5/22/2009

Quince años tiene mi amor...


A ver si suena esto:

"El matrimonio y la familia son instituciones naturales anteriores al Estado, básicas en el ámbito moral y social y, para el cristiano, realidades que pertenecen a lo más entrañable del ser y de la vida de la Iglesia. Y pensamos que si el proyecto de ley al que nos referimos llegara a promulgarse tal como está formulado, quedaría seriamente comprometido el futuro de la familia en España y gravemente dañado el bien común de nuestra sociedad (...)
Consideramos que es absolutamente inaceptable el llamado divorcio consensual. Una ley que introdujese el divorcio de tal manera que la pervivencia del vínculo quedase a disposición de los cónyuges sería rechazable moralmente y no podría ser aceptada por ningún católico ni gobernante ni gobernado. Al pretender privatizar así el vínculo matrimonial, el Estado no cumpliría uno de sus deberes fundamentales de cara a un elemento esencialmente constitutivo del bien común: la protección de aquel mínimo de estabilidad y unidad matrimonial sin el cual no se puede hablar de institución matrimonial."

Este es el argumento que se esgrimió por parte de Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española para oponerse a la ley del divorcio de 1981, presentada por el gobierno de la UCD, y que tambien fue el argumento que opuso Manuel Fraga Iribarne, presidente de Alianza Popular para votar en contra de la ley. Hoy se debate la reforma de la interrupción voluntaria del embarazo y de nuevo el argumentario es el mismo, en ambos casos, tanto la Conferencia Episcopal como el Partido Popular, heredero directo de aquella AP, acuden a la doctrina católica para oponerse a la nueva ley, y singularmente han encontrado motivo de debate la disposición de esta ley por la que los mayores de 16 años tiene capacidad para decidir al margen de sus padres o representantes legales.
Lo que no dicen es que la Ley de Autonomía del paciente (y de los derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica) ya establecía que los mayores con 16 años cumplidos, y sin incapacitación reconocida, no ha de tener representación de sus padres o tutores legales en cuanto a la toma de decisiones sobre actos médicos. En esta norma general estaba excluida la interrupción voluntaria del embarazo hasta la mayoria de edad, de forma que la nueva ley del aborto quita esta excepción de la Ley mencionada.

Arcadi Espada tiene su opinión sobre el debate

Ministros de Dios y de los hombres

EL CLERICATO sigue en pie, y ahora reprocha enfurecido a la ministra Aído que se haya atrevido a distinguir entre ser vivo y ser humano, o lo que es lo mismo entre un corazón latiendo y su entorno poético. Hay algo muy desagradable en los reproches y es el menosprecio. ¡Pero, señorita, cómo se atreve!, vienen a decirle los enfrascados. Destaca, sorprendentemente, el expresidente Aznar, que salvo en El Escorial nunca fue muy de misa, y que ha ironizado sobre el camino de la ministra, que ha ido «de la Agencia del Flamenco a la legislación sobre la vida humana». Es extraño lo que dice, pues se trata de fenómenos habituales en la carrera política: como el que pasa de inspeccionar las haciendas en Valladolid a legislar, ¡sobre la vida misma!, en Bagdad. Saltos. Detrás de una legislación sobre el aborto debe haber creencias, y es honrado que los políticos las exhiban. Si la ministra creyera que un feto de 14 semanas es un ser humano no podría impulsar este proyecto de ley. Y no se alcanza a comprender qué volumen de materia gris separa al clericato de la ministra. Cualquier parroquiano, con el solo título de serlo, se atreve a decir que hay humanidad desde el instante de la concepción. ¿Y hay alguien que le reproche, y tan fatuamente, supina ignorancia sobre la cuestión?

¿Qué es lo que nos hace humanos? fue la pregunta estelar de una magna reunión de científicos, el año pasado en Nueva York. Detallo telegráficamente las respuestas: recordar (Minsky), razonar (Dennett), la conciencia de sí (Gates), el lenguaje (Rose), generar hipótesis y establecer medidas (Vamus), el tamaño del cerebro (Churchland). Uno de los miembros del panel, la embrióloga Renee Reijo, dijo que somos genuinamente humanos desde la concepción. Y lo justifica en un elaborado y fascinante razonamiento que incluye este reto: «Necesitamos comprender cómo una célula toma una decisión».

De la diversidad de las respuestas se deduce la imposibilidad de obtener un patrón objetivo sobre la cuestión. Y se deduce asimismo el correlato: todos los fundamentos para legislar sobre el aborto se basan en creencias. Las creencias de la ministra Aído y las del ministro Rouco. De ahí el relativismo ambiguo que supone, por ejemplo, la llamada ley de plazos, mero intento de mediar entre creencias y de orillar pragmáticamente la cuestión crucial. Es decir, si el aborto forma parte de esa repetida necesidad de lo humano de volverse contra sí mismo a fin de cumplir el implacable mandato de supervivencia de la especie.

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