Para los germanófilos debe haber sido un duro golpe
descubrir que sus ídolos están hechos de la misma pasta que el resto.
Para los que no lo somos, esa supuesta superioridad no es más que falta
de humanidad, soberbia y desprecio, como hemos
descubierto espantados ante los horrores del nazismo y la indiferencia
del pueblo alemán.
Salud
El mayor truco de Alemania
- RAMÓN AGUILÓ OBRADOR
Actualizado 21/10/201504:13
Hay
un curioso y significativo ripio de un popular cantautor alemán
dedicado a su patria,
en el que se hace la pregunta del millón: "¿Por qué los alemanes nos
sacamos el carnet de conducir antes siquiera de enamorarnos?". Quizá no
sea improcedente pues indagar en el estado anímico actual del pueblo
alemán a partir de la quiebra de esta premisa,
la de alguien que descubre trágicamente que su primer gran amor, el
amor hacia una máquina de cuatro ruedas habilitada con un motor de la
violencia y la voz de un volcán, es un amor no correspondido, simulado,
plagado de besos y carantoñas que ahora saben
a navajazos en los labios. La pesadilla se ha vuelto obscenamente tan real que puede envenenar los dulces sueños de grandeza de una orgullosa nación.
El
coche es para el alemán lo que las armas son para los americanos:
símbolo de libertad,
autonomía y autosuficiencia. Y todos los autos que se le ocurran de
prefijo al lector, pues no en vano se inventó también en Alemania la
filosofía moderna, el idealismo, un sistema basado precisamente en la
autorreflexión y la identidad. Mejor dicho: el coche
es el arma del alemán, sin la cual él no es nada, un peatón más dejado
de la mano de Dios. Pero Dios ha muerto, dijo otro alemán, profesor de
Filología en Basilea, sin saber que
no era el Superhombre quien venía a sustituirlo, sino el automóvil,
un cacharro de tres ruedas con un automotor de combustión interna que
el ingeniero Karl Benz había diseñado por esa misma época en la bucólica
ciudad de Mannheim. Benz, BMW, Porsche
y Volkswagen han sido los nuevos dioses a los que los alemanes
encomendaron su felicidad. Y como ocurre con las religiones o los
equipos de fútbol, uno no puede tener un Porsche y un Mercedes en el
garaje de su casa, al igual que uno no puede ser judío y musulmán
a la vez, o del Barça y del Real Madrid.
"El relato de la fiabilidad ha quedado herido. El cuento de la perfección y la honestidad,
el mito fundacional de Alemania"
Pero
entonces, si los coches son en Alemania una religión, ¿qué representa
para ellos
el llamado 'Dieselgate' de Volkswagen, acaso otra muerte de Dios? No
del todo, pues todavía no hay nada que pueda reemplazarlo. Lo que sí ha
quedado afectado, herido, ha sido el relato en torno a ese Dios, el
relato de la fiabilidad alemana, el cuento de la
perfección y la honestidad, de la ética del trabajo bien hecho, es
decir, el mito fundacional de Alemania tal y como la desconocemos hoy en
día. En estas últimas semanas, los alemanes se han mirado en el espejo y
el susto ha sido mortal. No porque hayan visto
reflejado su rostro demacrado y cadavérico, como le ocurría a Eduardo
Noriega en 'Abre los ojos' tras otro pecado de vanidad. El sobresalto ha
sido mucho mayor: en el espejo han descubierto, horrorizados, a un
griego o a un español que sonríe cínicamente con
el palillo en la boca y les espeta: "¿Qué hay de lo mío?". Justamente
esa chusma mediterránea a la que hace dos días acusaban de los mismos
delitos perpetrados de manera metodológica por la multinacional que
dirigía Martin Winterkorn.
He aquí la destrucción del mito alemán: la abolición de la diferencia, de la superioridad moral,
darse cuenta de que todos somos iguales, de que por Valencia o
Tesalónica fluye la misma sangre criminal que en Wolfsburgo o Múnich.
La
prensa alemana ha reaccionado con cautela ante dicho derrumbamiento
mitológico. Hay
demasiados puestos de trabajo en juego y no sería demasiado acertado
menospreciar el poder que el 'lobby' automovilístico tiene en Alemania,
parecido al que tiene la Iglesia Católica en España. Además, con la
dimisión de Winterkorn ya disponen los alemanes
del chivo expiatorio que en estos casos se requiere para calmar las
aguas turbulentas. De ahí que en casi todo el panorama periodístico se
haya girado la tortilla y en vez de reproches a Winterkorn por haber
hundido la reputación de la empresa aparezcan únicamente
loas y alabanzas a su más que necesaria dimisión. El único periódico que ha estado a la altura del escándalo ha sido la 'Süddeutsche Zeitung'
y su redactor jefe, Heribert Prantl, que en un artículo memorable
recordaba al pueblo alemán que "sólo quien
trasmite valores en su empresa construye a la vez autos valiosos". Y
remataba, categórico: "El daño no es principalmente de imagen, es
sustancial. Una dimisión no basta"
"Alemania se ha vendido al mundo tras un escaparate impoluto. El escándalo de Volkswagen
y del fútbol desvelan que no es así"
Otra
cosa ha sido la reacción del alemán de a pie, sin coche, nunca mejor
dicho. Estos
días he hablado con el carnicero, el panadero y el campesino que me
suministra las patatas. Todos se han reído de mí. "¿Escándalo? La culpa
es vuestra, de los morenitos, que os habéis creído que éramos
inmaculados". Otra vez tenemos la culpa, esta vez, de
haberles comprado la moto, de habernos creído su particular cuento. Pero que no se diga que los alemanes no se lo han tomado también con humor:
alguien ha subtitulado en alemán la célebre entrevista de Quintero con
el 'Risitas', que en esta ocasión
se transforma en un ingeniero de Volkswagen descojonado ante la
ingenuidad del pasmado periodista: "¿Que Winterkorn no sabía nada? ¡Pero
si conocía personalmente a cada tuerca de la fábrica!". Parece mentira,
pero ellos, el pueblo más altivo de Europa, que
desde las alturas nórdicas clava su mirada hacia el sur con unos ojos
que empequeñecen todo lo que otean, son incapaces por sí mismos de lo
más elemental: hasta para reírse de sí mismos nos necesitan los
alemanes. El video está colgado en YouTube y ya va por
los 35.000 clics.
Mientras tanto, la tormenta no cesa y los rayos avanzan con paso quedo, pero firme.
Una vez despedazado el corazón de la industria alemana, le toca el
turno al fútbol y a lo que los alemanes llaman "El cuento de hadas del
verano del 2006", en el que todo salió casi perfecto (Alemania quedó
tercera en su propio mundial) y que ahora,
según últimas informaciones del semanario 'Der Spiegel', podría llegar a
convertirse en un cuento de terror. Aunque no es el fútbol lo que está
en juego, ni tampoco los altos funcionarios de la federación alemana
(incluido el intocable Kaiser Beckenbauer),
que presuntamente lograron la adjudicación del Mundial comprando por
unos 6,7 millones de euros los votos de la federación asiática. Lo que
está en juego es que esas maravillosas semanas en las que en Alemania
reinaron el buen tiempo, la desinteresada hospitalidad
y la alegría colectiva hayan sido posibles gracias al engaño y el
soborno.
"El cuento de hadas del verano del 2006, en el que todo fue perfecto ahora podría llegar
a convertirse en un cuento de terror"
Y
bien, ¿qué nos depara el futuro? Merkel se ha acogido al adagio
hölderliniano que
tanto gustaba a Heidegger y no se cansa de predicar que "donde hay
peligro crece también la salvación". ¿Tienen pues, salvación los
alemanes? ¿Ha finalizado tal vez una era? Aunque bien puede ser que la
Alemania que todos creíamos conocer no existiera nunca
y sea sólo una vieja leyenda, un eco marchito de la lejana Prusia.
Puede que todo no haya sido sino una farsa, una gran mentida sobre la
cual se ha construido la mayor potencia económica europea del siglo XXI.
Parafraseando a Baudelaire y al mismísimo Kayser
Söze podríamos afirmar que, como le ocurría al diablo, el mayor truco
de Alemania fue convencer al mundo de que esa otra Alemania, la criminal
y delictiva, la hipócrita y más humana, no existía.
Ramón Aguiló Obrador es profesor de Filología alemana en Bremen (Alemania).
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