Dicen que el dominico Girolamo Savonarola
tardó días en quemar, de tal forma que fue introducido en la hoguera varias
veces hasta que por fin aquellos huesos y tendones quedaran reducidos a cenizas
y arrojadas al Arno. Manuel Vicent compara al Cardenal Rouco con Savonarola,
un parecido tan razonable como el que tiene el propio cardenal Rouco con Paco Clavel, pero aquel que inventó la "hoguera de las vanidades" donde los florentinos
arrojaban sus pertenencias mas preciadas, atacaba por igual a los sodomitas y a la
corrupción de los Medecis, al igual que condenó el lujo y tambien la depravación del
Vaticano, lo que al final le costo la vida. Nuestro cardenal Rouco es más
modesto, se conforma con todo sin entrar en detalles tan nimios como el paro,
los desahucios o las bolsas de pobreza. A Rouco no le van a condenar por
hereje ni le darán garrote vil en la plaza mayor, pero cada vez es más urgente la
revisión del concordato con la Iglesia Católica, que ponga de una vez para
siempre cada cosa en su lugar.
Salud camaradas
La hoguera
Manuel Vicent
Rouco Varela es lo que nos faltaba para alegrarnos la vida, un Savonarola de
tercera sobrevolando la crisis con alas de cuervo.
Después del carnaval inmobiliario cuya hoguera de cemento ardió durante 20
años, sobrevino, de pronto, sin esperarlo, el miércoles de ceniza. Desde
entonces, va ya para un lustro, este país está celebrando a diario un ratonero
entierro de la sardina. En plena desmoralización general se suceden los
analistas aciagos de esta jodida cuaresma económica, que parece no tener fin.
Los amos no aportan ninguna solución, salvo más látigo todavía. A este panorama
de penitencia colectiva se acaba de incorporar la voz oscura y agorera del
cardenal Rouco Varela exigiendo su tajada. Perdona a tu pueblo, Señor, no estés
eternamente enojado. Era lo que nos faltaba para alegrarnos la vida, un
Savonarola de tercera, sobrevolando la crisis con alas de cuervo. Por lo visto
no basta con la lacra social del paro, con la tragedia de los desahucios, con la
pobreza que llama a la puerta de la clase media. Los obispos persisten en
introducir el tormento de la moral en la conciencia de los católicos españoles
con su exigencia fanática frente a la homosexualidad y el aborto, obcecados en
clavar estos dos clavos por la cabeza, cuando ya no significan ningún problema
para la mayoría de los ciudadanos. El último día de carnaval de 1497, en la
plaza de la Señoría de Florencia, se realizó una inmensa hoguera en la que se
quemaron las máscaras, disfraces, perfumes, cosméticos, pelucas, adornos y
espejos. También ardieron libros obscenos de Boccaccio, cuadros de mujeres
hermosas, incluso alguno de Botticelli. En el momento de prender fuego sonaron
las trompetas, luego en el silencio de las llamas se oyó en la plaza la potente
voz del dominico Savonarola, que avivaba aquella hoguera de las vanidades con
furiosas invectivas contra el lucro, la sodomía, el despilfarro y la corrupción
de los políticos. No viene al caso que el papa Borgia, años después, prendiera a
aquel inquisidor y lo condenara a ser combustible en otra hoguera. También
ahora, después del carnaval del cemento, en nuestro país está ardiendo en la
plaza pública la hoguera de la pasada fiesta, pero nuestro Savonarola no habla
del lucro, de la corrupción y el despilfarro. Mientras parte de la Iglesia,
movida por caridad con los pobres, les imparte sopa, la jerarquía, movida por el
fanatismo, se dedica a dar estopa.
A. Alvarez
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