia, años después, prendiera a aquel inquisidor y lo condenara a ser combustible en otra hoguera. También ahora, después del carnaval del cemento, en nuestro país está ardiendo en la plaza pública la hoguera de la pasada fiesta, pero nuestro Savonarola no habla del lucro, de la corrupción y el despilfarro. Mientras parte de la Iglesia, movida por caridad con los pobres, les imparte sopa, la jerarquía, movida por el fanatismo, se dedica a dar estopa.

A. Alvarez

   

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