Mientras, entre crisis y futbol, si no es lo mismo, se cuelan dos debates que tiene a la lengua como protagonista, por un lado la plataforma de intelectuales por la defensa de la "Lengua de todos", es decir la del Imperio, amenazadas, según dicen, por las lenguas vernáculas, que se han hecho co-oficiales en algunas comunidades. Y por otro, mas cercano, la "expulsión" de la enseñanza del asturiano en la Universidad de Oviedo, por obra y gracia de los votos del departamento de Filología, que han mostrado de esta manera el rechazo a la manipulación politica que desde el propio decanato y la Academia de Llingua, todo-uno inseparable, se ha hecho repetidamente.
Ilustran ambas controversias un articulo del filósofo y filólogo Agustín García Calvo, el creador de conceptos como "las masas de individuos" y cuya obra poetica cantaron Amancio Prada y Chicho Sanchez Ferlosio, que no se si nos pone algo en claro pero al menos no lo intenta.
La Lengua, señores...
Agustin Garcia Calvo
Por medio de la escritura y de la escuela, el Poder ha utilizado una y otra vez las lenguas o idiomas para ese fin: tomando en bloque una variedad simplificada del idioma correspondiente, y sin entrar para nada a la maquinaria de la lengua, ha logrado por ley (pero siempre a través de la escuela y la escritura) imponer hasta cierto punto un idioma uniforme dentro de las lindes que los avatares de la Historia le hayan repartido a esa forma de Poder; así impuso Roma en el vasto territorio del Imperio la unidad lingüística, para apenas un par de siglos, mientras los pueblos volvían a hacer de las suyas y deshacían el latín en dialectos innumerables; y hazañas parecidas se han dado luego, en territorios más o menos amplios, como, por ejemplo, la conversión del hebreo, una lengua muerta, en idioma, relativamente uniforme, del Estado de Israel.
En aquello que iba siendo Europa hace unos ocho siglos, los hombres cultos, que hablaban diferentes idiomas o dialectos como lengua cotidiana, trataron de mantener, y mantuvieron durante unos cinco siglos, una lengua común, el latín resucitado por escrito, no sólo para las disputas escolares y científicas, sino también para los tratos internacionales. Pero ya, entre tanto, los Estados modernos, el Español, el Francés, el Inglés, se habían establecido, y preferían volver a repetir, cada cual en su ámbito propio, la empresa del Imperio: la unificación de los varios idiomas y dialectos bajo el mismo ideal; una lengua una para el Estado uno; y en la misma idea les han seguido todas las naciones de cuño estatal, chiquitas o mayores, que tratan de dividirse el mapamundi.
Cierto que el que una lengua, relativamente uniforme, ocupe vastos espacios, tiene sus ventajas, no sólo para los trámites comerciales y administrativos, sino para que, por ejemplo, esta andanada contra los tratantes de lenguas le llegue a más gente que si la escribiera en sayagués; pero la cuenta de lo que con eso gana la denuncia de la mentira en contra de lo que gana la difusión de la mentira, ¿quién, señores, me ayudará a echar esa cuenta?
En fin, lo que el Poder, nacional, autonómico, universal, quiere hacer con las lenguas y la gente, eso cualquiera, si se deja sentir, lo sabe. Algo de vergüenza da que hombres doctos y esclarecidos confundan en un trance como éste los manejos unificatorios de una u otra administración con la máquina, desconocida y libre, de la lengua. Pero tampoco eso debe extrañarnos demasiado, sabiendo y sufriendo, como sufrimos, lo que es la condición de la Cultura y la de la Persona.
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Agustín García Calvo es catedrático emérito de Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid
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