10/27/2008

Crisis

Hay veces que oyendo a algunos politicos me viene a la cabeza la frase de Oscar Wilde "un tonto nunca se repone de un éxito" y esta pasada semana he tenido tiempo de acordarme del genio irlandes despues de las declaraciones del expresidente español, Jose Maria Aznar (al que sin duda se le atribuye algún éxito, aunque solo sea en su fortuna personal), con su petulancia habitual, exponer sus teorias sobre el cambio climático y su condición de "ecologista razonable", en contraposición a los "ecologistas catastróficos" que representan a los "nuevos comunistas" que nos quieren imponer el pensamiento único sobre la dramática deriva del medio ambiente. Y es que en medio de esta crisis global que nos aflige, vamos descubriendo algunas de las actitudes que la han originado. Muy interesante la reflexión de Ignacio Escolar en los "Siete pecados del capitalismo", en donde señala algunos de los motivos de la crisis, tal como el mercado de futuros, Los paraisos fiscales, la avaricia de directivos y la codicia de los especuladores, la crisis alimentaria en el marco del cambio climático y las dudas sobre la fiabilidad de los indicadores del desarrollo.


Los siete pecados capitalistas
Ignacio Escolar

1- La lujuria especuladora
Un barco petrolero tarda más de cuatro semanas desde que sale del Golfo Pérsico hasta que llega a Estados Unidos. En ese tiempo, puede que la carga se haya devaluado tanto que el dueño del barco se arruine con el trayecto, que haya pagado por el crudo un precio mayor en el puerto de origen de lo que cobrará cuando llegue a la refinería. Para evitar este riesgo -en el petróleo y en otros mercados de materias primas-, se inventaron los contratos de futuros: una fórmula que consiste en pactar de antemano el precio de venta del pedido para una fecha determinada. Cuando se cierra el contrato, ni el comprador ha pagado ni el vendedor ha entregado la mercancía; pero el compromiso es igual de firme.
En aquel momento parecía una buena idea. El problema vino después, cuando los especuladores se aprovecharon de este mercado ideal para los trileros, pues se puede vender y comprar lo que aún no se tiene. Si apuestas con cientos de millones de dólares en el mercado de futuros a que el petróleo subirá, en efecto, el petróleo sube y tú ganas; en economía las profecías tienden a cumplirse si hay dinero suficiente. Los mismos inversores que primero crearon la burbuja punto com y después la burbuja del ladrillo, consiguieron elevar el precio del barril de crudo de 40 hasta 140 dólares en solo cuatro años. Impunemente.

2- La pereza de los reguladores
Por suerte, la burbuja del petróleo explotó a mediados de este verano. ¿La razón? Un pequeño cambio en la regulación de la SEC (el organismo que controla la bolsa estadounidense) obligó el 14 de julio a los especuladores que estaban jugando a la baja contra la cotización de los bancos a que respaldasen sus apuestas con acciones, por lo que tuvieron que sacar su dinero del mercado de futuros del petróleo para no perderlo en banca. Desde esa medida, que no buscaba atajar la burbuja petrolífera sino proteger a los bancos de los caníbales, el precio del crudo no ha dejado de bajar. El 14 de julio, cada barril costaba 144 dólares. El viernes rozó los 60 y sigue cayendo, pese a que la OPEP ha recortado su producción un 5%. Si basta con un pequeño cambio regulativo, tan sencillo que ni siquiera se vota en ningún Congreso, para evitar comportamientos tan dañinos para la economía mundial como la burbuja del petróleo, ¿por qué tanta pereza a la hora de evitar la especulación?
Han tenido que temblar las catedrales de Wall Street para que la mayoría de los organismos reguladores, también la CNMV española, se atreviesen a prohibir determinadas prácticas especulativas. De momento, estas restricciones son temporales, aunque en el debate mundial sobre el nuevo capitalismo muchos piden que sean permanentes. Para ello hace falta un paso previo, tal vez el único que se dé en la cacareada cumbre del 15 de noviembre: la puesta en marcha de un organismo supranacional para vigilar la economía globalizada. Alguien con algo más de prestigio internacional que el FMI.

3- La envidia del paraíso fiscal
Una cadena es tan débil como su eslabón más débil. En un mundo donde las fronteras existen para las personas pero no para el dinero, de poco vale que el G20 se comprometa a asumir nuevas normas si no aísla a un G40 del que apenas se habla: los 40 países ladrones, los 40 paraísos fiscales. Según la OCDE, en estas cuevas piratas se esconden de los impuestos entre 5 y 7 billones de dólares, una cifra que equivale al 13% del PIB mundial. La mitad de las multinacionales que cotizan en el español Ibex 35 tienen empresas en estos paraísos fiscales, con lo que eluden pagar impuestos a ese mismo erario público al que ahora piden ayuda. En los últimos 20 años, el dinero que guardan estos países se ha multiplicado por seis. Curiosamente, la distancia entre los sueldos de los altos directivos y los trabajadores ha crecido en ese tiempo en una proporción similar.

4- La codicia de los directivos
En 1980, un alto ejecutivo estadounidense ganaba de media 42 veces más que un trabajador. Hoy gana 364 veces más: en solo un día lo que los demás en todo el año. El problema no es solo la desigualdad social, que también. Lo más preocupante es que se premie a los ladrones y a los inútiles. En palabras de la canciller alemana, Angela Merkel, “comprendo que gane mucho quien hace mucho por su empresa y sus empleados; pero ¿por qué se debe ahogar en dinero a los incompetentes?”. Es lo que a veces pasa cuando la retribución del primer ejecutivo está supeditada al corto plazo de la bolsa y no al largo plazo de la empresa. En muchas ocasiones (Enron es el ejemplo más sonado pero no el único), los fuegos artificiales que tanto gustan a los inversores bursátiles van contra los intereses de la propia compañía. A la larga, la cotización bursátil también se hunde. Pero suele ser después de que el alto directivo haya vendido sus stock options.

5- La gula de los inversores
Lo que es bueno para el directivo no es bueno para su empresa. Lo que es bueno para el especulador del petróleo no es bueno para la economía mundial. Lo que es bueno para el vendedor de hipotecas subprime no es bueno para el banco que presta el dinero. En todos los fallos del capitalismo que ahora han aflorado hay un elemento común: una distorsión perversa en el sistema de recompensas donde no se premia al que genera riqueza sino al que la destruye.
El capitalismo ha funcionado sobre una premisa que suele ser cierta: del egoísmo individual se obtiene un progreso colectivo. La ambición de los empresarios también es buena para los trabajadores, pues todos ganan aunque sea en menor medida. Sin embargo, el castillo de naipes se hunde cuando se premia al pirómano, cuando la recompensa del que da préstamos hipotecarios a gente sin trabajo no está supeditada a que esas hipotecas se paguen sino a vender todas las posibles -su comisión iba en ello-. Lo mismo sucedía en el siguiente nivel, donde el que respaldaba estas hipotecas subprime tenía como negocio agruparlas con otras miles y venderlas en el mercado. Que se cobrasen o no tampoco era su problema. Tampoco era problema de las agencias de calificación, que estuvieron garantizando la salud del sistema hasta dos minutos antes del hundimiento; por algo cobraban de los mismos bancos a los que avalaban. No era problema de nadie y ha acabado siendo problema de todos.
Aunque las subprime es el pastel más famoso, no es el único tóxico que ha engullido el mercado en estos últimos años de dinero fácil y hambre financiera voraz. El capital se empachó porque no sabía qué comía: el mercado de derivados consistía en vender paté de cerdo como si fuese foie gras de oca; cuestión de una bonita etiqueta. Funcionó bastante bien hasta que a alguien se le ocurrió mirar qué había dentro de la lata.

6- La ira del planeta
Dice José María Aznar, y no es el único inconsciente, que ahora que los bancos van mal no hay dinero para salvar el planeta. La realidad es la contraria, pues detrás de uno de los fenómenos más preocupantes de la economía están precisamente los desastres generados por el cambio climático en la agricultura mundial. La crisis alimentaria es un problema económico en su realidad más cruda, pues aquí no se pierden ahorros sino vidas humanas. La lucha contra la contaminación es, en realidad, el mejor ejemplo de los males del capitalismo: solo se soluciona con regulación estatal, hace falta coordinación internacional, sus beneficios son indudables y, en resumen, nunca lo abordarán aquellos que solo piensan a corto plazo, aunque sea la inversión más rentable, con diferencia. ¿Hay acaso alguna mejor que salvar el planeta?

7- La soberbia del PIB
¿Un país más rico es un país mejor? No siempre. Según los datos del PIB, México está a punto de superar a España. ¿Es un país como México, donde hay familias que pierden su casa porque no pueden pagar las letras de una licuadora, un país mejor que España? México también es el país desarrollado donde mayor es la brecha entre ricos y pobres, según el último informe de la OCDE que se presentó hace unos días. Por desgracia, la desigualdad, la educación o la sanidad no cuentan con indicadores tan precisos como la inflación, el paro o el PIB. Los datos económicos son difíciles de esconder. Sin embargo, los indicadores de desarrollo humano no son homogéneos ni sistemáticos, los políticos pueden apostar a que, con una buena campaña publicitaria, hasta la sanidad pública más deteriorada pasará por buena.
Una vez más, es un problema de recompensas. Lo que es bueno para el PIB no siempre es bueno para la sociedad, de poco sirve que aumente la riqueza si solo se benefician de ello los que ya son ricos, los mismos que nunca lo pasarán verdaderamente mal por mucho que se agrave la situación económica. En España, por ejemplo, la crisis va por barrios. Esta semana abrirá en la milla de oro de Madrid la exclusiva joyería neoyorquina Tiffany’s. Los hay que siempre desayunarán con diamantes.

10/07/2008

Fracasados

De la inolvidable Mafalda del dibujante Quino nos queda un personaje que ha resultado ser el mas querido por sus lectores, se trata de Felipe, el mejor amigo de Mafalda, el mas imaginativo, soñador, despistado y perezoso de cuantos acompañan a la protagonista, que se reconocia un fracasado de nueve años al que sus defectos podian mas que su voluntad. tambien con el que mejor se identifica su autor.

Escribe hoy Miguel Angel Aguilar sobre el fracaso de que nuestra economía no tenga hasta ahora ningún gran banco con graves problemas, ni siquiera aportemos nada propio al itinerario de quiebras que se está produciendo en toda Europa.


El prestigio del fracaso

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR

En busca de alivio y de razón, algunos han dado en aceptar que "de Wall Street ha venido un barco cargado de... crisis". Es una versión actualizada de aquel juego de palabras infantil referido al emporio cubano. Entonces, el estribillo era "de La Habana ha venido un barco cargado de...", y la obligación de los participantes sucesivos consistía en encontrar un vocablo que empezara por la misma letra que el elegido por quien fuera el primero en responder. Pero residenciar las causas fundamentales de la crisis en lugares distantes desazona en nuestro país. ¿Por qué escudarse en las hipotecas subprime y en otros juegos malabares con las acciones, en los ocultamientos de las pérdidas, en las trampas de las auditoras, en los manejos de las agencias de rating y en los fraudes de los gestores más respetados, cuando se puede imputar directamente el origen de todos los desastres al presidente Zapatero?

Así lo ha visto el líder del principal partido de la oposición, Mariano Rajoy, en sus intervenciones sucesivas durante las sesiones de control al Gobierno en el Pleno del Congreso de los Diputados, aferrado cada miércoles a que sólo hay un problema: el presidente Zapatero. Como si su antagonista fuera capaz sin más ayudas de desencadenar la que estamos viendo en Wall Street. A Rajoy le asiste en estos trances su consejero áulico, Cristóbal Montoro, quien en línea con Francis Fukuyama, proclamó hace años el fin de los ciclos en economía, se apuntó al mito del progreso indefinido y sostuvo que los ingresos del Estado se multiplican en la misma proporción en que se reducen los impuestos. Inútil que John Kenneth Galbraith escribiera en La economía del fraude inocente (Editorial Crítica. Barcelona) que el comportamiento de la economía y, en especial, la secuencia y duración de auges y recesiones no puede ser previsto y que no existe indicios de que la reducción de impuestos tenga algún efecto positivo sobre la recesión.

Porque, además, está comprobado que los directivos y accionistas no se gastan la renta adicional derivada de la reducción fiscal y, por lo tanto, la medida carece de efectos sobre la economía. Sucede, amigo Montoro, que el único remedio fiable para la recesión es una demanda sostenida por parte de los consumidores. De donde pudiera ser que, vía rebajas impositivas, haya más dinero disponible para quienes no lo gastan; mientras, al mismo tiempo, se proyectan privaciones para quienes sí lo harían. Así que, como escribe Galbraith y tenemos averiguado, la recesión exige un flujo constante de poder adquisitivo, especialmente para los más necesitados, que son los que con más seguridad gastarán. Otra cosa es que, pese a estar garantizado el efecto positivo, las medidas que favorecen ese flujo son rechazadas por quienes las consideran una compasión inútil.

De otra parte, es de conocimiento general que el sistema financiero se basa en la confianza y que ningún banco sería capaz de resistir una ola de pánico que precipitara a la totalidad de sus cuentacorrentistas ante las ventanillas de las sucursales para retirar sus depósitos. ¿Qué banco sería ese cuyos activos líquidos superaran el pasivo que ha sabido captar? De modo que la quiebra de la confianza del público sobre la disponibilidad permanente que tiene de retirar sus fondos de cualquier institución financiera acarrearía su quiebra instantánea. Por eso, sorprende que Montoro, en su día ministro de Hacienda con el inolvidado Ánsar, es decir, supuesto conocedor de la dinámica del sector, dijera el domingo que el PP propone crear un aval de 30.000 millones de euros para reforzar el fondo de garantía de depósitos. Una manera de sumar incertidumbre que resulta muy de agradecer. Todo ello en línea con la emisora Intereconomía y la bendita Cadena Cope, que vienen propiciando desde sus antenas la caída de alguna Caja de Ahorros para que dé comienzo el ansiado festín.

Volvamos al título de esta columna, El prestigio del fracaso, sobre el que teorizó en su día Oscar Peyrou. Nada produce más entusiasmo entre nosotros, y por eso al conmemorar el centenario del desastre en 1998 estuvimos a punto de incurrir en otro de semejantes proporciones. Se desploman los bancos de más campanillas, los que andaban objetando nuestra modesta economía. Lo hacen en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en Holanda y aquí se diría que cunde el desánimo porque las gentes se preguntan qué país de tercera es el nuestro, incapaz de hacer aportaciones en ese itinerario de quiebras. Claro que nada debe descartarse por completo. Tal vez lo que se precisa es que nos unamos en un esfuerzo mayor hasta que logremos incurrir en algún desastre de relieve. Recordemos el entusiasmo que suscitaron las dificultades de la peseta cuando bordeaba el límite de oscilación del sistema monetario europeo. Las emisoras se ocupaban de la cuestión con los mismos tonos anhelantes dedicados a la búsqueda del gol en un partido de la selección. Todo sea por Montoro. Tal vez así se faciliten las movilizaciones sociales que anima.