No estoy del todo de acuerdo con lo que dice Joan Barril, de hecho es imparable la sustitución del libro por los soportes digitales, pero es cierto que el libro ha tenido un exito enorme, aunque el libro no es irrompible, es fungible y decididamente inflamable, como nos demostró Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451 (los 233 grados centigrados en los que arde el papel), y desde luego no es el mismo libro para todos, cada uno nos hacemos uno para nosotros, el libro ha transmitido tantos errores, dogmas y disparates como supuestamente hará su sucesor, sus autores siempre son conocidos, o al menos los autores de un libro se conocen siempre a través de lo que escriben. La misma luz de la que depende los libros tradicionales alumbrará a los nuevos, y por supuesto se podrán subrayar, copiar, consultar, cambiar el tamaño de letra, de idioma y forma. Los libros se prestan y la mayoria de las veces no vuelven, tiene su propio orgullo, seguro que en adelante van a estar mas a gusto siendo compartidos.
P.D.: Hoy (San Bernabé, que significa "hijo del consolador" (?) , aquel judio que murio lapidado por judios de la diáspora en Salamina (¡cágate lorito!) tertulia et gran inauguración de las Fiestas del Corpus Christi, Mercado mediaval, pulpeiras, gigantes y cabezudos locales... (ya sabeis aquello de que con un vaso de vino en la mano, nos miramos a los ojos (Arturo dixit) y decimos: "Sangre de Cristo, cuanto ha que no te he visto, y ahora que te veo, GLORIA IN EXCELSIS DEO").
Mundo de bibliófobos
Por lo visto, ese sabio del mamporro llamado Arnold Schwarzenegger, gobernador electo del estado de California por el partido republicano, ha decidido que los libros desaparezcan de las escuelas. Schwarzenegger fundamenta su decisión en el presupuesto: lo de los libros es caro y, además, dice, con el soporte digital por internet los alumnos californianos conseguirán una mejor formación.
La latría debida a la tecnología nos está desviando de ese tipo de aprendizajes. Tener acceso a demasiadas cosas a veces comporta la incapacidad de comprenderlas.
Pero esa es la tendencia. No solo Schwarzenegger, sino también Rodríguez Zapatero prometió que todos los alumnos españoles contarían con un ordenador portátil en breve.
Afortunadamente para nosotros, lo que suele prometer Zapatero no se acaba de cumplir jamás. De tal manera que, probablemente, los libros tradicionales continuarán siendo una bonita herramienta de la transmisión del saber, de la historia y de la belleza.
Sin embargo, ahí está una curiosa obsesión: la sustitución del libro por la pantalla. La tecnología es tan invasiva que solo acepta relaciones de sustitución. Quítate tú que me pongo yo. En las ciudades comparten espacio bicicletas y autobuses. La tierra fructifica con la azada o con el tractor. Pero el uso del e-mail ha desplazado al número de teléfono. Y ahora se entiende el ordenador portátil no como un complemento del libro, sino como su definitivo enterrador.
Son tan obvios los méritos del libro, que no hace falta recordarlos. Pero el libro es irrompible. El libro es el mismo libro para todos. El libro no comporta más fascinación que su contenido. El libro tiene un autor conocido y una editorial que da la cara. El libro no es anónimo. El libro se reedita. El libro se presta, se subraya, se conserva y se consulta sin necesidad de fluido eléctrico.
Solo es un libro, es cierto. Pero a los adalides de la tecnología supuestamente formativa habríamos de preguntarles cuál ha sido el pecado del libro para que ahora se le quiera apartar de las aulas.
Una de las características de todas las religiones universales consiste en su voluntad de asimilación en nombre de la verdad y de marginar a los idólatras del error. Así ha sido en la cristiandad o el islam. Hoy, la verdad, no es otra cosa que la religión de una tecnología tan potente como frágil.
La falsedad de una pantalla se multiplica en pocos segundos de forma acrítica por todo el mundo. La verdad libresca, en cambio, exige al menos otro libro para rebatirla. Con la pantalla, sabemos. Con el libro, aprendemos a saber.
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