7/21/2009

Collioure

De una visita a Collioure:
A pesar del ambiente veraniego que abarrota el pequeño pueblo, la playa, las terrazas y hasta la riera seca que hace de improvisado aparcamiento, es imposible sustraerse a los acontecimientos de hace 70 años cuando otra marea humana, mucho menos alegre y definitivamente derrotada, buscaba la forma de abandonar aquel pais que ya no era el suyo, sino de unos salvajes que agitaban banderas y crucifijos y prometían un falso perdón para los que se entregaran.
Hasta aqui logró llegar Antonio Machado y su madre Ana Ruiz, junto con su hermano José y su esposa. En el pequeño cementerio Antonio y su madre ocupan una única tumba tapada con una losa en la que han grabado sus nombres y en la que no faltan banderas republicanas, placas de homenajes, escritos en papeles sueltos de visitantes, flores y versos.

Las últimas horas fueron relatadas por Pablo Corbalán, en Tiempo de Historia, 1975:

(...) " Antonio Machado, acompañado de los suyos y conducido por Corpus Barga, llegó a Collioure el 28 de enero del 39. Desde la estación al pueblo, Barga tuvo que llevar en brazos a doña Ana Ruiz. Al llegar a la plaza principal encontraron el hotel Bougnol-Quintana, en el que quedaron alojados y del cual ya no saldrían ni el poeta ni su anciana madre. Para que el grupo pudiera desenvolverse mejor, la esposa de José Machado cargó con las maletas y don Antonio y doña Ana quedaron en una tienda de antigüedades hasta que Barga, José y la mujer de éste volvieron por ellos. En el pequeño hotel -sólo tiene dos plantas- les recibieron la señora Quintana y su hijo, que les ofrecieron habitación en la planta alta. Al día siguiente, Sarga tomó el tren de París. Los Machado quedaron solos. Doña Ana apenas si puede moverse de la cama, y don Antonio permanece largas horas junto a ella. A veces la deja al cuidado de la hotelera, mientras él y su hermano pasean por las callejuelas del pueblo o van a contemplar el mar. Collioure es alegre, pero para ellos su alegría blanca y azul nada significan. A la hora del almuerzo y de la comida, don Antonio ruega a la señora Quintana que ponga la radio para escuchar las noticias de lo que está ocurriendo en España. La señora Quintana se afana por cuidar a sus huéspedes y les atiende con cariño. Don Antonio, dándose cuenta de su desvalimiento económico, le dice: "Ya que no tengo dinero para pagarte, le haré un poema". El 9 de febrero le escribió a José Bergamín. En la carta le da cuenta de su situación: "Después de un éxodo lamentable, pasé la frontera... en condiciones empeorables (ni un solo céntimo francés), y hoy me encuentro en Collioure... y gracias a un pequeño auxilio oficial, con recursos suficientes para acabar el mes. Mi problema más inmediato es el de poder residir en Francia hasta encontrar recursos para vivir en ella de mi trabajo literario o trasladarme a la URSS, donde encontraría amplia y favorable acogida". Le pide que muestre su agradecimiento a la Asociación de Escritores franceses e insiste en que le solucione su situación económica. Pero, "realmente -refiere José Machado- venía herido de muerte del fatal éxodo... Su grandeza espiritual se sobrepuso a tantas fatigas -espirituales y corporales- con la resignación de un verdadero santo". El cansancio del poeta es inmenso y en uno de sus paseos, le dice al hermano: "¡Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación!". Fue su última salida. Cayó en cama. El 18 de febrero empeoró su neumonía, complicándosele con una gastroenteritis. Con lo ojos cerrados y ya delirante, repetía: Merci, madame; mercí, madame, agradeciéndole a la señora Quintana sus cuidados. Sus últimas palabras fueron: "Adiós, madre". Murió a las cuatro de la tarde del día 22. Su hermano encontró, en uno de los bolsillos de su gabán, unos papelitos escritos y arrugados. En uno de ellos recordaba a "Guiomar"; en el otro podía leerse un solitario verso: "Estos días azules y este sol de la infancia". Como Collioure estaba llena de refugiados españoles, la noticia de la muerte del poeta se corrió inmediatamente, y hasta su cuarto del hotel llegaron oficiales y soldados, que cubrieron su cadáver con una bandera tricolor y lo rodearon de flores. Desde París, Jean Cassou pidió que fuera trasladado a la capital francesa para ofrecerle un entierro con gran pompa, pero la familia se negó. Y fue sepultado al día siguiente. El féretro fue llevado a hombros por seis milicianos. Toda la población, hasta el alcalde, le acompañaron al cementerio. Doña Ana Ruiz falleció tres días después que su hijo. Y fue enterrada a su lado, en un panteón que había ofrecido una señora francesa, amiga de la señora Quintana."





7/05/2009

Gorbeia-Perejil

"Al alba, y con un tiempo duro con viento de levante de 35 nudos..." así explicaba el entonces ministro de defensa Federico Trillo la surrealista "liberación" del islote Perejil, que ha vuelto a ponerse de moda gracias a los gudaris vascos del PNV comandados por Urkullu, que ha querido quitarse de la espina de ver ondear la bandera del estado (española, po supuesto) en lo alto del monte Gorbea ("en lo mas alto hay una cruz de amor...") escenificando una guerra de banderas muy del gusto de nacionalistas, de todo signo y condición. Para mediar en el conflicto, ponemos nuestro granito de arena en la disputa textil aportando foto de la hazaña montañera llevada a cabo por un conocido grupo de montaña asturiano, que hizo ondear la enseña astur debajo mismo de la cruz del Gorbea, al tiempo que entonaba el obligado "Asturias, Patria querida" como si tal cosa.

7/02/2009

Callejeros

De la profusión y a menudo arbitrariedad de los callejeros de nuestras ciudades y pueblos proviene aquella anécdota de Santiago Ramón y Cajal, por la que un vecino del ilustre investigador, el doctor Mata, colgó una advertencia, molesto por las continuas confusiones:

En este humilde portal
no vive ningún Cajal

A lo que Ramón y Cajal respondió con otra nota:

Vive en esta vecindad
cierto médico poeta
que al fin de cada receta
pone "Mata" y es verdad

Sobre el callejero y sus coincidencias escribe hoy Espinás en El Periodico.

Hablan las placas de las calles

JOSEP MARIA Espinàs
Soy un lector curioso de guías urbanas, nomenclátores y guías telefónicas. Si tengo un rato que me parece libre –en casa o cuando estoy en la habitación de un hotel en el extranjero–, leo la información que tengo a mano, sea la que sea. No porque la encuentre útil, sino porque me distrae y, a menudo, me divierte.
Tengo un nomenclátor de Barcelona entre cuyas páginas guardé hace tiempo una lista de raras coincidencias. No sé si desde entonces los nombres de las calles han cambiado; alguno quizá ha desaparecido tragado por una avenida, pero el juego es sorprendente.

En el nomenclátor puede comprobarse cómo se conectan las calles. Algunos contactos son naturalísimos: calle de Avellaners y calle de Ametllers, y la calle de Cardenera se une a la de Pasarell. Huelga decir que la lógica preside el encuentro de la calle de Sagristans con la de Capellans. Aún hay otro ejemplo: a la calle de la Estrella Polar se entra –no podía ser de otro modo– por la calle de las Nebuloses. Y, claro, a la plaza del Firmament se accede por la calle de los Satèl·lits.

No puede decirse que algunas denominaciones sean demasiado feministas. Coinciden la calle de los Ases y la calle de las Dames, y no debe de ser casual que estas Dames acaben en la plaza de las Olles. La antigua guía citaba Estudis, y añadía esta precisión: «Callejón sin salida». Debía de ser un aviso a los jóvenes barceloneses, en el sentido de que se dejaran de gramáticas y de filosofías y se dedicaran a aprender un oficio junto al padre.
Estremece un poco descubrir que las calles del Isard y del Castor, simpatiquísimos animales, van a dar a la rambla del Caçador.
Más de una vez he confesado que me gusta mirar placas y rótulos. Los hay pintorescos, como el de un callejón de un pueblo andaluz. El callejón me recibió en la entrada con esta placa: calle de Salsipuedes. No entré. Acababa de empezar un viaje y no quería correr riesgos. Y cuando, en París, realizaban obras en la calle de Lenin, pusieron este aviso: «Calle de Lenin, cortada, excepto para los vecinos de la calle de Karl Marx». Es para pararse y meditar. Según el cartel, solo los ciudadanos marxistas podían tener acceso a la revolucionaria calle de Lenin.
Volviendo a Barcelona, una revelación más: a la calle del Negoci se entra por la calle de la Confiança. Quizá esto ya es anticuado. Pero en Gràcia encontramos la gran lección: a la calle del Progrés se entra por la de la Llibertat.