Nadie parecía imaginar que las obras de ampliación del museo de Bellas Artes de Oviedo fuera a poner en duda la que se tenía por fecha de su fundación, y todo por el hallazgo de los restos de una fuente cuya cronología romana pone en evidencia los análisis de carbono 14 en los restos orgánicos que la acompañan. A las reacciones iniciales de sorpresa y prudencia por parte de los expertos se han sucedido manifestaciones de todo tipo, alguna de las cuales causan sonrojo, como la del columnista de La Nueva España Javier Neira, que parece que él ya lo intuía e incluso se permitió colarse en la excavación para ratificarlo de primera mano. También la de especialistas que sostienen lo contrario o que ya habian advertido el origen romano de la fuente de Foncalada, hasta ahora único monumento civil del arte prerrománico. Pero la mas llamativa de las reacciones la protagoniza Gustavo Bueno junior, a la sazón hijo de conocido filosofo y intelectual de cabecera del gabinismo ovetense, que habia recibido el sabroso encargo de organizar los fastos de los XII siglos de existencia oficial de Oviedin; para él nada cambia con la descubrimiento arqueologico y "La historia de Oviedo sigue igual, lo que cambia es su prehistoria", se defiende antes de que alguien le venga con que el "Oviedo XII siglos" está en entredicho, pero además se permite reconvenir a "muchos historiadores que pontificaban que el monastario (San Vicente) se hizo en un desierto y empeñados en restar importancia a la romanización".
Mucho mas interesante y esclarecedor el artículo de Javier R. Muñoz sobre las implicaciones de la cronológia romana de la fuente de la Rúa, publicado en LNE.
¿Qué cambia en la historia de Oviedo la fuente de la Rúa?
JAVIER RODRÍGUEZMUÑOZ
La cronología romana de la fuente hallada hace apenas dos meses junto a la calle de la Rúa puede dar un vuelco total a lo que hasta ahora era la historia conocida del Oviedo urbano. No debiera sorprendernos que dentro del espacio que ocupara la urbe medieval, el delimitado por la muralla de Alfonso X, aparezcan unos restos arqueológicos de época romana. En el entorno de Oviedo ya eran conocidos testimonios de esa cronología y, en las dos últimas décadas, con la intensificación de las prospecciones arqueológicas, se han multiplicado.
Cuando a comienzos de los años setenta del pasado siglo, José Manuel González escribió el capítulo de la «Historia preurbana» para «El libro de Oviedo», señalaba que por el futuro emplazamiento de la capital asturiana había pasado una vía romana que comunicaba Asturica Augusta (Astorga) con Lucus Asturum (Lugo de Llanera). Este último lugar era por entonces uno de los yacimientos tópicos de lo romano en Asturias, donde ya desde el siglo XIX se venían produciendo hallazgos fortuitos y, desde luego, uno de los muy escasos núcleos asturianos mencionado en las fuentes documentales.
En los entornos de Oviedo, los restos de mayor entidad eran los de la villa de Paraxuga, descubiertos por el citado José Manuel González y excavados de urgencia antes de que quedaran enterrados definitivamente bajo el edificio de la Facultad de Medicina. En Paraxuga se constató la existencia de un establecimiento del siglo IV-V, que se puso en relación con la vía que atravesaba Oviedo. En época imprecisa se localizó en la iglesia de San Miguel de Liño una estela funeraria romana dedicada a un tal «Cesarón, hijo de Tábalo», y en un muro de contención cerca de la puerta de Santa María del Naranco otra estela dedicada a un personaje llamado Quinto Vendirico por su hijo Agedio. Estas dos estelas, junto con el hallazgo de restos de tégulas (la característica teja romana plana) y ladrillos, hizo suponer que en Liño había existido una villa romana. Otros restos imprecisos y la toponimia nos hablaban también de una notable romanización en la ladera del Naranco y en otras zonas del entorno de Oviedo.
Desde que José Manuel González escribiera el citado artículo hasta la actualidad, la arqueología vino a confirmar su buen ojo arqueológico. En Paredes (Lugones), donde también había señalado la existencia de una villa romana, se excavó hace unos años una necrópolis bajorromana, de la que parte aún se conserva en la zona de aparcamiento del centro comercial Parque Principado. El castro de Llagú, al sur de Oviedo, reveló que además de una potente y larga ocupación prerromana, también fue habitado en época romana, hasta mediado el siglo II. En Priañes, en términos del concejo de Oviedo, se localizaron los restos bastante arruinados de una villa romana con cronología en torno al siglo IV. El puente de Colloto, sobre el Nora, ya hace algún tiempo que se constató que su cronología original era también bajorromana. Posiblemente, el puente de Olloniego también sea en su construcción original de la misma época romana.
Fuera de los términos de Oviedo, pero dentro de la zona central articulada en torno a esa vía de Asturica a Lucus, los hallazgos han sido aún más importantes. Al ya viejo hallazgo de la villa Memorana en Vega del Ciego (Lena), de la que se recuperó un completo mosaico que se instaló en el Museo Arqueológico, y varios hallazgos de fines del siglo XIX en Ujo (Mieres), se vinieron a sumar en los últimos años otros yacimientos. Los hornos de fabricación de material de construcción de Venta del Gallo (Llanera), la excepcional y temprana villa de Valduno (Las Regueras); una larga ocupación en el territorio de Lucus Asturum, junto a la destruida y desaparecida iglesia de Lugo; la villa de Veranes, que, aunque conocida desde hacía tiempo, sólo en los últimos años se ha descubierto en toda su magnitud e importancia; la Campa Torres, posiblemente la ciudad prerromana de Noega, pero que fue ocupada por los romanos desde el momento mismo de la conquista, y donde debió de existir un faro romano, en forma de torre, como el de La Coruña. Y, por último, la ciudad de Gijón, cuyas murallas, termas, fábrica de salazones, y otros múltiples hallazgos, nos hablan de una ciudad de gran importancia en el norte hispano en los siglos bajorromanos.
Hay muchos más hallazgos (Beloño, Andallón, Bañugues...), pero no vamos a hacer ahora un mapa de la ocupación romana en Asturias. Hoy nadie con un mediano conocimiento de nuestra historia Antigua puede sostener que Asturias no fue romanizada intensa y extensamente. Clarín no podría empezar hoy su cuento Doña Berta tal y como lo hizo hace ya más de un siglo: «Hay un lugar en el Norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros...».
Este largo discurso introductorio nos sirve para hacer ahora una pregunta: ¿Nunca aparecieron restos romanos en el solar del Oviedo medieval?
Y la respuesta es: sí. Pero no los quisimos ver o no los supimos interpretar. Máximo y Fromestano nos vendieron tan bien la historia de su presura de un Oviedo, yermo y deshabitado, que desde siempre se consideró imposible la existencia en ese lugar de otra presencia humana anterior al siglo VIII. En el Museo Arqueológico se conservan al menos dos hermosos capiteles corintios romanos y algún fuste de columna que se supone proceden del palacio de Alfonso III, y que pudieron ser efectivamente aprovechados para este edificio, pero que a la luz de lo que ahora conocemos pudieron ser tomados de alguna construcción romana preexistente en el mismo solar. Hay otro capitel del mismo estilo y procedencia, al parecer, en el Tabularium Artis Asturiensis. Más excepcional aún es el conocido como sarcófago de Ithacio, cuya tapa, labrada en mármol blanco, contiene diversos motivos vegetales y otros que entroncan con el mundo artístico bajorromano y cristiano de los siglos IV-V, y que se encuentra en el llamado Panteón de los Reyes de la capilla del Rey Casto, en la Catedral. Una tradición, que recogió José Cuesta en su pionera Guía de la catedral de Oviedo, y cuya antigüedad se desconoce, dice que en esta urna fueron trasladados los restos de Alfonso III a Oviedo desde Zamora.
Hace ya casi veinte años que en una «Historia de Asturias» (tomo 11 de la Enciclopedia Temática de Asturias), y en el capítulo referido al periodo del Reino de Asturias cuestionábamos la idea generalmente aceptada de que varios restos visigodos que se conservan en las iglesias de ese periodo hubieran sido traídos de fuera. «Resulta inconcebible la idea», escribíamos entonces, «de que tan pesadas piedras formasen parte del botín de las expediciones guerreras asturianas por territorio de la Meseta». Lo mismo podemos decir del valioso sarcófago de Ithacio. No hubo que traerlo de ningún sitio, muy posiblemente estaba allí al lado, junto a otros muchos restos escondidos bajo el subsuelo de la Catedral y de otros antiguos edificios, o que desaparecieron para siempre reaprovechadas sus piedras en otras vetustas construcciones. Debemos concluir en que no hemos sido finos en la apreciación de restos evidentes que teníamos ante nuestros ojos.
Pero volvamos ahora al engaño de Máximo y Fromestano. Está fuera de duda de que el documento que recoge el pacto monástico suscrito por el abad Fromestano y su sobrino Máximo, con Montano y los otros monjes, sobre la fundación por ellos del monasterio de San Vicente, es falso. Isabel Torrente ha puesto de relieve últimamente las incongruencias y anacronismos del mismo. Podemos seguir pensando que a mediados del siglo VIII, en 761 si queremos una cifra exacta, unos monjes se instalaron en el solar donde luego creció y se expandió el monasterio de San Vicente. Otros más lo hicieron en el solar de esa vieja colina, de cuyas fundaciones apenas si nos queda la mención del nombre de sus monasterios. Lo que hoy ya no se puede creer es que Máximo encontró aquel lugar desierto. El lugar, que según dice el documento llamaban «Oveto», no era «nemine posidente» (no poseído por nadie) como se dice en él. No era un solar desierto y lleno de maleza que con sus siervos fue desbrozando Máximo, algo había allí, y posiblemente muy importante, aunque en algún momento haya podido estar deshabitado.
En realidad, la evidencia ahora constatada de la existencia de un «Oveto» anterior a Alfonso II y a los otros reyes de la monarquía asturiana explica mejor o aclara el porqué de la elección de ese lugar como capital de su Reino. Y también la anterior decisión de su padre, Fruela I, de fundar allí una iglesia dedicada a San Salvador y vivir en ese lugar por algún tiempo, pues no se olvide que el futuro Alfonso II nació en Oviedo. Él mismo lo dice en el documento suscrito el 16 de noviembre de 812, por el que hizo a la Iglesia de Oviedo una generosa donación. Este documento, conocido en la bibliografía medieval como el «testamentum» de Alfonso II, no es más que eso, una donación por la que confirmaba la que anteriormente había otorgado su padre Fruela a la misma Iglesia, «para alcanzar perdón para él y el venidero para nosotros», muy posiblemente, como apunta Isabel Torrente, para alcanzar el perdón por el crimen cometido al haber matado con sus manos a su hermano Wimara, «por rivalidades en torno al reino», explicaba la Crónica Albeldense. Sin justificación ni fundamentación documental alguna, se sostiene por algunos que ese año de 812 fue el momento en el que se fundó o estableció la Corte de Oviedo, de lo que no hay ninguna mención en este testamentum, pese al discurso histórico que le precede.
Hay, en lo que estamos tratando dos conceptos que a veces se confunden y se solapan: 1) el establecimiento de una primera población de forma estable en el lugar que luego se llamaría Oviedo, y 2) la institución de ese lugar llamado Oviedo como sede del trono del Reino de Asturias por parte de Alfonso II. Pero de esto, nos ocupamos en el capítulo siguiente.
Cuando a comienzos de los años setenta del pasado siglo, José Manuel González escribió el capítulo de la «Historia preurbana» para «El libro de Oviedo», señalaba que por el futuro emplazamiento de la capital asturiana había pasado una vía romana que comunicaba Asturica Augusta (Astorga) con Lucus Asturum (Lugo de Llanera). Este último lugar era por entonces uno de los yacimientos tópicos de lo romano en Asturias, donde ya desde el siglo XIX se venían produciendo hallazgos fortuitos y, desde luego, uno de los muy escasos núcleos asturianos mencionado en las fuentes documentales.
En los entornos de Oviedo, los restos de mayor entidad eran los de la villa de Paraxuga, descubiertos por el citado José Manuel González y excavados de urgencia antes de que quedaran enterrados definitivamente bajo el edificio de la Facultad de Medicina. En Paraxuga se constató la existencia de un establecimiento del siglo IV-V, que se puso en relación con la vía que atravesaba Oviedo. En época imprecisa se localizó en la iglesia de San Miguel de Liño una estela funeraria romana dedicada a un tal «Cesarón, hijo de Tábalo», y en un muro de contención cerca de la puerta de Santa María del Naranco otra estela dedicada a un personaje llamado Quinto Vendirico por su hijo Agedio. Estas dos estelas, junto con el hallazgo de restos de tégulas (la característica teja romana plana) y ladrillos, hizo suponer que en Liño había existido una villa romana. Otros restos imprecisos y la toponimia nos hablaban también de una notable romanización en la ladera del Naranco y en otras zonas del entorno de Oviedo.
Desde que José Manuel González escribiera el citado artículo hasta la actualidad, la arqueología vino a confirmar su buen ojo arqueológico. En Paredes (Lugones), donde también había señalado la existencia de una villa romana, se excavó hace unos años una necrópolis bajorromana, de la que parte aún se conserva en la zona de aparcamiento del centro comercial Parque Principado. El castro de Llagú, al sur de Oviedo, reveló que además de una potente y larga ocupación prerromana, también fue habitado en época romana, hasta mediado el siglo II. En Priañes, en términos del concejo de Oviedo, se localizaron los restos bastante arruinados de una villa romana con cronología en torno al siglo IV. El puente de Colloto, sobre el Nora, ya hace algún tiempo que se constató que su cronología original era también bajorromana. Posiblemente, el puente de Olloniego también sea en su construcción original de la misma época romana.
Fuera de los términos de Oviedo, pero dentro de la zona central articulada en torno a esa vía de Asturica a Lucus, los hallazgos han sido aún más importantes. Al ya viejo hallazgo de la villa Memorana en Vega del Ciego (Lena), de la que se recuperó un completo mosaico que se instaló en el Museo Arqueológico, y varios hallazgos de fines del siglo XIX en Ujo (Mieres), se vinieron a sumar en los últimos años otros yacimientos. Los hornos de fabricación de material de construcción de Venta del Gallo (Llanera), la excepcional y temprana villa de Valduno (Las Regueras); una larga ocupación en el territorio de Lucus Asturum, junto a la destruida y desaparecida iglesia de Lugo; la villa de Veranes, que, aunque conocida desde hacía tiempo, sólo en los últimos años se ha descubierto en toda su magnitud e importancia; la Campa Torres, posiblemente la ciudad prerromana de Noega, pero que fue ocupada por los romanos desde el momento mismo de la conquista, y donde debió de existir un faro romano, en forma de torre, como el de La Coruña. Y, por último, la ciudad de Gijón, cuyas murallas, termas, fábrica de salazones, y otros múltiples hallazgos, nos hablan de una ciudad de gran importancia en el norte hispano en los siglos bajorromanos.
Hay muchos más hallazgos (Beloño, Andallón, Bañugues...), pero no vamos a hacer ahora un mapa de la ocupación romana en Asturias. Hoy nadie con un mediano conocimiento de nuestra historia Antigua puede sostener que Asturias no fue romanizada intensa y extensamente. Clarín no podría empezar hoy su cuento Doña Berta tal y como lo hizo hace ya más de un siglo: «Hay un lugar en el Norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros...».
Este largo discurso introductorio nos sirve para hacer ahora una pregunta: ¿Nunca aparecieron restos romanos en el solar del Oviedo medieval?
Y la respuesta es: sí. Pero no los quisimos ver o no los supimos interpretar. Máximo y Fromestano nos vendieron tan bien la historia de su presura de un Oviedo, yermo y deshabitado, que desde siempre se consideró imposible la existencia en ese lugar de otra presencia humana anterior al siglo VIII. En el Museo Arqueológico se conservan al menos dos hermosos capiteles corintios romanos y algún fuste de columna que se supone proceden del palacio de Alfonso III, y que pudieron ser efectivamente aprovechados para este edificio, pero que a la luz de lo que ahora conocemos pudieron ser tomados de alguna construcción romana preexistente en el mismo solar. Hay otro capitel del mismo estilo y procedencia, al parecer, en el Tabularium Artis Asturiensis. Más excepcional aún es el conocido como sarcófago de Ithacio, cuya tapa, labrada en mármol blanco, contiene diversos motivos vegetales y otros que entroncan con el mundo artístico bajorromano y cristiano de los siglos IV-V, y que se encuentra en el llamado Panteón de los Reyes de la capilla del Rey Casto, en la Catedral. Una tradición, que recogió José Cuesta en su pionera Guía de la catedral de Oviedo, y cuya antigüedad se desconoce, dice que en esta urna fueron trasladados los restos de Alfonso III a Oviedo desde Zamora.
Hace ya casi veinte años que en una «Historia de Asturias» (tomo 11 de la Enciclopedia Temática de Asturias), y en el capítulo referido al periodo del Reino de Asturias cuestionábamos la idea generalmente aceptada de que varios restos visigodos que se conservan en las iglesias de ese periodo hubieran sido traídos de fuera. «Resulta inconcebible la idea», escribíamos entonces, «de que tan pesadas piedras formasen parte del botín de las expediciones guerreras asturianas por territorio de la Meseta». Lo mismo podemos decir del valioso sarcófago de Ithacio. No hubo que traerlo de ningún sitio, muy posiblemente estaba allí al lado, junto a otros muchos restos escondidos bajo el subsuelo de la Catedral y de otros antiguos edificios, o que desaparecieron para siempre reaprovechadas sus piedras en otras vetustas construcciones. Debemos concluir en que no hemos sido finos en la apreciación de restos evidentes que teníamos ante nuestros ojos.
Pero volvamos ahora al engaño de Máximo y Fromestano. Está fuera de duda de que el documento que recoge el pacto monástico suscrito por el abad Fromestano y su sobrino Máximo, con Montano y los otros monjes, sobre la fundación por ellos del monasterio de San Vicente, es falso. Isabel Torrente ha puesto de relieve últimamente las incongruencias y anacronismos del mismo. Podemos seguir pensando que a mediados del siglo VIII, en 761 si queremos una cifra exacta, unos monjes se instalaron en el solar donde luego creció y se expandió el monasterio de San Vicente. Otros más lo hicieron en el solar de esa vieja colina, de cuyas fundaciones apenas si nos queda la mención del nombre de sus monasterios. Lo que hoy ya no se puede creer es que Máximo encontró aquel lugar desierto. El lugar, que según dice el documento llamaban «Oveto», no era «nemine posidente» (no poseído por nadie) como se dice en él. No era un solar desierto y lleno de maleza que con sus siervos fue desbrozando Máximo, algo había allí, y posiblemente muy importante, aunque en algún momento haya podido estar deshabitado.
En realidad, la evidencia ahora constatada de la existencia de un «Oveto» anterior a Alfonso II y a los otros reyes de la monarquía asturiana explica mejor o aclara el porqué de la elección de ese lugar como capital de su Reino. Y también la anterior decisión de su padre, Fruela I, de fundar allí una iglesia dedicada a San Salvador y vivir en ese lugar por algún tiempo, pues no se olvide que el futuro Alfonso II nació en Oviedo. Él mismo lo dice en el documento suscrito el 16 de noviembre de 812, por el que hizo a la Iglesia de Oviedo una generosa donación. Este documento, conocido en la bibliografía medieval como el «testamentum» de Alfonso II, no es más que eso, una donación por la que confirmaba la que anteriormente había otorgado su padre Fruela a la misma Iglesia, «para alcanzar perdón para él y el venidero para nosotros», muy posiblemente, como apunta Isabel Torrente, para alcanzar el perdón por el crimen cometido al haber matado con sus manos a su hermano Wimara, «por rivalidades en torno al reino», explicaba la Crónica Albeldense. Sin justificación ni fundamentación documental alguna, se sostiene por algunos que ese año de 812 fue el momento en el que se fundó o estableció la Corte de Oviedo, de lo que no hay ninguna mención en este testamentum, pese al discurso histórico que le precede.
Hay, en lo que estamos tratando dos conceptos que a veces se confunden y se solapan: 1) el establecimiento de una primera población de forma estable en el lugar que luego se llamaría Oviedo, y 2) la institución de ese lugar llamado Oviedo como sede del trono del Reino de Asturias por parte de Alfonso II. Pero de esto, nos ocupamos en el capítulo siguiente.
¿Qué cambia en la historia de Oviedo la fuente de la Rúa? (y II)
En un momento indeterminado, unos primeros habitantes se instalaron en el solar de lo que fue el Oviedo medieval, y esa primera presencia se mantuvo de forma ininterrumpida hasta consolidar un poblamiento estable, cuyas características urbanas desconocemos totalmente. El hallazgo de la fuente de la Rúa nos viene a decir que eso se produjo, al menos, en el siglo IV de nuestra era.
La entidad del hallazgo, una fuente con cierto carácter monumental, invita a pensar que no fue construida en un descampado, sino que en su entorno había una cierta población que demandaba el servicio que ella prestaba, ya fuera el mero aprovisionamiento de agua o una función religiosa como posible «ninfeo». Vamos a tratar de aclarar mínimamente lo que significa esta palabra, que en estos días se ha repetido más de una vez en boca de arqueólogos e historiadores, pero que para el público en general, incluso para los más ilustrados, es posible que no diga mucho. Un «ninfeo» era un lugar natural o artificial donde existía una fuente y en el que se podía recibir a través del agua las benéficas influencias de las Ninfas. Había «ninfeos» en rincones naturales, como las cuevas, y otros construidos en ciudades, imitando en cierto modo las formas naturales por medio de cúpulas y bóvedas de cañón, como la de la Foncalada, y fuentes adornadas incluso con mosaicos y estatuas, y varios estanques. Nuestras Xanas y fuentes de las Xanas, serían la versión asturianizada de las Ninfas y los «ninfeos».
Que una fuente romana, de mayor o menor monumentalidad, existiera en el solar de Oviedo no nos permite suponer que la población que allí hubiera fuera de una gran magnitud. Podía, en algún caso, pertenecer a una villa más o menos lujosa, pero aislada, sin más población que la del señor y su familia, y los sirvientes domésticos y rurales del establecimiento. Pero la posibilidad de que también la fuente de la Foncalada sea en realidad de la misma época romana abre todo un campo de posibilidades explicativas. La Foncalada, calificada hasta ahora como la única construcción de época altomedieval dedicada a fines públicos que se conoce en España, siempre tuvo una serie de elementos que la separaban del resto de las construcciones del arte asturiano, nombre que cada vez tiene más sentido, y no el de Prerrománico. El edículo de la Foncalada está enteramente construido en sillares de piedra, incluso las dovelas que forman su bóveda de cañón. A su parentesco con otras construcciones similares romanas ya se han hecho muchas referencias. En realidad, el elemento que hasta ahora ha servido para su adscripción al período del Reino de Asturias es la presencia de la conocida como Cruz de la Victoria, con las letras alfa y omega, que corona su frontón triangular, y los restos de la inscripción «Hoc signo tvetvr pivs. Hoc signo vincitvr inimicvs» y «Signvm salutis...», habitual en otras construcciones del reinado de Alfonso III. Pero tales elementos, está claro, pudieron ser añadidos en los siglo VIII o IX a una fuente y edículo ya existentes, para cristianizarla, como se hizo con otros muchos monumentos de carácter pagano.
Aceptada como hipótesis, a la espera que la datación por carbono 14 pueda aclarar definitivamente el tema, que la Foncalada es romana, se ampliaría notablemente el área de extensión de ese primitivo Oviedo romano, lo que nos obligaría a pensar en un tipo de poblamiento de mayor entidad que una simple villa.
Oviedo está emplazado en un cruce natural de caminos, Norte-Sur y Este-Oeste. Ya hablamos antes de la vía que, con dirección Sur-Norte, unía Asturica Augusta (Astorga), la capital del conventus Asturum, y también Legio (León), con Lucus Asturum. Pero también por el entorno de Oviedo debía de cruzar otra vía que enlazaba con el Oriente, aprovechando el pasillo natural que brindaba la llamada por los geólogos depresión mesoterciaria, que se extiende más o menos desde Grado a Cangas de Onís, sin apenas ninguna pendiente. Para servir a esa vía se habría construido el puente de Colloto, en las inmediaciones de Oviedo. Examinado bajo esa consideración de cruce de caminos o de vías romanas, se podría pensar que el Oviedo romano del siglo IV hubiera sido lo que se denomina un «vicus viarii», una aglomeración urbana tejida en torno a ese cruce de caminos, sin formar un centro agrupado densamente, sino con diversos establecimientos dispersos a lo largo de las vías. Una calificación similar fue propuesta por Carmen Fernández Ochoa y otras arqueólogas que excavaron a principios de los años noventa en el área de la antigua iglesia de Santa María de Lugo (Llanera), donde también se daba otra encrucijada de caminos, entre la vía Norte-Sur ya descrita, que proseguía hacia Gijón, y otra que se dirigía hacia el Oeste, a la ciudad de Lucus Augusti (Lugo de Galicia).
Por otra parte, Carmen Fernández Ochoa viene insistiendo en los últimos años en la importancia del enclave urbano de Gijón en la bajorromanidad. Numerosos restos arqueológicos confirman esa opinión y el reciente hallazgo bajo el claustro del antiguo convento de las Recoletas-Fábrica de Tabacos reafirma lo ya supuesto. Gijón desempeñaría un importante papel, junto con Asturica Augusta, en la parte astur, en esos siglos del final del Imperio romano, en el mantenimiento de la llamada «via annonaria», por la que se aprovisionaba a las legiones romanas que luchaban en el limes (frontera militar) germano, en un pulso mantenido durante siglos y que al final terminaría con la entrada o invasión de los llamados pueblos bárbaros.
Todo lo anterior es pura hipótesis, pero desde luego va siendo hora de que los historiadores revisen sus ideas sobre la historia de Asturias en los siglos de transición entre el mundo antiguo y el medieval. Porque, pese a todo lo que se viene descubriendo, sigue todavía latente la idea de que los astures eran un pueblo muy bárbaro y atrasado, según la descripción que de ellos hizo el geógrafo griego contemporáneo de la conquista, Estrabón, y que, pese a que fueron conquistados, la romanización no pasó de ser un barniz superficial. Claudio Sánchez Albornoz, en su notable historia del Reino de Asturias, calificó a los asturianos que poblaban la zona donde se produjo el levantamiento contra los árabes como «bravos montañeses mal romanizados y peor sometidos a los godos». Y no hace tanto tiempo que los profesores Barbero y Vigil sostuvieron con gran aceptación la tesis de que en la zona limítrofe entre cántabros y astures, articulada en torno a Covadonga y Cangas de Onís, se había formado un poder autónomo que fue el primero que se levantó contra la invasión musulmana. O, para no insistir en lo mismo, la obstinación de muchos historiadores, incluso asturianos, en negar al primer rey, Pelayo, su naturaleza asturiana.
El conocimiento cada vez mayor del período romano y de los oscuros siglos siguientes debe hacer cambiar muchas de las cosas que se han escrito sobre la historia del Reino de Asturias.
Pero volvamos ahora al segundo punto que planteábamos al final de la anterior entrega de este artículo, el referido a la instalación en Oviedo del «solio del trono», es decir, al momento en que Oviedo se convirtió en sede de la corte y asiento del trono, reinando Alfonso II. Ningún documento ni crónica concretan ese momento. La crónica de Alfonso III, en sus dos versiones, rotense y a Sebastián, dice que Alfonso II «fue el primero que estableció en Oviedo el trono del reino», en año que no precisan. Y una denominada «Nómina de los Reyes Católicos leoneses» que acompaña a la crónica albeldense dice que Alfonso el Casto «fundó Oviedo».
Antes que en Oviedo, la Corte había estado en Pravia, donde la asentó Silo, según referencia aportada esta vez por la crónica albeldense. Pravia está en el medio de una zona donde son muy abundantes los restos de la presencia romana, algunos de los cuales todavía alcanzó a ver Juan Antonio Bances y Valdés a comienzos del siglo XIX, e hizo de ellos una memorable descripción titulada «Noticias históricas del concejo de Pravia», que fue publicada por la Academia de la Historia un siglo después, en 1911. Pravia, por otra parte, es muy posible que haya sido la Flavionavia que citan las fuentes romanas.
Cuando Alfonso II, que había desempeñado un destacado papel en la corte de Silo en Pravia, accedió al trono y decidió trasladar éste a Oviedo, su decisión sólo podía tener como fundamento, por lo que hasta ahora sabíamos, el cariño que a ese lugar tuviera por haber nacido en él. Fuera de motivos sentimentales, tal decisión siempre resultó un tanto extraña, ya que parecía ilógico elegir como sede de la Corte un lugar casi deshabitado y desprovisto de toda infraestructura, cuando existía no muy lejos una población como Gijón, que, por lo que hoy sabemos, estaba dotada de unas muy sólidas murallas y numerosas edificaciones que podían servir de asiento sin ningún esfuerzo a la Corte de Alfonso II.
Está claro que no sabemos casi nada de lo que era y había en Oviedo a fines del siglo VIII, cuando Alfonso II accede al trono. Pero, desde luego, no debía de ser un lugar casi yermo, en el que sólo se alzaban una iglesia dedicada a San Salvador y un pequeño oratorio dedicado a San Vicente, con muy pocas construcciones anexas. Tenemos que pensar que había mucho más, aunque buena parte de ello debió de resultar muy dañado tras las incursiones que sobre Oviedo hicieron los hermanos Ibn Mugait, reinando en Córdoba Hixem I. Y ahora volvemos al tema de cuándo se instaló la Corte en Oviedo. Ya dijimos que ningún documento ni crónica señalan año alguno, y, desde luego, no fue el de 812. Pero podemos pensar con bastante fundamento que Alfonso II se instaló en Oviedo ya desde el comienzo de su reinado. Los citados hermanos Ibn Mugait dirigieron sus campañas estivales de 794 y 795, lógicamente, contra la capital del Reino, Oviedo, porque allí esperaban encontrar al rey asturiano, y consecuencia de ello fue la destrucción, al menos, de la iglesia de San Salvador fundada por Fruela, y suponemos que de buena parte de lo que sería entonces la capital del Reino.
Alfonso II, según cuentan todas las crónicas, llevó a cabo en Oviedo una importante labor constructora, al menos en lo que se refiere al núcleo articulado en torno a la actual catedral, donde levantó de nuevo la iglesia dedicada a San Salvador, otra en honor de Santa María y una tercera a la memoria del mártir San Tirso. Según la crónica albeldense, «todas estas casas del señor las adornó con arcas y con columnas de mármol, y con oro y plata, con la mayor diligencia y, junto con los regios palacios, las decoró con diversas pinturas». Y también edificó fuera de Oviedo, como cuenta la crónica de Alfonso III, «distante del palacio casi un estadio, una iglesia en memoria de San Julián Mártir, poniendo alrededor, aquí y allá, dos altares decorados con admirable ornato. Mas también los palacios reales, los baños, los comedores y estancias y cuarteles, los construyó hermosos, y todos los servicios del Reino los hizo de lo más bello».
Las crónicas dan cuenta de las más admirables construcciones de Alfonso II, las realizadas en piedra, pero el Oviedo de entonces debía de ser mucho más y, a lo que parece, no había nacido de la nada. Los monjes de San Vicente para defender su parcela inventaron una bella historia, pero qué lejos de la verdad parece ahora. Oviedo ya no tiene fecha fija de fundación, el año 761, sino un pasado mucho más lejano e interesante que esperemos se pueda perfilar en los próximos años.
La entidad del hallazgo, una fuente con cierto carácter monumental, invita a pensar que no fue construida en un descampado, sino que en su entorno había una cierta población que demandaba el servicio que ella prestaba, ya fuera el mero aprovisionamiento de agua o una función religiosa como posible «ninfeo». Vamos a tratar de aclarar mínimamente lo que significa esta palabra, que en estos días se ha repetido más de una vez en boca de arqueólogos e historiadores, pero que para el público en general, incluso para los más ilustrados, es posible que no diga mucho. Un «ninfeo» era un lugar natural o artificial donde existía una fuente y en el que se podía recibir a través del agua las benéficas influencias de las Ninfas. Había «ninfeos» en rincones naturales, como las cuevas, y otros construidos en ciudades, imitando en cierto modo las formas naturales por medio de cúpulas y bóvedas de cañón, como la de la Foncalada, y fuentes adornadas incluso con mosaicos y estatuas, y varios estanques. Nuestras Xanas y fuentes de las Xanas, serían la versión asturianizada de las Ninfas y los «ninfeos».
Que una fuente romana, de mayor o menor monumentalidad, existiera en el solar de Oviedo no nos permite suponer que la población que allí hubiera fuera de una gran magnitud. Podía, en algún caso, pertenecer a una villa más o menos lujosa, pero aislada, sin más población que la del señor y su familia, y los sirvientes domésticos y rurales del establecimiento. Pero la posibilidad de que también la fuente de la Foncalada sea en realidad de la misma época romana abre todo un campo de posibilidades explicativas. La Foncalada, calificada hasta ahora como la única construcción de época altomedieval dedicada a fines públicos que se conoce en España, siempre tuvo una serie de elementos que la separaban del resto de las construcciones del arte asturiano, nombre que cada vez tiene más sentido, y no el de Prerrománico. El edículo de la Foncalada está enteramente construido en sillares de piedra, incluso las dovelas que forman su bóveda de cañón. A su parentesco con otras construcciones similares romanas ya se han hecho muchas referencias. En realidad, el elemento que hasta ahora ha servido para su adscripción al período del Reino de Asturias es la presencia de la conocida como Cruz de la Victoria, con las letras alfa y omega, que corona su frontón triangular, y los restos de la inscripción «Hoc signo tvetvr pivs. Hoc signo vincitvr inimicvs» y «Signvm salutis...», habitual en otras construcciones del reinado de Alfonso III. Pero tales elementos, está claro, pudieron ser añadidos en los siglo VIII o IX a una fuente y edículo ya existentes, para cristianizarla, como se hizo con otros muchos monumentos de carácter pagano.
Aceptada como hipótesis, a la espera que la datación por carbono 14 pueda aclarar definitivamente el tema, que la Foncalada es romana, se ampliaría notablemente el área de extensión de ese primitivo Oviedo romano, lo que nos obligaría a pensar en un tipo de poblamiento de mayor entidad que una simple villa.
Oviedo está emplazado en un cruce natural de caminos, Norte-Sur y Este-Oeste. Ya hablamos antes de la vía que, con dirección Sur-Norte, unía Asturica Augusta (Astorga), la capital del conventus Asturum, y también Legio (León), con Lucus Asturum. Pero también por el entorno de Oviedo debía de cruzar otra vía que enlazaba con el Oriente, aprovechando el pasillo natural que brindaba la llamada por los geólogos depresión mesoterciaria, que se extiende más o menos desde Grado a Cangas de Onís, sin apenas ninguna pendiente. Para servir a esa vía se habría construido el puente de Colloto, en las inmediaciones de Oviedo. Examinado bajo esa consideración de cruce de caminos o de vías romanas, se podría pensar que el Oviedo romano del siglo IV hubiera sido lo que se denomina un «vicus viarii», una aglomeración urbana tejida en torno a ese cruce de caminos, sin formar un centro agrupado densamente, sino con diversos establecimientos dispersos a lo largo de las vías. Una calificación similar fue propuesta por Carmen Fernández Ochoa y otras arqueólogas que excavaron a principios de los años noventa en el área de la antigua iglesia de Santa María de Lugo (Llanera), donde también se daba otra encrucijada de caminos, entre la vía Norte-Sur ya descrita, que proseguía hacia Gijón, y otra que se dirigía hacia el Oeste, a la ciudad de Lucus Augusti (Lugo de Galicia).
Por otra parte, Carmen Fernández Ochoa viene insistiendo en los últimos años en la importancia del enclave urbano de Gijón en la bajorromanidad. Numerosos restos arqueológicos confirman esa opinión y el reciente hallazgo bajo el claustro del antiguo convento de las Recoletas-Fábrica de Tabacos reafirma lo ya supuesto. Gijón desempeñaría un importante papel, junto con Asturica Augusta, en la parte astur, en esos siglos del final del Imperio romano, en el mantenimiento de la llamada «via annonaria», por la que se aprovisionaba a las legiones romanas que luchaban en el limes (frontera militar) germano, en un pulso mantenido durante siglos y que al final terminaría con la entrada o invasión de los llamados pueblos bárbaros.
Todo lo anterior es pura hipótesis, pero desde luego va siendo hora de que los historiadores revisen sus ideas sobre la historia de Asturias en los siglos de transición entre el mundo antiguo y el medieval. Porque, pese a todo lo que se viene descubriendo, sigue todavía latente la idea de que los astures eran un pueblo muy bárbaro y atrasado, según la descripción que de ellos hizo el geógrafo griego contemporáneo de la conquista, Estrabón, y que, pese a que fueron conquistados, la romanización no pasó de ser un barniz superficial. Claudio Sánchez Albornoz, en su notable historia del Reino de Asturias, calificó a los asturianos que poblaban la zona donde se produjo el levantamiento contra los árabes como «bravos montañeses mal romanizados y peor sometidos a los godos». Y no hace tanto tiempo que los profesores Barbero y Vigil sostuvieron con gran aceptación la tesis de que en la zona limítrofe entre cántabros y astures, articulada en torno a Covadonga y Cangas de Onís, se había formado un poder autónomo que fue el primero que se levantó contra la invasión musulmana. O, para no insistir en lo mismo, la obstinación de muchos historiadores, incluso asturianos, en negar al primer rey, Pelayo, su naturaleza asturiana.
El conocimiento cada vez mayor del período romano y de los oscuros siglos siguientes debe hacer cambiar muchas de las cosas que se han escrito sobre la historia del Reino de Asturias.
Pero volvamos ahora al segundo punto que planteábamos al final de la anterior entrega de este artículo, el referido a la instalación en Oviedo del «solio del trono», es decir, al momento en que Oviedo se convirtió en sede de la corte y asiento del trono, reinando Alfonso II. Ningún documento ni crónica concretan ese momento. La crónica de Alfonso III, en sus dos versiones, rotense y a Sebastián, dice que Alfonso II «fue el primero que estableció en Oviedo el trono del reino», en año que no precisan. Y una denominada «Nómina de los Reyes Católicos leoneses» que acompaña a la crónica albeldense dice que Alfonso el Casto «fundó Oviedo».
Antes que en Oviedo, la Corte había estado en Pravia, donde la asentó Silo, según referencia aportada esta vez por la crónica albeldense. Pravia está en el medio de una zona donde son muy abundantes los restos de la presencia romana, algunos de los cuales todavía alcanzó a ver Juan Antonio Bances y Valdés a comienzos del siglo XIX, e hizo de ellos una memorable descripción titulada «Noticias históricas del concejo de Pravia», que fue publicada por la Academia de la Historia un siglo después, en 1911. Pravia, por otra parte, es muy posible que haya sido la Flavionavia que citan las fuentes romanas.
Cuando Alfonso II, que había desempeñado un destacado papel en la corte de Silo en Pravia, accedió al trono y decidió trasladar éste a Oviedo, su decisión sólo podía tener como fundamento, por lo que hasta ahora sabíamos, el cariño que a ese lugar tuviera por haber nacido en él. Fuera de motivos sentimentales, tal decisión siempre resultó un tanto extraña, ya que parecía ilógico elegir como sede de la Corte un lugar casi deshabitado y desprovisto de toda infraestructura, cuando existía no muy lejos una población como Gijón, que, por lo que hoy sabemos, estaba dotada de unas muy sólidas murallas y numerosas edificaciones que podían servir de asiento sin ningún esfuerzo a la Corte de Alfonso II.
Está claro que no sabemos casi nada de lo que era y había en Oviedo a fines del siglo VIII, cuando Alfonso II accede al trono. Pero, desde luego, no debía de ser un lugar casi yermo, en el que sólo se alzaban una iglesia dedicada a San Salvador y un pequeño oratorio dedicado a San Vicente, con muy pocas construcciones anexas. Tenemos que pensar que había mucho más, aunque buena parte de ello debió de resultar muy dañado tras las incursiones que sobre Oviedo hicieron los hermanos Ibn Mugait, reinando en Córdoba Hixem I. Y ahora volvemos al tema de cuándo se instaló la Corte en Oviedo. Ya dijimos que ningún documento ni crónica señalan año alguno, y, desde luego, no fue el de 812. Pero podemos pensar con bastante fundamento que Alfonso II se instaló en Oviedo ya desde el comienzo de su reinado. Los citados hermanos Ibn Mugait dirigieron sus campañas estivales de 794 y 795, lógicamente, contra la capital del Reino, Oviedo, porque allí esperaban encontrar al rey asturiano, y consecuencia de ello fue la destrucción, al menos, de la iglesia de San Salvador fundada por Fruela, y suponemos que de buena parte de lo que sería entonces la capital del Reino.
Alfonso II, según cuentan todas las crónicas, llevó a cabo en Oviedo una importante labor constructora, al menos en lo que se refiere al núcleo articulado en torno a la actual catedral, donde levantó de nuevo la iglesia dedicada a San Salvador, otra en honor de Santa María y una tercera a la memoria del mártir San Tirso. Según la crónica albeldense, «todas estas casas del señor las adornó con arcas y con columnas de mármol, y con oro y plata, con la mayor diligencia y, junto con los regios palacios, las decoró con diversas pinturas». Y también edificó fuera de Oviedo, como cuenta la crónica de Alfonso III, «distante del palacio casi un estadio, una iglesia en memoria de San Julián Mártir, poniendo alrededor, aquí y allá, dos altares decorados con admirable ornato. Mas también los palacios reales, los baños, los comedores y estancias y cuarteles, los construyó hermosos, y todos los servicios del Reino los hizo de lo más bello».
Las crónicas dan cuenta de las más admirables construcciones de Alfonso II, las realizadas en piedra, pero el Oviedo de entonces debía de ser mucho más y, a lo que parece, no había nacido de la nada. Los monjes de San Vicente para defender su parcela inventaron una bella historia, pero qué lejos de la verdad parece ahora. Oviedo ya no tiene fecha fija de fundación, el año 761, sino un pasado mucho más lejano e interesante que esperemos se pueda perfilar en los próximos años.
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