Según el
diccionario, La simonía es, en el cristianismo,
la pretensión de la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes
materiales. Incluye cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias, promesas de
oración, la gracia, la jurisdicción eclesiástica, la excomunión, etc. La palabra simonía deriva de
un personaje de los Hechos de los Apóstoles llamado Simón el Mago,
quien quiso comprarle al apóstol Simón Pedro
su poder para hacer milagros y conferir, como ellos, el poder del Espíritu Santo,
lo que le supuso la reprobación del Apóstol:
«¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don de Dios se adquiere a precio
de oro”.
Salud camaradas
Nestor Álvarez, Pedro Outeiro, Uxía Salgueiros, Xan Dopico. Así, hasta
nueve. El cura de la extensa parroquia de Outeiro Baixo va
proclamando los difuntos por los que aplica la Eucaristía. Cada fin de semana
acude también a otras dos parroquias a su cuidado. En ellas relacionará otra
decena de difuntos. Aproximadamente, veinte almas podrán ser aliviadas o sacadas
del Purgatorio en virtud de las tres misas. Los familiares de cada uno de los
difuntos han encargado la misa a Don Rodolfo Vales, previo
correspondiente "estipendio". Años atrás, los encargos se hubieran
repartido entre una docena de curas. Hoy, sólo hay uno en la comarca,
Don Rodolfo es argentino, con abuelos gallegos. Regentaba una parroquia importante en la provincia de Buenos Aires. Vino a España a conocer sus raíces y sus parientes. El obispo le ofreció prestar sus servicios en Outeiro. Sólo tres meses, el tiempo que pretendía quedarse en nuestro país. Pronto descubrió que aquel puesto era una mina. Había que explotarla. Pospuso su retorno a Argentina. Ya van ocho años. En la parroquia bonaerense ganaba suficiente para una cómoda vida, incluso teniendo consigo a sus padres. Pero ésta de Galicia es mucho más rica y apetecible.
Don Rodolfo es argentino, con abuelos gallegos. Regentaba una parroquia importante en la provincia de Buenos Aires. Vino a España a conocer sus raíces y sus parientes. El obispo le ofreció prestar sus servicios en Outeiro. Sólo tres meses, el tiempo que pretendía quedarse en nuestro país. Pronto descubrió que aquel puesto era una mina. Había que explotarla. Pospuso su retorno a Argentina. Ya van ocho años. En la parroquia bonaerense ganaba suficiente para una cómoda vida, incluso teniendo consigo a sus padres. Pero ésta de Galicia es mucho más rica y apetecible.
La proverbial veneración galaica a los difuntos lleva, todavía hoy, a
importantes dispendios. Una cadena de actos religiosos a cargo de uno a varios
sacerdotes. Cuantos más sacerdotes asistan, más valor espiritual, más
influencia en beneficio de las almas por las que se celebran los sufragios.
Funeral de "corpore insepulto", entierro, responsos, misa
"de salida", misa "de luto", funeral de
"cabo de año", misas mensuales o semanales. Así, durante
años o siglos. Hay fundaciones de misas que traen origen de varios siglos
atrás.
Por todos esos actos religiosos se abonan unos honorarios. La Iglesia los
llama "estipendios". Hay unos aranceles, pero los curas prefieren
recurrir a "la voluntad". Es más rentable. Saben que el pueblo es
generoso con los difuntos. Si acuden varios sacerdotes, aunque se trate de
única misa o único funeral, cada uno de los clérigos recibe lo mismo que si
fuera él solo quien oficiara. El "estipendio" mira la intención, no
el trabajo o la molestia, que podría "facturarse" a parte,
particularmente cuando el oficiante ha tenido que venir de lejos.
En la comarca pastoreada por Don Rodolfo la población se ha
reducido, pero han sido muchos los que dejaron este mundo en los últimos años.
Eso hace que no hayan disminuido los actos por esos difuntos. El problema
surgió cuando el cura no podía atender a todos los feligreses con la diligencia
y puntualidad demandadas. La cola de encargos nominales se alargaba demasiado.
Para más, si la misa debía ser en domingo, no había modo de complacer a la
mayor parte de los devotos.
Don Rodolfo, además de ser un experimentado cura de 50
años, fue un buen estudiante de Teología. Aprendió que la misa tiene un valor
infinito y que cada una de las celebraciones tiene virtualidad para beneficiar
a miles de sujetos. Le costó unas semanas catequizar a sus feligreses. Sobre
todo, logró convencer a cada uno o una que le encargaba misas por sus deudos.
Una misa - insistía - puede ser ofrecida a intención de varias personas o
familias. Nada impide que la misa valga igual por el eterno descanso de una
docena de difuntos para cuya celebración se haya dado el correspondiente
"estipendio". La cuantía la deja a voluntad del donante, pero sugiere
50 euros, que todos aceptan o incrementan. Ahora no hay espera. Si la próxima
semana es el sexto aniversario de la muerte del abuelo, nada impide que el cura
lea su nombre al comienzo o en el ofertorio de la misa dominical. Lo hará
juntamente con otros nombres de difuntos. Siempre, naturalmente, previo
"estipendio". Todos contentos.
La inveterada costumbre eclesiástica y la actual legislación canónica
amparan estos "estipendios" manuales u honorarios. Son retribuciones
en negro. Se acumulan al sueldo que los curas reciben del Estado a través de la
Conferencia Episcopal. Por lo demás, está claro que Don Rodolfo
obvia el canon 948 del C.I.C. Pero sabe que las normas eclesiásticas son
mutables, han variado y variarán. Y que los fieles tienen derecho a ser
atendidos en circunstacias de extrema escasez de sacerdotes.
Don Rodolfo es un buen administrador de sacramentos. Es
también una buena y ejemplar persona. Vive frugalmente. Por todo recibe una
compensación dineraria. Misas, bautizos, comuniones, bodas, entierros. Y, sobre
todo, funerales. En su comarca y fuera de ella. Gana mucho dinero, pero no lo
ahorra. Al menos, no en España. Lo sobrante, que es mucho, lo envía a
Argentina. Según él, para fines sociales. Cruza el charco al menos una vez al
año, cargado de euros, dólares o pesos. Durante el mes de su ausencia, un
amigo, albañil de profesión, atiende a sus tres parroquias. Los feligreses
atestiguan que Antón dice la misa igual que Don
Rodolfo, incluida la homilía. No lee las intenciones de donantes. No
confiesa. Nadie sabe decir si consagra el pan y el vino, aunque reparte la
comunión a la manera tradicional. Acepta "estipendios", aunque los
reserva para el cura, quien, a su regreso, los contabilizará para próximas
misas.
Hace poco menos de dos mil años, un tal Simón ejercía la
magia en Samaría con gran éxito. "Todos lo seguían y decían: éste es
el poder del gran Dios. Y se adherían a él". Simón,
al ver que Felipe lo aventajaba en su oficio, se hizo
cristiano y se adhirió a él. Más aún. Viendo Simón que
Pedro y Juan lograban maravillas con la imposición de
las manos, intentó comprar el "numerito" a Pedro.
Ésta fue la reacción de Pedro. "Sea ese tu dinero
para perdición tuya, pues has creído que con dinero podía comprarse el don de
Dios. No tienes en esto parte ni heredad, porque tu corazón no es recto delante
de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega al Señor que te perdone
este mal pensamiento de tu corazón porque veo que estás lleno de
maldad y envuelto en lazos de iniquidad" (Hechos 8, 9-23).
Desde entonces – también antes - se negocia con lo espiritual. Dinero y
dominio (a veces también sexo) son los negros ingredientes de las instituciones
religiosas. Pláceme aludir a dos hitos históricos. En nuestra Iglesia, después
de las escandalosas investiduras medievales – política y corrupción - nunca
erradicadas, el cenit de la simonía se alcanzó en el siglo XVI. La masiva venta
de indulgencias para construir la basílica de San Pedro colmó el vaso de la
paciencia de muchos eclesiásticos responsables. Fue la espita que alejó de Roma
a Lutero y sus secuaces protestantes. La Contrareforma no supo
poner remedio. Aún hoy se "venden" indulgencias, bendiciones,
intenciones, oraciones, sufragios, milagros. Y hasta hace pocos años,
comprábamos la Bula toledana que nos autorizaba a comer carne los viernes sin
cometer pecado.
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