9/26/2006

Pedir perdón



Va a tener razon Pedro de Silva, hoy en LNE, cuando dice que Aznar se queda corto con la idea de que el moro pida perdón por siete siglos de ocupacion de España, que deberían pedir perdón los godos y por supuesto los romanos, y el Vaticano como heredero directo de estos, y además en latin. Vamos a tener que reconsiderar la alta estima en que hemos tenido a las Universidades norteamericanas a la vista de los profesores invitados que contratan y las conferencias que organizan. En condiciones normales, cualquier alumno español que plantee la tesis defendida por Aznar en Georgetown se lleva un solemne suspenso por un planteamiento tan primario y que denota una ignorancia supina de la historia. Tal vez habria que reconsiderar la posibilidad de pedir perdon por el descubrimiento de America en siglo XV, aunque unos cuantos millones de sus actuales ciudadanos tienen mucho que ver con aquello.
Ya lo decian Cadicamo y Aguilar en aquel tango, "al mundo le falta un tornillo, que venga un mecanico, a ver si lo puede arreglar..."
Sin duda un buen tema de tertulia, pero ir pensando que este jueves hay una tertulia especial que tiene que ver con la urgencia de la despedida a nuestro contertulio que se va a hacer las Americas, aunque no creo que esté dispuesto a pedir perdón por aquello de la conquista, ni siquiera por los excesos de Lopez de Aguirre, que le tocan mas de cerca. Al menos cuando llegue ya conocera este ritmo clasico del folklore local y que no se olvide de aquel relato de Borges en El Hacedor, para que no se sienta como un cautivo, aunque sea de lujo, de tamaña Organizacion Mundial que le contrata.

> "En Junín o en Tapalquén refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa. Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.
Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquél instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa."

Salud

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