Los que estaban aquel día en la charla que dio el
catedrático de ecología de la universidad, Anadón, sobre el cambio climático
recordarán las evidencias tan serias que fue señalando como indicios de que
algo muy importante estaba pasando, y también recordarán que en aquel momento,
allá por la primavera del 2009, había muchas dudas incluso en ambientes
científicos sobre el alcance del cambio climático, por no decir que se había
convertido en un arma política que algunos descerebrados utilizaban sin ninguna
mesura. Hoy la cosas han cambiado, excepto para algunos de aquellos
descerebrados, y hay un mayor consenso científico a la vista de la
generalización de algunos fenómenos, como el deshielo precipitado del casquete
polar ártico. Julio Llamazares acude a su memoria infantil para advertir esos
cambios en su entorno de la vertiente sur de la cordillera Cantábrica.
Salud
Cigüeñas
El mundo ha cambiado tanto que ya nada es como era, ni el clima, ni las costumbres de las cigüeñas, ni las supersticiones
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Si rebobinara el tiempo y regresara a los años de mi adolescencia, ayer
habrían vuelto las cigüeñas a sus nidos, el sol derretiría la nieve acumulada
en las calles durante todo el invierno y mi madre me habría llevado a Sabero a
pedirle a San Blas, el santo protector de la garganta, que cuidara de la mía,
trayendo de regreso de su ermita agua bendita y caramelos también bendecidos
con ella para chuparlos cuando tuviera anginas o faringitis. Pero el tiempo ha
pasado con velocidad de vértigo y ni las cigüeñas han vuelto, porque nunca se
fueron, pues el clima se ha suavizado mucho últimamente, ni el sol derrite la
nieve, pues ya no nieva apenas, ni mi madre me llevaría a Sabero, pues ya no vive
y yo lo hago muy lejos de aquella ermita a la que peregrinábamos toda la gente
del valle minero para pedirle a San Blas que protegiera nuestras gargantas.
En apenas medio siglo, el mundo, no sólo España, ha cambiado tanto que ya
nada es como era, ni el clima, ni las costumbres de las cigüeñas, ni las
supersticiones. En sólo 50 años, que son los que uno recuerda, la humanidad y
el mundo han cambiado tanto que cuesta reconocerlos a poco que uno los rememore
en los años sesenta o setenta del pasado siglo y los compare con los de hoy. Y,
sin embargo, el tiempo y el calendario siguen siendo los de siempre, lo cual
produce un desfase entre nuestra realidad y ellos. Pasan los meses, las
estaciones, se suceden uno tras otro los días y las fechas señaladas, cada uno
con su recuerdo o su celebración adherida a él, pero ya apenas se corresponden
con una meteorología modificada cada vez más por un cambio climático que ya
ningún científico niega y por unas circunstancias culturales que evolucionan de
día en día también a lomos de los avances tecnológicos, del desarrollo
vertiginoso de la medicina y de otros conocimientos humanísticos y de la propia
inercia del tiempo. La religión, las costumbres, los hitos del calendario que
nos señalan el paso de este por nuestras existencias no son así, pues, más que
anticuados recuerdos, cigüeñas imaginarias que ya no vuelan, como las
verdaderas, salvo en nuestra imaginación. Y, sin embargo, el tiempo sigue
pasando, sucediéndose a sí mismo día tras día y mes tras mes, matándonos poco a
poco sin que lo percibamos, salvo de la ligera forma en la que la describió el
poeta: “Y como nubes pasarán los días”. Lo único que no cambia (que no cambiará
nunca) es ese augurio de las cigüeñas que cada febrero vuelve, crepuscular y
latino a un tiempo.
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