Alguien dijo hace poco, como explicación de la crisis de la
prensa, que los ciudadanos no se fían de los medios de comunicación y que no
están dispuestos a pagar por la información. El fenómeno más acentuado es la
polarización de ciertos medios, que parece sustituir a los propios partidos
políticos y a los gobiernos marcando el calendario y las políticas a
seguir. No hay más que asomarse a las páginas de La Nueva España y contemplar
el espectáculo infame de la manipulación informativa que cada día nos
ofrece.Sobre esto escribe hoy Miguel Angel Aguilar y Manuel Vicent en domingo
pasado. La guinda la pone la genial viñeta de El Roto.
Que pasen ustedes un buen día
¿Vuelve la Anti-España?
En las elecciones de febrero de 1936, de los 473 escaños del Congreso de los
Diputados el Partido Comunista de España logró 17 y Falange Española ninguno.
Solo seis meses después, en julio, se produjo la sublevación de algunas
unidades militares que degeneró en guerra civil. Entonces, fueron esas dos
formaciones las que, a pesar de su insignificancia parlamentaria, terminaron
polarizando el enfrentamiento entre las dos Españas y las dos Catalunyas que se
combatían. Desde el principio, la guerra necesitó de esas palabras que carga el
diablo y galvanizan a los combatientes. De ahí que quienes luchaban bajo las
bendiciones eclesiales optaran por descartar que tuvieran enfrente a otros
españoles de diferentes ideas o afinidades. Imaginaban que su lucha era la de
la bestia y el ángel, conforme la describía en su poema el primer José María
Pemán, a la altura de 1938.
En un lado, el de la Cruzada, combatía España. En el otro, sus enemigos, la
Anti- España, la conspiración judeo-masónica-bolchevique, que debía ser
erradicada de la faz de la tierra y aniquilada. El 1 de abril de 1939, el
último parte del cuartel del generalísimo concluía diciendo “la guerra ha
terminado”: Empezaba la victoria. La concordia hubo de esperar a que la
convocara don Juan Carlos al ser proclamado Rey, porque solo quiso serlo de
todos los españoles. La paz reconciliadora solo llegó con la Constitución de
1978. Han pasado 35 años y ahora son visibles los intentos de volver al
lenguaje de la España auténtica y de la Anti-España. La puja decidida de
prietas las filas pretende un dicasterio vigilante que mantenga su particular
sentido de la ortodoxia. Las unidades de la Brunete mediática compiten entre sí
para ganar el campeonato de la desmesura, sin dejar espacio a la reflexión
inteligente. En vez de desactivar la desafección observable en Cataluña
respecto de España; en vez de tomar posiciones “a favor de Cataluña en España”;
en vez de evitar que prenda también otra desafección generalizada en el resto
de España hacia Cataluña, pugnan por exacerbar los peores sentimientos y abonar
el campo de los secesionistas.
Siguiendo una actitud mimética, en Cataluña también se ha intentado trazar
otra divisoria cainita entre los buenos catalanes, independentistas por
supuesto, y los réprobos, resistentes a sumarse a la piña deseada. Por eso,
como señalaba un buen amigo periodista en su telegrama a Artur Mas, el Molt
Honorable President de la Generalitat, causa espanto que se creara de urgencia
el pasado julio un registro oficial de adhesiones a las políticas impulsadas
por el Gobierno de Cataluña. Su propósito declarado era recabar información y
datos personales de los comulgantes adheridos, que se mantendrían en secreto
hasta que conviniera hacerlos públicos. Es el Todo por la Patria, cualquiera
que sea su perímetro. Parece seguir el precedente del certificado de adhesión
al Movimiento Nacional, imprescindible en el régimen de Franco. Un sistema
acreditado para distinguir entonces a los buenos y malos españoles y que iba a
ensayarse ahora para hacer lo mismo con los catalanes. Ayer se anunciaba la
renuncia a ese intento y debemos celebrar todos que se haya desistido del
disparate.
Vienen enseguida los intérpretes totalizadores, que disponen de pizarra en
las cabeceras relevantes. Suben al estrado y presentan en términos monolíticos
las actitudes prevalecientes en Madrid o en Barcelona. Hablan, por ejemplo, de
la prensa de Madrid caracterizándola a partir de sus expresiones más
arriscadas. Las perciben como una amenaza, pero deberían saber que esa amenaza
antes expandirse y vadear el Ebro hace sentir sus efectos más inmediatos sobre
quienes están avecindados en Madrid. Porque quienes viven y trabajan en la Villa
se sienten avergonzados cuando se elige a los alistados en las filas del
exabrupto como si fueran sus abanderados indiscutibles e indiscutidos. Madrid
es ancho y ajeno a esa barbarie dialéctica. Tiene múltiples circuitos para la
atribución del prestigio social, en modo alguno cristaliza en la abyección sino
que reconoce la inteligencia sintiente, conforme a los esclarecimientos de
Xavier Zubiri. Conviene distinguir bien en vez de extraviarse siguiendo algunos
señuelos, que la convertirían en el destino natural de los improperios
proferidos en defensa propia.
Porque los valedores de la españolez están siempre estrechando el perímetro
de su particular España y ampliando el de sus sospechas para incluir allí a cuantos
actúan con conciencia y criterio propio sin atender a la servidumbre que les
querrían imponer. Así son etiquetados con la estrella de la Anti-España, por
ejemplo, el vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia, el juez del
Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo Luís López Guerra o el padre de la
Constitución Miquel Roca. Quien les estigmatice lo hace también a todos
nosotros. Vale.
Respirar
Esa algarabía insustancial que transportan las ondas electromagnéticas forma en el espacio una capa venenosa contra la que de nada sirve ponerse una mascarilla
Dijo el Buda Gautama a su discípulo: ya tienes tarea para hoy, inspira,
espira, inspira, espira. El Buda nació en Nepal en el 563 antes de Cristo y
puede que en aquel tiempo el aire de ese país del Himalaya fuera tan puro como
las palabras que pronunciaban los sabios. Pero hoy ese ejercicio de respiración
hay que tomarlo con cautela, y no porque en este planeta no existan parajes
todavía incontaminados, valles verdes con cascadas, ínsulas extrañas y jardines
secretos. En cualquiera de estos lugares uno puede sentarse en posición de la
flor de loto sobre una alfombra y respirar lenta y profundamente para absorber
hasta el fondo de las entrañas toda la energía vital que transportan los iones
del aire. Mas, por desgracia, ese aire en apariencia tan limpio está ahora muy
viciado, no por el monóxido de carbono y otros gases tóxicos, sino por las
ondas electromagnéticas que emiten la radio, la televisión, las tabletas y
teléfonos móviles, que se expanden esféricamente por todo el universo no sin
dejar en suspensión en la atmósfera toda la basura moral que producen los
deseos frustrados la humanidad. Parece que esa contaminación es inocua porque
no se ve, pero con la respiración uno inhala el parloteo estúpido de la gente,
el sexo rudo, los rebuznos fanáticos, los exabruptos e insultos, los espionajes
y acosos y todas las pesadillas de los visionarios. Esa algarabía insustancial
que transportan las ondas electromagnéticas forma en el espacio una capa
venenosa contra la que de nada sirve ponerse una mascarilla. Algunos exquisitos
se creen a salvo de semejante ponzoña porque no mandan ni reciben mensajes por
móvil, ni tienen Twiter, ni Facebook, ni WhatsApp y apagan la radio y la
televisión en cuanto salta cualquier estupidez que pueda ensuciar su mente.
Aunque ese ciudadano sustituya un programa basura o el gallinero insufrible de
una tertulia política por los conciertos de clarinete de Mozart, no se librará
de la peste que esos medios dejan atrás cuyo efecto es más tóxico que el monóxido
de carbono. Se trata de un veneno de acción lenta que anula las defensas y sin
darse cuenta uno pierde la autoestima y se ve envuelto en la mierda. Inspira,
expira, inspira. Tiempos aquellos del Buda Gautama cuando el aire puro solo
estaba impregnado con el pensamiento de los sabios.
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