3/10/2011

Las Monjitas, Las Musas y el Teatro


Las Monjitas

Lo de las monjas cistercienses del monasterio de Santa Lucía de Zaragoza va camino de un guión de cine de intriga y pasión, y no sería raro que tuviera tintes dramáticos entre enamorados, algún Don Juan y alguna Doña Inés, que complique el asunto. Lo que denunciaron en su momento las hermanitas, el robo de casi 1,5 millones en billetes de 500 euros que tenían guardados en bolsa de plástico en un armario, ahora son “solo” 450.000 y no todo en billetes de 500, y representan “los ahorrillos” de toda la vida, según el abogado contratado, el conocido penalista García Huici. El asunto ya ha sido puesto en conocimiento de la Agencia Tribut aria que pide cuentas de donde salió este dinero que no tenían controlado. Seguramente la Archidiócesis de Zaragoza tampoco.

Las Musas (la batalla literaria, y política, se seguía en el siglo XVI a caballo del XVII con la florituras del espadachín y la legua biperina de los insultos creativos y malévolos, como este encuentro entre Góngora y Quevedo que se cita en la novela Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte).

Decía Luis de Góngora de Don Francisco de Quevedo:

Musa que sopla y no inspira,
y sabe por lo traidor
poner sus dedos mejor
en mi bolsa que en su lira.


Y al día siguiente, viceversa. Porque entonces contraatacaba Don Francisco con su más gruesa artillería:


Esta cima del vicio del insulto;
éste en quien hoy los pedos son sirenas.
Éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

El Teatro (La intromisión de la Iglesia en la enseñanza sexual en las escuelas es de chiste, lo explica muy bien Ponte, a ver si también lo van a hacer en ingles como la Educación para la Ciudadanía en Valencia).

Reprimidos y represores

La polémica sobre cómo debe impartirse la educación sexual en las escuelas


JOSÉ MANUEL PONTE Con el suave estilo que lo caracteriza, el Papa Benedicto XVI ha levantado la voz sobre la educación sexual que se imparte en las escuelas europeas. Precisamente en aquellas, claro está, que no siguen las directrices de la Iglesia que él dirige. En esas escuelas, al parecer, se imparte una enseñanza en la materia que ofrece «concepciones de la persona y de la vida presuntamente neutras, pero que en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la recta razón».

La afirmación es interesada porque una antropología basada en la fe (creer en lo que no vimos) y en algo tan cuestionable como lo que sea una razón que avanza en línea recta menospreciando la bondad de la que lo hace en curvas, no tiene mucha base científica, aunque la tenga teológica en grado sumo. Pero el Papa es el Papa y tiene derecho a decir lo que le parece en cuestiones de su magisterio. Sobre todo, si lo dice alzando la voz con esa suavidad, educación y buen estilo que lo caracterizan y que es una bendita rareza en los ruidosos tiempos que corren. (Cómo nos gustaría que en las tertulias de la televisión basura se hablase como lo hace el Papa. Despacio, con conocimiento y buena dicción. ¡Cuánto no ganaría la audiencia en salud mental!).
El caso es que las palabras del Papa han provocado en nuestro país una sana polémica sobre cómo debe impartirse la educación sexual en las escuelas. Y, como ocurre siempre, hay dos bandos enfrentados. El Arzobispado de Valencia, por ejemplo, ha presentado un material didáctico enfrentado a los postulados oficiales en el que se reafirma en las posiciones clásicas de la Iglesia. Es decir, abstinencia sexual hasta el matrimonio, el coito sólo con fines reproductivos, y condena de la masturbación como forma barata de autocomplacencia. (En mi época escolar, nos advertían de que la masturbación licuaba el cerebro y producía ceguera. De ser cierto ese extremo, más de la mitad de la población española estaría afiliada a la Once). En el bando de enfrente, en cambio, se señalan los beneficios de la educación sexual para evitar embarazos no deseados, abortos y enfermedades, sin dejar la cuestión sólo en manos del criterio de cada familia o de informaciones recibidas en la calle.

El reduccionismo en materia de educación sexual es una tentación que hay que evitar porque tan malo es presentarla como una invitación a la orgía permanente como un pronunciamiento a favor de la represión. El que quiera reprimirse durante su paso por el mundo allá él, pero que no nos imponga nada a los demás, ni nos amenace con fuegos fatuos. Y menos aún con cargo a los presupuestos del sector público.
Lo sensato parecería que el Estado se tomase la educación sexual de la población con la misma exigencia (por lo menos) que la educación vial. El número de accidentes mortales en carretera es alarmante, pero el número de abortos de adolescentes, mucho más (14.203 en 2009 ).Y nadie podrá alegar ignorancia ni falta de medios para evitarlos.

En cuanto a la autoridad moral de la Iglesia católica para dar lecciones sobre sexualidad, después de los continuos escándalos de corrupción de menores por sacerdotes que hemos conocido en estos últimos años, también habría que decir algo. No dispongo de estadísticas sobre la implicación en prácticas aberrantes de sacerdotes cristianos no católicos con derecho a casarse, pero debe ser abrumadoramente menor que el de sus colegas sometidos a celibato.

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