7/23/2007

La Chica del Gangster III


La Chica del Gangster III J.L. Alvite
Cuando conocí al rústico capo de la prostitución compostelana, la chica del gángster era una muchacha portuguesa ruidosa e impulsiva que administraba aquel sórdido tugurio en A Muiña como si fuese una granja de cerdos en cuya planta superior, curiosamente, vivía un sacerdote jesuita. La chica del gángster se llamaba Cecilia y ni siquiera cerraba la boca para tragar saliva. Desde luego, ni ella era la hermosa Virginia Hill, ni, por supuesto, el gángster era Benjamín "Bugsy" Siegel, el brutal pero elegante guaperas que fundó en Las Vegas el Hotel Flamingo y murió tiroteado en una mansión de Beverly Hills después de haber fracasado en el intento de convertir a su chica en una glamurosa estrella de cine. Por su actitud simplemente tosca Ricardo Calvo Cobas era más parecido a Capone que al juicioso Johnny Torrio, aunque no tuviese su liquidez ni su reconocida distinción de gourmet, seguramente porque Compostela tampoco era el ajetreado y luctuoso Chicago de "La Matanza de San Valentín" y también porque la residencia de Calvo Cobas en A Muiña distaba entonces mucho del selectivo confort del que gozaba Capone en su casa del barrio de Cicero. Conocí en el fango de la prostitución a pocos personajes cultos o simplemente delicados, pero Calvo Cobas jamás podría haber sido uno de ellos. Frecuentaba ambientes suburbiales o explícitamente indecentes y nadie recuerda haber cenado con él en cualquiera de los magníficos restaurantes de la ciudad. De haberlo hecho, estoy seguro de que la rancia mierda de sus uñas habría sido el plato más abundante del menú. Bien sabe él que a pesar de nuestras desavenencias jamás le desee la muerte, pero supuesto que Calvo Cobas cayese víctima de sus malos pasos, dudo mucho que le ocurriera como al gángster Albert Anastasia, que murió tiroteado una mañana mientras lo afeitaban como a un marqués en la barbería del Hotel Sheraton de Nueva York. De manera más coherente con sus rudimentarias costumbres de hombre con poca clase, podría ocurrirle que cayese desplomado sobre un plato de fideos con mozarella, como le sucedió a Joe "The Boss" Massería en el "Nuova Villa Tammaco" de Coney Island cuando Charlie "Lucky" Luciano se levantó oportunamente al baño dando tiempo a que en su ausencia, Siegel, Genovese y Lansky acribillasen a su compañero de mesa. Calvo Cobas podría haberse estrenado en el hampa con una chica a la altura de sus posibilidades económicas pero su falta de estilo hizo que se arrimase a Cecilia y que lo suyo con ella durase hasta que la robusta portuguesa se dio a la fuga llevándose con ella a Portugal los ahorros de su jefe y amante. Al capo de A Muiña le habrían ido las cosa de otro modo si se hubiese inspirado a tiempo en el comportamiento de Manuel Crego Gómez, "Baretta", que se ha dado siempre la habilidad que un hombre necesita para que sean otros los que se manchen las manos con las cosas que toque él. Cuando "Baretta" estrenó en Guísamo su flamante "La Luna", sus visitas al local se producían con la misma distancia y discreción que si solo fuese uno de tantos clientes del próspero negocio. Jamás hacía alardes de dinero ni la menor ostentación de su éxito empresarial. A los pocos meses de haberse instalado en Guísamo, compró un restaurante que funcionaba casi sin clientela al otro lado de la carretera. Quienes le conocíamos bien sabíamos que no hacía aquel despliegue de dinero por aparentar prosperidad, sino para blanquear en la contabilidad del nuevo negocio la negritud de las inconfesables ganancias obtenidas en "La Luna". "Baretta" no solía mancharse las manos con nada, y mientras frecuenté su trato, juraría que procuró tenerlas siempre más limpias que cualquier cosa sucia que tocase. Aquel escrupuloso sentido de la profilaxis hizo que "La Luna" prosperase con una clientela entre la que nunca faltaron importantes personajes de la vida social coruñesa y que la patrulla de la Guardia Civil se tomase allí sus copas a última hora de la noche con la misma confianza moral y reglamentaria que si estuviesen haciendo tiempo en la cantina del cuartel. Sus buenos modales y la discreción con la que lucía el dinero ayudaron a revestir la imagen de "Baretta" de un aura de legalidad y decencia, convirtiéndolo en un mafioso casi tan invisible como Meyer Lansky, aquel judío amigo de "Lucky" Luciano, de "Bugsy" Siegel y de Vito Genovese al que solo el cáncer fue capaz de pegarle un tiro cuando ya era un octogenario lacónico y prudente que había sobrevivido a los de su generación gracias a su sabia costumbre de emplear la serenidad y el sentido común para darle largas a la muerte. Como había hecho mucho antes Lansky con su amante Carmen durante su exilio en Cuba, "Baretta" supo mantener en todo momento su vida sentimental separada de los oscuros avatares de su oficio, sin duda a sabiendas de que hay pocas sensaciones tan dolorosas como pillarse los huevos al cerrar a oscuras el libro de la contabilidad del negocio. En eso, "Baretta" me recuerda mucho a Dion "Deany" O´Banion, aquel fino mafioso irlandés de hace más de ochenta años, que después de una criminal noche de lenocinio, se quitaba de encima el penetrante tufo de las fulanas estilizando por la mañana el aroma de las orquídeas con sus propias manos en la floristería que le servía de tapadera. Por desgracia para él, a Dion O´Banion lo mataron en su negocio de flores unos tipos que él creyó que habían ido allí a comprar unas coronas para el entierro de Frankie Merlo...

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