7/25/2007

La chica del gangster (y IV)

J.L. Alvite
En el sucio asunto de la trata de blancas, el remordimiento es una sensación que se confunde a menudo con la higiene. Es frecuente que las prostitutas latinoamericanas tengan una estampa de la Virgen colocada de manera bien visible sobre la mesita de noche de la alcoba en el que ejercen su oficio. Lo hacen convencidas de que en la extrema situación en la que viven, el pecado no es más que un gaje del oficio, y que, dadas las circunstancias, nada puede haber de malo en un trabajo en el que el precio que el cliente paga por el cuerpo, no incluye en absoluto derecho alguno sobre el alma. Me dijo de madrugada una fulana en un garito: "La limpieza ha hecho por mi conciencia mucho más que mis oraciones. Rezar después de haberme acostado con un hombre me alivia algo la conciencia, pero puedo asegurarte que mi alma queda más limpia cada vez que estreno bragas". Casi treinta años entre las chicas del arroyo me han ayudado a comprender que hay un fondo de razón en ese parentesco entre la conciencia y la higiene. La primera vez que me acosté con una fulana en "La Luna", comprendí que la intimidad sexual en aquel lupanar comportaba menos riesgos que remangarte la camisa en algún ambulatorio. Cuando "Baretta" inauguró "La Fuente", dotó al establecimiento de un moderno gimnasio para que las chicas pudiesen aliviar el estrés y distender los músculos, dos cosas que tanto contribuyen a disipar la sensación de sordidez moral que por lo general acarrea el ferroviario cansancio que inevitablemente produce el catre. Como ocurre con Äudrey Hepburn en la secuencia de la bañera de "My Fair Lady", en el caso de "La Fuente" las chicas de alterne modifican la apariencia de su destino añadiéndole a la acidez de sus vidas un puñado de sales de baño y esa algodonosa y celestial sensación de alivio que suele producir la crisálida espuma del gel. Como me dijo en una ocasión Manolo Rifón en "La Dama del Lago", "estas chicas, amigo mío, saben que Dios es más tolerante con los pecados que huelen bien". A juzgar por su desarrollado sentido de la limpieza, supongo que "Baretta" es de la misma opinión. "La Fuente" se llama así por el llamativo surtidor de agua que hay en su vestíbulo, donde destaca también la presencia de un reluciente coche de los años treinta cuya propiedad la propaganda oficiosa del club atribuye al mismísimo Alfonso Capone. Se supone que la higiene no tiene por qué estar reñida con la historia. Es bien sabido que Al Capone poseía gustos refinados y detestaba la ordinariez, pero es evidente que no se andaba con miramientos si a los postres de un exquisito banquete se le antojaba el criminal capricho de reventarle a un comensal la cabeza con el bate de beisbol. Una norma no escrita del hampa dice que desde el punto de vista moral la sangre es menos escandalosa cuando se empapa con una toalla limpia. En los burdeles de Ricardo Calvo Cobas el jabón estaba a veces más sucio que las manos, pero en los locales de Manuel Crego Gómez no había una sola macha que no desapareciese al soplar en ella. Sabe "Baretta" que los daños publicitarios causados al burdel por una redada policial no son nada comparados con el devastador efecto que ocasionaría la noticia de que alguien haya incubado allí su jodida gonorrea. Personalmente estoy casi seguro de que "Baretta" jamás comprometería sus manos en un ajuste de cuentas. En "La Luna" la contundencia corría a cargo de un discreto servicio de vigilancia muy del agrado de los clientes, que no querrían volver de madrugada a sus casas con un problema de dinero agravado por la sórdida publicidad de un hematoma en el rostro. Menos delicado para estas cosas, el bueno de Ricardo solía implicarse en el jaleo y procuraba que no hubiese una sola tunda en la que no se hubiesen notado sus manos. Una noche le dije que si no mejoraba el ambiente y no remitía la sangre de las peleas, me tomaría más en serio la posibilidad de ir a su local a tomarme las copas vestido con un chubasquero encarnado. Ricardo encajó le comentario con una incómoda sonrisa y no dijo nada. Una madrugada, creyendo que eran las de mi automóvil, le cortaron las cuatro ruedas de su coche a un guardia civil que me había llevado hasta allí. Lo nuestro se puso imposible y llegué a temer por mi vida. Espacié mi presencia mientras la Guardia Civil lo freía a multas por infracciones al horario de cierre. Al poco tiempo dejé la sección de sucesos y me retiré de la prostitución. No he vuelto a ver a Ricardo Calvo Cobas ni a "Baretta". Tengo noticias de que Ricardo anduvo a ratos por prisión, delegó algo de mierda en un par de testaferros y se hizo construir en A Muiña una gran casa en la que la lluvia no da recorrido el tejado. En cuanto a "Baretta", solo sé de él que todavía circula por ahí la leyenda de que en los tabiques de su casa de la playa hay tanto dinero emparedado, que si se la destruyese un seísmo, necesitaría el coche de Capone y el camión de las mudanzas para llevar el escombro al banco.

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