Memorable no fue pero ayer lo pasamos bien, teniendo en cuenta
que nuestra mesa estaba ocupada por unos bárbaros que sorbían callos viendo
perder al Madrid y que nos fuimos a tomar un vino (uno, más o menos) a la
Vinotería. Alguno se levantó hoy con dolor de cabeza y restos de pepinillos
entre los dientes y morros de segundo plato y va a tener que preguntar a su
mujer si le apetece a él salir a tomar algo, pero ya hemos toreado en peores
plazas.
Salud
Tipos
J.L. Alvite
Al
escuálido Giácomo Fidanza, el traje le sentaba como una carpeta. Su rostro era
hielo encuadernado. Años atrás, un cirujano amigo de Ernie le había reparado la
mandíbula reforzándosela con el tirador de un féretro ¡Dios santo!, la mirada
de aquel tipo te echaba diez años encima. Los días de tórrido calor en el
cereal verano de la ciudad, Giácomo Fidanza sudaba resina. Apenas se inmutaba.
Alguien como él se tomaría tres disparos en el vientre como un cumplido. Fue
Lorraine Webster quien me dijo una madrugada: "No me gusta ese tipo, Al.
No me infunden confianza los tipos cuya sonrisa es como si le tirasen los
puntos de fimosis".
Cuando
le conocí, Giácomo Fidanza alternaba en el 'Savoy' con Jeff Marauder y con
Rebeca Labelle, una ex actriz que arrastraba del cine mudo la desagradable
costumbre de sorber las frases con los mocos. Jeff era treinta años más joven
que Rebeca, pero le ayudaba a derrochar las sobras de su fortuna dándole a
cambio unos cuantos revolcones en los que se sentía "como si estuviese
profanando el Cementerio Nacional de Arlington". ¡Jeff Marauder…! Presumía
de escritor cinematográfico, pero en realidad sólo había hecho incursiones en
un par de películas sucias en las que el actor principal era un pene. El tipo
venido de la costa nos dijo que la mayor proeza literaria de Jeff Marauder
había sido escribirle los jadeos a José d'Alessandro para una película de Paul
Morrisey.
La
última vez que estuvieron Rebeca y Jeff en el 'Savoy', cenaron a nuestra mesa
con Harry Pallantine, un tipo tan poco memorable que los camareros intentaban
cobrarle cuatro veces la misma cuenta. Aquella madrugada, Harry le dijo a
Rebeca: "Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja,
nena". Ella guardó silencio. Harry era demasiado gris como para reparar en
él. En Harry Pallantine, incluso la calva parecía postiza…
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